La Iglesia se prepara para un acontecimiento sin precedentes en su historia: la canonización de dos Papas cuyos pontificados han sido tan importantes que su memoria sigue muy presente entre católicos y no católicos. La Santa Sede espera la llegada de millones de peregrinos que asistirán al evento en la plaza de San Pedro en Roma el próximo 27 de abril, y se han puesto en marcha numerosas y variadas iniciativas para que los fieles puedan prepararse adecuadamente
La huella que Juan Pablo II dejó en los jóvenes sigue siendo muy profunda hoy en día. Su especial personalidad le ha permitido conectar con las nuevas generaciones de católicos, preparando a la Iglesia para asumir los retos del siglo XXI. Por su parte, el pontificado de Juan XXIII, aunque más desconocido en la actualidad por más lejano en el tiempo, es fundamental para entender la Iglesia de hoy, pues fue Juan XXIII quien convocó el Concilio Vaticano II.
Repasamos, por gentileza de la Revista Palabra, la vida y personalidad de estos dos grandes Papas, y recogemos algunas de las iniciativas que se están desarrollando de cara a las canonizaciones.
La canonización del Papa polaco se hará bajo el signo del domingo de la Misericordia
Es difícil minusvalorar la vigente aportación de Juan Pablo II, el Papa “grande”, a la vida de la Iglesia entera. Toda ella se alegra ante su inminente canonización. Sin embargo, su país natal, Polonia, la vivirá en especial intimidad, y ya ha empezado su preparación para la canonización de Juan Pablo II. Ya desde el primero de mayo de 2011, día en que fue beatificado, los mensajes dirigidos a los fieles para que lleguen debidamente preparados a un acontecimiento tan importante han sido numerosos. Todos los obispos han escrito sobre esa necesidad.
Hay muchas iniciativas, tan variadas como la imaginación de cada pueda plantear. Por ejemplo, el arzobispo de Varsovia, cardenal Kazimierz Nycz, está organizando unos ciclos de conferencias bajo el título de “Pensando con Wojtyła”. Estas conferencias se han planteado como un areópago o atrio de los gentiles donde todos están invitados, creyentes y no creyentes, pero de modo especial los profesionales de la comunicación y los hombres de pensamiento. “Nuestra amable invitación se dirige a todos sin excluir a nadie”, aclara el arzobispo.
Por otro lado, aquellos agoreros de desgracias que profetizaban en el año 1989, cuando los polacos obtuvieron su libertad tras décadas de autoritarismo soviético, que después de 25 años de democracia las iglesias de Polonia se vaciarían tienen que reconocer su error. La Iglesia en Polonia vive todavía una primavera fruto de una lucha constante por anunciar el Evangelio, y ha sido fundamental salir de los templos para acudir allí donde los fieles viven, trabajan y se divierten. Los frutos de este esfuerzo no han dejado de recogerse: en el curso 2013 ha aumentado notablemente el número de candidatos al seminario. Las últimas estadísticas dan las cifras siguientes: un 57,5 % de la población acude regularmente a misa dominical, un 20 % se declara profundamente creyente y un 75 % está en contra del aborto.
No es un eufemismo decir que toda la Iglesia en Polonia se prepara para la canonización del “Papa polaco”. Las parroquias, los movimientos y los grupos de fieles se están volcando con multitud de propuestas. La fundación “Obra del Nuevo Milenio”, de la Conferencia Episcopal Polaca, organiza en cooperación con la red de ferrocarriles una larga marcha de lo que han llamado “tren del papa”. Este tren funciona desde el año 2005, en memoria del pontificado de Juan Pablo II, y hace el recorrido desde Cracovia a Wadowice, su aldea natal. El proyecto, titulado “El tren del papa: la tracción de la santidad”, consiste en que desde el 28 de marzo al el 12 de abril del 2014 el tren partirá desde Wadowice y recorrerá 14 ciudades antes de la canonización con toda clase enseñanzas sobre Juan Pablo II utilizando abundante material audiovisual. Se trata de algo parecido al “autobús papal”, un museo ambulante que ya recorre todos los pueblos de la geografía polaca.
