Cuanto más entrecortado y menos monolítico es un análisis, más cerca anda de la verdad
Resultaría mucho más fácil comprender a los partidarios del aborto si, aun defendiéndolo, mostrasen algo de dolor por los fetos eliminados y por las vidas marcadas de las madres
El debate tras los terribles incidentes en Ceuta y Melilla tiene enjundia por sí mismo, con independencia de que el asunto de fondo sea de los más graves de nuestro tiempo. Se enfrentan, esquemáticamente, dos posturas. Una que cuestiona la labor de la Guardia Civil. Lo hace cargada de suficiencia y superioridad moral. Otra que aduce que no hay maneras suaves de parar una avalancha que pondría en serio peligro la prosperidad que atrae a los inmigrantes y que, por tanto, −a la vez que se debe hacer todo lo posible por mejorar los niveles de vida en los países de origen− hay que apoyar a nuestra policía, que cumple su deber. Lo interesante es que esto se expone, cuando se hace, con el corazón encogido y un hondo sentimiento de culpa y de vergüenza.
Me voy dando cuenta de que un indicador indirecto de razón en los debates políticos es, precisamente, la vergüenza y los reparos de conciencia a la propia postura. Alguna vez he dicho que resultaría mucho más fácil comprender a los partidarios del aborto si, aun defendiéndolo, mostrasen algo de dolor por los fetos eliminados y por las vidas marcadas de las madres. Su absoluta falta de empatía y tanta agresividad dialéctica acaban siendo muy sospechosas. En las filas pro-vida hay una incansable compasión hacia esas madres que abortan, a las que se las considera víctimas también; y hay un último paso de contundencia verbal y de tipificación penal que no se da ni se pide, aunque resultaría tal vez más coherente.
Son dos ejemplos actuales, entre otros. La complejidad de lo social es tanta que podemos deducir que, cuanto más entrecortado y menos monolítico es un análisis, más cerca anda de la verdad. Es una presunción que admite prueba en contra, desde luego, pero la considero bastante indicativa. Y peligrosa. Si el juez de nuestros debates políticos es la opinión pública, tiene todas las de ganar quien lance un mensaje más avasallador, menos titubeante de reticencias, paréntesis, elipsis, circunloquios, respetos y reparos, y más autosatisfecho, sin subordinadas ni condicionales. Sin embargo, siendo la realidad erizada e inabarcable, la sociedad sólo podrá adaptarse si es capaz de realizar sopesados juicios intelectuales y éticos. Ahora, como siempre, pero más que nunca, la salvación de la democracia depende de una exigente educación elitista para todos (por seguir con las complicaciones y las imprescindibles paradojas).