Será otro Cristo que llegará a Roma dispuesto a morir por el Señor y su Iglesia ¡Adiós, amado Papa Francisco!
San Juan Pablo II falleció el domingo de la Divina Misericordia, el siguiente a la Pascua. El Papa Francisco, gran impulsor de la devoción a la Misericordia, será enterrado en la víspera de esa fiesta. Pero, ¿qué es la misericordia? ¿En qué consiste ser misericordioso?
Hace un par de años, realicé un viaje por motivos profesionales a Lituania, donde asistí a un curso de formación sacerdotal. Visité Vilnius, la capital, lugar donde surgió esta devoción. Santa Faustina Kowalska vivió allí durante un tiempo y recibió varias visiones. En Vilnius se pintó el primer cuadro de la Divina Misericordia y comenzó el rezo de la coronilla. Recuerdo con emoción mi visita al Santuario y al convento donde la santa tuvo las primeras revelaciones.
"Cuanto mayor es el pecador, mayor es el derecho que tiene a mi misericordia. Mi misericordia se confirma en toda obra de mis manos. El que confía en mi misericordia no perecerá, porque todos sus asuntos son míos y sus enemigos serán destrozados en la base de mi escabel", le dijo el Señor a la santa. Así es Dios: rico en misericordia, como nos recordó San Juan Pablo II en una encíclica.
En unas recientes palabras sobre el Papa Francisco, monseñor Ocáriz decía: “El Papa tenía gran fe en la misericordia de Dios y una de las principales orientaciones de su pontificado ha sido precisamente anunciarla a los hombres y mujeres de hoy. Con su ejemplo, nos ha impulsado a acoger y experimentar la misericordia de Dios, que no se cansa de perdonarnos; y, por otro lado, ser misericordiosos con los demás, como él ha hecho incansablemente con tantos gestos de ternura que son parte central de su magisterio testimonial”.
Ser misericordiosos es mirar con ojos de amor, estar dispuestos a perdonar, hacerse cargo de la debilidad ajena, reconocer la propia, ayudar, consolar y curar. La misericordia no consiste en mirar hacia otro lado, pactar con el mal y los defectos, o conformarnos con el modo de ser de los demás. La misericordia auténtica, la divina, es la que, con paciencia y comprensión, cura y sana, la que da vida: la propia, la que suple y se sube a la cruz para pagar en vez del otro. Esta actitud, por ser divina, tiene una gran eficacia, redime y acaba llevando al bien, sacándolo del otro.
Cuenta la tradición que, ante la persecución de Nerón, Pedro, aconsejado por sus discípulos, se dispuso a abandonar Roma. Cuando iba por la Vía Apia, vio a Jesús que, cargando con la cruz, se dirigía a Roma. Pedro dijo: “Quo vadis, Domine”. Jesús le contestó: “Si abandonas a mi pueblo, voy a Roma para ser crucificado por segunda vez”. Estas palabras avergonzaron a Pedro y lo llevaron a regresar a Roma para aceptar el martirio.
El próximo Papa será otro Cristo que llegará a Roma dispuesto a morir por el Señor y su Iglesia. Leemos en los Hechos de los Apóstoles: “La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno”. Esa sombra les sanaba. Queremos que el Papa nos sane, nos confirme en la fe, nos conduzca a Cristo, vele por la unidad de la Iglesia y sea el Papa de todos.
El mismo lunes, nada más enterarnos de la muerte de Francisco, saltaron los titulares especulando sobre su sucesor. Hasta la inteligencia artificial hace quinielas. Es verdad que hay una gran expectativa por quién será el 267 sucesor de Pedro, pero no podemos olvidar que la Iglesia no es una institución humana, sino divina. Esto explica que haya perdurado por más de dos mil años. Es el sacramento de la presencia de Cristo entre los hombres. Su misión es llevarnos a Cristo, darnos la salvación y la gracia.
Serán los señores cardenales quienes elijan al nuevo Papa, pero en el cónclave estará presente el Espíritu Santo, que será el protagonista. Recemos para que esos 133 cardenales busquen el bien de las almas y de la Iglesia, que no les muevan intereses partidistas. Jesús murió con los brazos abiertos en cruz, abarcando a todos: de derechas e izquierdas, a todos. En buena parte, todos somos protagonistas en la elección del Papa con nuestras oraciones. Vale la pena que recemos mucho, ofrezcamos el trabajo y algún sacrificio para que en el Aula Sixtina sople fuerte el Espíritu Santo.
Me decía un amigo que esperaba que el nuevo Pedro nos confirmara en la fe. Hay mucha confusión en el mundo y también en la Iglesia, y esta no debe acomodarse al mundo, sino tirar de él hacia arriba: ser sal y luz, no volverse sosa.
Terminamos con unas palabras del Papa Francisco: “La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la protección de su manto, tal y como el arte la ha representado a menudo. Confiemos en su ayuda materna y sigamos su constante indicación de volver los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios”.