El “tren papal” hará su primera parada en la estación de Cracovia −Lagiewniki−, donde se encuentra el santuario de la Divina Misericordia y está enterrada la santa Faustina Kowalska, quien con su asombroso “Diario” ha sido la mejor propagadora del Amor Misericordioso. En esa primera parada se encenderá una lámpara llamada “chispa de la Misericordia”, que se colocará en la capilla del tren junto a las reliquias de Juan Pablo II. De esta manera se quiere recordar una vez más las palabras de Jesucristo dirigidas a sor Faustina en revelación privada; aparecen escritas en su “Diario” y Juan Pablo II las repitió el 17 de agosto de 2002 durante la inauguración de la nueva basílica en Lagiewniki, al consagrar solemne del mundo a la Divina Misericordia: “Ojalá se cumpla la firme promesa del Señor Jesús: de aquí debe salir la chispa que preparará al mundo para su última venida. Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre la felicidad”. Ni por un momento nos podemos olvidar que tanto la beatificación como la canonización del Papa polaco se hacen bajo el signo del domingo de la Misericordia: señales de la Providencia que recalca el magisterio del primer papa eslavo acerca de la Misericordia de Dios.
El recorrido diario en ferrocarril ofrece a los pasajeros la oportunidad de ver varios documentales de las peregrinaciones del Papa polaco en diversas lenguas, así como fotos, textos, placas conmemorativas, y otros materiales sobre Juan Pablo II. Asimismo, durante el tiempo de cuaresma se predicarán en todas las parroquias visitadas los famosos “retiros cuaresmales” de tres días de duración, que gozan de gran audiencia. Los predicadores se preparan siempre de manera especial y el tema serán textos extraídos del magisterio de Juan Pablo II. Durante el trayecto, en cada una de las 14 ciudades habrá la posibilidad de dejar una carta con sus propósitos, agradecimientos y promesas con ocasión de la canonización. El tren llegará a Varsovia catorce días después, y desde allí circulará hasta Roma, con una parada en Viena.
La visita ad limina apostolorum de más de cien obispos polacos, del 1 al 8 de febrero de 2014, está centrada en la preparación de esta canonización: un acontecimiento tan magnánimo, tan grande, como la santidad de Juan Pablo II. Las autoridades de Roma calculan que asistirán entre tres y cinco millones de personas, la gran mayoría de ellos de origen polaco e italiano. Por eso no es de extrañar que el senado polaco haya propuesto declarar a Juan Pablo II como “hombre del año”.
En Cracovia, por poner el ejemplo de cómo se prepara la patria chica de Wojtyła, hay iniciativas de toda clase. Se ha creado una página web en la cual se explica de manera detallada el modo de prepararse. Se dan tres criterios o pasos: 1) acoger el don de la vocación: “sed santos”; 2) ponerse de rodillas ante Dios: “la hora santa”; 3) ponerse también de rodillas ante el hombre: “el descubrimiento de la misericordia”.
La asociación de escuelas de Juan Pablo II está organizando otra interesante iniciativa. En Polonia los liceos, institutos y escuelas estatales tienen un patrón elegido democráticamente por profesores y alumnos; más de mil escuelas tienen como patrón a Juan Pablo II. La asociación está consiguiendo que cada escuela organice su peregrinación a Roma con un plan de actividades y textos escogidos del Papa polaco para estudiar y difundir. De momento ya están viajando por cada rincón de Polonia las reliquias itinerantes del Papa, y visitarán todas las escuelas bajo su patronazgo, con un programa previo de peticiones y oraciones. Es algo que se repite continuamente: la canonización de Juan Pablo II es una ocasión de oro para conocer mejor su rico magisterio.
“Estoy cada vez más en las manos de Dios. Notas personales 1962-2003”, es el título del nuevo libro de Juan Pablo II que, a título póstumo, será publicado en su original polaco el 5 de febrero del 2014 en Cracovia, por la editorial Znak. El contenido de estos apuntes no es todavía conocido pero, en opinión de quienes en la curia de Cracovia han preparado su publicación, es fundamental para conocer mejor la espiritualidad del futuro santo.
Los apuntes o notas personales recorren el amplio margen de más de cuarenta años del camino personal de Karol Wojtyła. Desde la primera decidida afirmación: “estoy cada vez más en las manos de Dios”, pasando por la segunda frase “el tiempo se ha cumplido”, hasta llegar a la última sentencia: “Deo gratias”. Son 640 páginas que recogen momentos singulares de la vida y del servicio de tan grande protagonista de la historia. Los dos cuadernos originales, muy sencillos, están llenos de preguntas personales, profundas reflexiones, vibrantes meditaciones y oraciones al ritmo de cada día. Se pone de manifiesto en esas notas su atención diaria por las necesidades y problemas de las personas más cercanas, amigos y colaboradores, como también por los problemas de la Iglesia.
