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Lo sustancial de la doctrina no cambia, pero sí pueden cambiar, y de hecho cambian, sus expresiones, lo que depende de cambios en la situación de las personas o del mundo, e implica con frecuencia, como nos propone el Papa Francisco, cambios en nuestras actitudes
¿Cambia la doctrina? ¿Cómo afecta esto a la Iglesia y a los cristianos? Se han preguntado algunos ante las declaraciones del Papa Francisco, en su larga entrevista al director de la ‘Civiltà Cattolica’, difundida el 20 de septiembre. Entre otras cosas, habla de la Iglesia, de curar las heridas, de reformar las actitudes, de lo necesaria que es una fe con más humildad y autenticidad. Lo primero, dice, es la reforma de las actitudes. Y no solo de las actitudes «de los demás», sino primero de las nuestras, de los cristianos, primero de los educadores y de los pastores.
"Sentir con la Iglesia"
1. El Papa Francisco alude al «sentir con la Iglesia» −expresión que procede de los primeros Padres de la Iglesia− de esta manera:
«Una imagen de la Iglesia que me complace es la de pueblo santo, fiel a Dios. Es la definición que uso a menudo y, por otra parte, es la de la ‘Lumen Gentium’ en su número 12. La pertenencia a un pueblo tiene un fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana, Dios entra en esta dinámica popular».
Al decir esto, el Papa Francisco subraya una de sus opciones teológico-pastorales, que entiende la Iglesia, a partir del Concilio Vaticano II, como el pueblo de Dios, diversificado en los “pueblos” de América Latina que viven una intensa religiosidad popular. Esto es, la realidad del “pueblo” como sujeto al mismo tiempo de cultura y de religiosidad (cf. Doc. Aparecida, nn. 259, 301 y 550).
Se refiere luego a la Iglesia como sujeto en camino a través de la historia, y también a la prerrogativa de la infalibilidad. Una de las formas de la infalibilidad es la que todos los fieles gozan (también llamada “sentido de la fe”), ajena a todo populismo; pues el “sentido de la fe” del pueblo cristiano enlaza con la Tradición de la Iglesia y, por tanto, con el sentir de la Iglesia que es también jerárquica, casa de todos y Madre fecunda.
Curar las heridas
2. Más adelante le preguntan cuál es la mayor necesidad de la Iglesia en este momento histórico, para los próximos años, para el futuro. Después de aludir al Papa ahora emérito Benedicto con gran afecto y estima, señala el Papa Francisco:
«Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental» (el subrayado es nuestro).
Y continúa explicando que lo más elemental es anunciar la salvación de Jesucristo y ser misericordiosos. «Por ejemplo, el confesor corre siempre peligro de ser o demasiado rigorista o demasiado laxo. Ninguno de los dos es misericordioso, porque ninguno de los dos se hace de verdad cargo de la persona. El rigorista se lava las manos y lo remite a lo que está mandado. El laxo se lava las manos diciendo simplemente “esto no es pecado” o algo semejante. A las personas hay que acompañarlas, las heridas necesitan curación».
Reformar las actitudes para ser misericordiosos
3. Insiste en que sueña con una Iglesia «Madre y Pastora». En este marco afirma algo importante (de donde hemos tomado el título de estas líneas): «Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes».
Y prosigue: «Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios “clérigos de despacho”. Los obispos, especialmente, han de ser hombres capaces de apoyar con paciencia los pasos de Dios en su pueblo, de modo que nadie quede atrás, así como de acompañar al rebaño, con su olfato para encontrar veredas nuevas».
No se trata solo, por tanto, de acoger y recibir, sino también de buscar esos caminos nuevos, saliendo hacia el que no frecuenta la Iglesia, al que se marchó o es indiferente. «El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor». Es un tema que trató con los obispos brasileños en Río de Janeiro (cf. Discurso del 27-VII-2013) proponiéndoles la actitud de Jesús con los discípulos de Emaús, a quienes volvió a encender el corazón.
De nuevo, volver a lo esencial
4. Vuelve sobre ello ahora, a propósito de la relación entre las enseñanzas de la Iglesia (que son sustancialmente invariables, como las referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos) y el modo de ejercer su misión (modo que puede y debe cambiar según las necesidades de los tiempos). Se sitúa así en la estela del discurso de Juan XXIII en la inauguración del Concilio (Gaudet Mater Ecclesia, 11-X-1962). Allí se distinguía entre el depósito de la fe (sustancialmente inmutable) y las diversas expresiones (que pueden variar según los tiempos y lugares). Dice ahora el Papa Francisco:
«Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús».
