El deseo de conocer la verdad está inserto en la naturaleza humana
Cuando una persona busca sinceramente la verdad, acaba encontrando el objeto, ya presentido, de su búsqueda, pero no es tarea cómoda buscarla sinceramente sin contentarse con sus imitaciones
El deseo de conocer la verdad está inserto en la naturaleza humana, como ya afirmaba Aristóteles al comienzo de su Metafísica. Pero no se trata de buscar por buscar, como si la misma búsqueda fuera un fin, un juego de ingenio más o menos vacío. Se busca para encontrar. Algún autor de nuestra época ha definido la tarea de la inteligencia como una búsqueda sin término. Esto es verdad en un sentido (siempre podemos conocer más y mejor), y en otro sentido no lo es (ya que nuestra búsqueda logra sustanciosos hallazgos).
Esto también se realiza al ir comprendiendo los contenidos de la Revelación divina. “La luz de la fe en Jesús ilumina también el camino de todos los que buscan a Dios, y constituye la aportación propia del cristianismo al diálogo con los seguidores de las diversas religiones. La Carta a los Hebreos nos habla del testimonio de los justos que, antes de la alianza con Abrahán, ya buscaban a Dios con fe. De Henoc se dice que «se le acreditó que había complacido a Dios» (Hb 11,5), algo imposible sin la fe, porque «el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan» (Hb 11,6)” (Papa Francisco, Enc. Lumen fidei, n. 35).
Cuando una persona busca sinceramente la verdad, acaba encontrando el objeto, ya presentido, de su búsqueda. “El hombre religioso intenta reconocer los signos de Dios en las experiencias cotidianas de su vida, en el ciclo de las estaciones, en la fecundidad de la tierra y en todo el movimiento del cosmos. Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón” (idem).
No es tarea cómoda buscar sinceramente la verdad, sin contentarse con sus imitaciones. “Imagen de esta búsqueda son los Magos, guiados por la estrella hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Para ellos, la luz de Dios se ha hecho camino, como estrella que guía por una senda de descubrimientos. La estrella habla así de la paciencia de Dios con nuestros ojos, que deben habituarse a su esplendor. El hombre religioso está en camino y ha de estar dispuesto a dejarse guiar, a salir de sí, para encontrar al Dios que sorprende siempre” (…) “No hay ninguna experiencia humana, ningún itinerario del hombre hacia Dios, que no pueda ser integrado, iluminado y purificado por esta luz. Cuanto más se sumerge el cristiano en la aureola de la luz de Cristo, tanto más es capaz de entender y acompañar el camino de los hombres hacia Dios” (idem).
Buscar la verdad, con todas sus consecuencias, requiere valentía. Hay que seguir buscando, y encontrando, y volviendo a buscar. La búsqueda de la verdad excluye el apoltronamiento. “Al configurarse como vía, la fe concierne también a la vida de los hombres que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. En la medida en que se abren al amor con corazón sincero y se ponen en marcha con aquella luz que consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe. Intentan vivir como si Dios existiese, a veces porque reconocen su importancia para encontrar orientación segura en la vida común, y otras veces porque experimentan el deseo de luz en la oscuridad, pero también, intuyendo, a la vista de la grandeza y la belleza de la vida, que ésta sería todavía mayor con la presencia de Dios” (idem).
Las verdades de la fe nos invitan fuertemente a conocer más a fondo, a no darlas por sabidas. “Al tratarse de una luz, la fe nos invita a adentrarnos en ella, a explorar cada vez más los horizontes que ilumina, para conocer mejor lo que amamos. De este deseo nace la teología cristiana. Por tanto, la teología es imposible sin la fe y forma parte del movimiento mismo de la fe, que busca la inteligencia más profunda de la autorrevelación de Dios, cuyo culmen es el misterio de Cristo” (idem, n. 36).
Pero el conocimiento en profundidad de la verdad tiene un carácter dialogal, requiere de interlocutores. Y la teología no es una excepción: “la teología no consiste sólo en un esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como en las ciencias experimentales. Dios no se puede reducir a un objeto. Él es Sujeto que se deja conocer y se manifiesta en la relación de persona a persona. La fe recta orienta la razón a abrirse a la luz que viene de Dios, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más profundamente” (idem).
Buscar y encontrar, pero no como un juego vano, sino como empeño vital. “Los grandes doctores y teólogos medievales han indicado que la teología, como ciencia de la fe, es una participación en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. La teología, por tanto, no es solamente palabra sobre Dios, sino ante todo acogida y búsqueda de una inteligencia más profunda de esa palabra que Dios nos dirige, palabra que Dios pronuncia sobre sí mismo, porque es un diálogo eterno de comunión, y admite al hombre dentro de este diálogo” (idem).