Una explicación de cómo Dios permite nuestro sufrimiento porque tiene con él un propósito
El sufrimiento es quizá uno de los principales ingredientes de la maduración afectiva de las personas
No suele entenderse bien el sufrimiento en el momento mismo en que llega
El dolor siempre tiene algo que decirnos y es quizá uno de los principales ingredientes de la maduración afectiva de las personas
"Tanto la pierna izquierda como la espalda me duelen casi continuamente.
"Y después de treinta años, aún no me he acostumbrado a ello. No obstante, cada día le doy gracias a Dios precisamente por ese dolor, que a veces me deja totalmente agotada.
"A lo largo de los años, al rezar sobre mi dolor, que a veces puede llegar a ser tan severo como para obligarme a pedirle a Dios que lo alivie, me he sentido transportada a otra dimensión, en la que impera la paz.
"¿Podría haberla alcanzado sin esos años de dolor? Jamás lo sabré, pero a mí solo se me abrió después de cruzar la barrera del dolor".
Traigo aquí el testimonio de una mujer norteamericana que da una explicación muy personal, hecha con su propia vida en medio de la enfermedad, de cómo Dios permite nuestro sufrimiento porque tiene con él un propósito.
El sufrimiento es casi siempre difícil de aceptar, y quizá ha de transcurrir el tiempo, a veces muchos años, hasta descubrir lo positivo de todo aquello. Hasta encontrar una razón en lo que ahora no vemos quizá más que algo terrible y absurdo.
No suele entenderse bien el sufrimiento en el momento mismo en que llega. Sucede algo parecido a lo que comprobamos cada mañana a la hora de salir de la cama. Cuando suena el despertador −y siempre parece que se adelanta a su hora−, la gran mayoría de las personas está en muy malas condiciones para meditar sobre las razones por las que ha de superar la pereza y levantarse.
Si uno se descuida, puede −contra toda lógica y a costa de atropellar sus obligaciones− arrebujarse entre las mantas durante diez o veinte minutos suplementarios, o muchos más, totalmente convencido de que ayer ajustó mal el despertador, o de que anoche tardó mucho en dormirse, o de que ha tenido una noche muy mala, mientras piensa que esos minutillos de sueño aliviarán sin duda el dolorcillo de garganta que amenaza..., probablemente más en la imaginación que en la propia garganta.
Es verdad que algo se sufre al levantarse, pero a los pocos minutos uno suele ya ver en su debida perspectiva el acierto de haber afrontado ese sufrimiento y haber saltado de la cama. Lo normal es que tenga que pasar un poco de tiempo hasta encontrar sentido a cualquier sufrimiento. Lo raro sería que uno se despertara todos los días fresco como una rosa.
El dolor siempre tiene algo que decirnos. "El verdadero dolor −decía Dostoievski−, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo; incluso los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor". El sufrimiento une a las personas, las abre a la compasión, y las hace volverse en busca de las causas de las cosas. Las hace más comprensivas, más sensibles a la pena y a la soledad de otros. Es quizá uno de los principales ingredientes de la maduración afectiva de las personas. Por eso decía Tommaseo que el hombre a quien el dolor no educó, siempre será un niño.