Es entrañable ver cómo los chicos y chicas de familias empobrecidas crecen, prosperan y conservan un estrecho vínculo con las personas que les echaron una mano en su día
En el Raval de Barcelona se concentran casi 50.000 habitantes −la mitad extranjeros− en poco más de un kilómetro cuadrado. Josep Masabeu preside un proyecto solidario destinado a quienes sueñan con tener una oportunidad en la zona, y asegura que el peor enemigo de la cohesión social es el egoísmo.
Para Masabeu, que celebra hoy el decimoquinto aniversario de esta iniciativa llamada Braval, toda persona debería plantearse cómo puede ayudar al inmigrante que no conoce el idioma, la anciana que pasa las tardes en soledad o el recién llegado que aún no tiene amigos en el barrio.
Con un 30 % de paro, una fuerte presencia de la inmigración y 2.600 personas mayores que viven solas, el Raval es uno de los barrios con más familias en riesgo de exclusión, en el que reside el 3 % de la población total de Barcelona.
Consciente de esta realidad, Braval nació para atender a más de 200 jóvenes que proceden de treinta países, hablan diez lenguas y profesan nueve religiones. ¿Cómo lo consigue?
Una extensa red de voluntarios invierte más de 15.000 horas al año para promover el éxito escolar y la inserción laboral de chavales con un sueño muy claro: “Entrar en la sociedad”.
¿Y qué mejor manera de relacionarse que a través del deporte? Masabeu explica que las actividades colectivas son la mejor estrategia para “mezclar” distintas culturas, evitar el absentismo escolar y plantar la semilla de la amistad entre los participantes y los voluntarios.
“Surge una química especial, se entienden entre ellos”, subraya el también doctor en Pedagogía. Casi 80 estudiantes, 55 profesionales y 19 jubilados saben que “no solo importa el aspecto económico, sino también el afectivo”, y por eso no dudan en arropar al que lo necesita, sea cual sea su situación o país de origen.
Según Masabeu, es entrañable ver cómo los chicos y chicas de familias empobrecidas crecen, prosperan y conservan un estrecho vínculo con las personas que les echaron una mano en su día. “Muchos de ellos incluso se convierten en voluntarios”, relata el pedagogo.
No son pocos los padres que se alegran al ver cómo ese hijo a priori “inseguro y con poca fuerza de voluntad” logra salir adelante con la ayuda de Braval, contribuyendo así a un efecto contagio: “Cada vez más gente se apunta al carro de la integración”, afirma un satisfecho Masabeu.
Las reuniones, fiestas y entrevistas personales son habituales para evitar que los adolescentes “acaben en un gueto” que les alejaría del resto de la sociedad.
El principal objetivo es adaptarlos a unas “nuevas coordenadas” que, por desgracia, poco tienen que ver con el histórico discurso de “estudia y encontrarás trabajo”.
El pedagogo señala la necesidad de “incidir en el desarrollo personal”, dar seguridad, fomentar la convivencia y establecer unas pautas muy concretas en cada caso... Aunque la prioridad siempre será “dar de comer” a quien lo necesite.
En apenas una semana, algunos inmigrantes “pasan de vivir en el siglo XVIII antes de Cristo al siglo XXI”. Masabeu cuenta cómo un joven recién llegado de Gambia estaba “sorprendido” ante el fácil acceso al agua potable, los alimentos o la asistencia sanitaria, bienes difíciles de conseguir en su país.
El céntrico barrio del Raval cuenta con una mayoría de pakistaníes y filipinos. Al contrario de lo que se pueda pensar, “hay más italianos que hindúes” y “más franceses que ecuatorianos”. Estos últimos “se están marchando” de España por la crisis.">">Gol al fracaso escolar
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