La voluntad de Juan Pablo II era que estas notas personales fueran quemadas, pero ahora son quizá el documento más importante con ocasión de su canonización. “No quemé esas notas de Juan Pablo II porque son una referencia esencial para conocer su espiritualidad, es decir aquello que el hombre tiene en su interior: su relación con Dios, con los demás hombres y consigo mismo”, aclara el cardenal Estanislao Dziwisz, quien fue tantos años secretario personal del papa polaco.
Ignacy Soler (Cracovia)
La subida al solio pontificio de Juan XXIII desencadenó una oleada de optimismo en toda la Iglesia
La canonización del Santo Padre Juan XXIII, que tendrá lugar el próximo mes de abril junto al beato Juan Pablo II, tiene un significado muy especial en la historia de la Iglesia. Está enmarcada en el reciente año de la fe convocado por Benedicto XVI y clausurado por el Papa Francisco para conmemorar el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II: uno de los acontecimientos trascendentales del siglo XX, que sigue y seguirá influyendo mucho en la vida de Iglesia en los próximos años.
La elevación en 1958 al solio pontificio del cardenal arzobispo de Venecia, Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963), marcó un cambio de estilo en el ejercicio del pontificado. En primer lugar, como obispo de Roma: su extraordinaria personalidad humana, llena de simpatía y bondad, sus frecuentes visitas pastorales a las parroquias romanas, y especialmente del extrarradio, al seminario, a la cárcel…, contribuyeron a aumentar el cariño del pueblo romano al Santo Padre, además de la tradicional veneración al sucesor de San Pedro.
Roncalli había nacido en Sotto il Monte, en el norte de Italia, y había sido profesor de historia de la Iglesia en el seminario de Bérgamo, lugar de su ordenación sacerdotal. Desde su nombramiento como secretario personal del obispo de la diócesis comenzó a conocer de cerca las necesidades de la Iglesia diocesana, a la que amaba profundamente.
En 1925 comenzó su carrera diplomática al servicio de la Santa Sede y de la Iglesia universal, trabajando en lugares tan dispares como Bulgaria, Turquía, Grecia y París. Sus modos directos, fraternales y llenos de simpatía pero, en ocasiones, poco diplomáticos, le produjeron más frutos que dificultades. Fueron tiempos de intensa maduración interior y de profundización acerca de la misión de la Iglesia en el mundo oriental, en el ecumenismo y en la tarea de la Iglesia con el mundo intelectual. Además trabajó en la difícil tarea diplomática de la Iglesia durante la II Guerra Mundial.
Su vida dio un giro inesperado cuando, en 1953, fue nombrado cardenal y arzobispo de Venecia. En su nueva tarea como Pastor destacó por su intensa cercanía al pueblo que le había acogido con tanto afecto. Su modelo fue, no podía ser de otro modo, el del gran obispo de Milán en el siglo XVI, san Carlos Borromeo.
Fue elegido Romano Pontífice en octubre de 1958 con 78 años, una edad que para la época podía considerarse como inicio de un pontificado de transición. Movido por el Espíritu Santo y por su extraordinaria bondad y dinamismo pastoral, fue un pontificado que produjo inmensos bienes en tan sólo cinco años de duración.
La subida al solio pontificio del beato Juan XXIII produjo una oleada de optimismo en toda la Iglesia. Ya desde sus primeras intervenciones y radiomensajes mostraba su gran bondad y cariño paternal, siempre con su amplia sonrisa.
Su talante de gobierno, acogedor y cercano, recibiendo regularmente a los prefectos de las congregaciones romanas, reflejaba cercanía e interés por los asuntos de la Iglesia universal.
El inmediato anuncio del nombramiento de abundantes cardenales, veinte, indicaba su deseo de rejuvenecer la Curia. El primero en ser nombrado fue el cardenal Montini, que le sucedería en el sumo pontificado unos años después con el nombre de Pablo VI.
También fue significativo el nombramiento del cardenal Tardini como Secretario de Estado. Había sido su superior inmediato durante su etapa como diplomático al servicio de la Santa Sede, indicando de este modo una profunda humildad y deseos de servicio a la Iglesia.