También Benedicto XVI destacó la necesidad de volver a lo esencial. En esa línea sostiene el Papa Francisco que la propuesta evangélica «debe ser más sencilla, más profunda e irradiante». Y esto −añade− debe reflejarse en los contenidos y orden de la predicación: el anuncio, la catequesis, las consecuencias morales y religiosas.
Observa el Papa Francisco que para encontrar a Dios en todas las cosas es preciso saber encontrarlo «hoy» sobre la base de una actitud contemplativa, que lleva a respetar los tiempos de Dios, a veces largos −lo que exige paciencia y espera−, más que a «ocupar espacios». Esta actitud no garantiza la ausencia de algunas incertidumbres. Más aún: «Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir que es un falso profeta que usa la religión en bien propio. Los grandes guías del pueblo de Dios, como Moisés, siempre han dado espacio a la duda». Al decir esto, obviamente, no se refiere el Papa a las dudas de fe; sino que la fe, puesto que no es «visión», va acompañada de oscuridad, siendo a la vez luz suficiente para nuestro caminar (cf. Enc. Lumen fidei, n. 57).
Humildad para saber formar y educar
Lo que importa es esto: «Tenemos que hacer espacio al Señor, no a nuestras certezas, hemos de ser humildes». Pues «el riesgo que existe en el buscar y hallar a Dios en todas las cosas, son los deseos de ser demasiado explícito, de decir con certeza humana y con arrogancia: “Dios está aquí”. Así encontraríamos solo un Dios a medida nuestra». Al contrario −advierte− los grandes creyentes siempre siguen buscando y caminando, dejándose buscar y encontrar por Dios. Y esto no es relativismo ni panteísmo, «porque no eres tú el que fija el tiempo ni el lugar para encontrarte con Él. Es preciso discernir el encuentro. Y por eso el discernimiento es fundamental». Discernir viene de distinguir, darse cuenta y decidir por dónde caminar en adelante.
En relación con esto añade el Papa Francisco: «Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la “seguridad” doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva. Y así la fe se convierte en una ideología entre tantas otras. (…) Es necesario fiarse de Dios». También de esto había tratado el Papa con los obispos en Río, a propósito de los voluntarismos, funcionalismos y otras «tentaciones» ante la evangelización (cf. Encuentro con el Comité de coordinación del CELAM, 28-VII-21013).
Autenticidad
5. Hacia el final de su entrevista se refiere a las fronteras de la pobreza que hay que evangelizar, pero que no deben ser domesticadas. «Domesticar las fronteras significa limitarse a hablar desde una posición de lejanía, encerrarse en los laboratorios, que son cosas útiles». Y subraya: la reflexión debe partir también de la experiencia. Un principio muy importante para toda ciencia, también para la teología.
Tratando de las enseñanzas de la Iglesia, recuerda el pensamiento de San Vicente de Lerins −no siempre bien interpretado−, cuando compara el desarrollo biológico del hombre con la transmisión del depósito de la fe, que crece y se consolida con el paso del tiempo. «Los exegetas y los teólogos ayudan a la Iglesia a madurar su propio juicio. Las demás ciencias y su evolución ayudan también a la Iglesia a aumentar en comprensión. Hay normas y preceptos eclesiales secundarios, una vez eficaces pero ahora sin valor ni significado».
Afirma en consecuencia: «Es equivocada una visión monolítica y sin matices de la doctrina de la Iglesia». Es decir, el mensaje evangélico es inmutable, mientras que las formas de expresión de la verdad pueden y deben ser múltiples (así se explican también algunos errores en la búsqueda de la verdad, por ejemplo cuando se pierde de vista lo humano o uno se engaña sobre sí mismo).
Por eso −y en correspondencia con lo que han enseñado Juan Pablo II y Benedicto XVI al respecto− concluye el Papa Francisco: «El pensamiento de la Iglesia debe recuperar genialidad y entender cada vez mejor la manera como el hombre se comprende hoy, para desarrollar y profundizar sus propias enseñanzas».
En definitiva, como ya se ve, lo sustancial de la doctrina no cambia. Pero sí pueden cambiar, y de hecho cambian, sus expresiones. Eso depende de cambios en la situación de las personas o del mundo, e implica con frecuencia, como nos propone el Papa Francisco, cambios en nuestras actitudes. Así el Papa Francisco sigue la línea de los que le han precedido, para aplicar el Concilio Vaticano II en la situación actual de la Iglesia, tal como la percibe con su mirada de pastor entre las ovejas.
Ramiro Pellitero
Universidad de Navarra
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