Su profunda piedad cristocéntrica se manifestó enseguida en sus primeras homilías, audiencias y discursos: su lema sería desde el comienzo el de ser fiel a Jesucristo y cercano a todos los hombres. Así, insistió hasta su lecho de muerte en la defensa de la dignidad de la persona humana, de toda persona; y en que el Evangelio debía ser proclamado por toda la tierra, como ya había subrayado en sus dos encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in terris (1963).
En el Consistorio de cardenales del 25 de enero de 1959, el Pontífice se marcó tres grandes objetivos, a modo de programa de trabajo: el anuncio de la celebración del sínodo romano, la reforma del código de derecho canónico y la convocatoria de un concilio ecuménico. Como describe Ratzinger, testigo de excepción en esos años, desde Alemania: “A principios de los años sesenta estaba a punto de entrar en escena la generación de la posguerra; una generación que no había participado directamente en la reconstrucción, que encontraba un mundo ya reconstruido y buscaba, en consecuencia, otros motivos de compromiso y de renovación. Había una atmósfera general de optimismo, de confianza en el progreso. Además, todos en la Iglesia compartían la esperanza en un sereno desarrollo de su doctrina” (J. Ratzinger, Informe sobre la fe, Madrid 1985, p. 47).
Para la puesta en marcha del Concilio Vaticano II, anunciado solemnemente por Juan XXIII en el Consistorio de cardenales del 25 de enero de 1958, se crearon diez comisiones preparatorias, correspondientes a las diversas congregaciones romanas. Al frente de todas ellas estaba la comisión del concilio, con el cardenal Tardini a la cabeza, como Secretario de Estado.
Se recibieron más dos mil respuestas del mundo entero a la encuesta romana. Tras cuatro años de intensa preparación, tuvo lugar la solemne sesión de apertura del Concilio Vaticano II en la basílica de San Pedro el 11 de octubre de 1962, con la asistencia de 2.557 padres con derecho a voto. Provenían de 116 Estados diversos.
Lo primero que hizo el Concilio fue clausurar el Concilio Vaticano I, que había quedado interrumpido en 1870 por la entrada de las tropas de Garibaldi en Roma. Lo segundo y más sorprendente fue la negativa de los padres a aprobar los 75 esquemas preparados por la Congregación del Concilio y las universidades pontificias. Se abría de ese modo el camino a un concilio nuevo, en cierto modo inesperado.
Decimos “en cierto modo”, pues algunas de las propuestas llegadas de universidades y obispados de Centroeuropa ya hablaban y sugerían propuestas de temas que fueron las que finalmente adoptó el Concilio.
El enfoque fue radicalmente distinto al de los concilios anteriores. La Iglesia se abría al diálogo con el mundo para captar sus problemas, darles respuestas desde la Revelación, y sobre todo porque dialogando con el mundo podía iluminarlo. Para ello el Concilio encontró un punto de unión con la cultura imperante en occidente: la dignidad de la persona humana.
La primera sesión se clausuró lugar el 8 de diciembre de 1962 y, como hemos dicho, trajo consigo un cambio profundo en los contenidos y en el tratamiento de los temas.
Evidentemente, como en el resto de los concilios ecuménicos, el Espíritu Santo dirigió el Concilio Vaticano II. La riqueza doctrinal que encierra y la frescura de sus análisis han soportado el paso de los años. De hecho, los textos del Concilio todavía pueden leerse y sacarse de ellos muchos frutos, tanto para la acción pastoral de la Iglesia como para el estudio de la Revelación que la Iglesia guarda celosamente.
Juan XXIII falleció el 3 de junio de 1963. Desde entonces su fama de santidad y la obtención de favores por su intercesión se fueron extendiendo por toda la tierra entre personas de toda clase y condición, católicas o no. Juan Pablo II presidió la ceremonia de beatificación de Juan XXIII el 3 de septiembre de 2000, durante el año Jubilar del comienzo del tercer milenio. En la misma celebración tuvo lugar la beatificación de Pío IX. El milagro aprobado para su beatificación fue la sanación milagrosa de una gastritis ulcerosa hemorrágica de la religiosa italiana sor Caterina Capitani en el año 1966. El 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto de su canonización, sin milagro: por la extensión de la devoción privada en el mundo entero.
José Carlos Martín de la Hoz
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