“No vivimos en una época de cambios, sino un cambio de época que produce confusión, incertidumbre, desasosiego”
La lectura de “Un mundo perplejo”, último libro de José Ramón Ayllón ha despertado viejos recuerdos de mis primeros encuentros con el autor, tanto en el ámbito intelectual como en el deportivo. En abril de 1992 publicó su primer libro: “En torno al hombre”; era propiamente un tratado de antropología fruto de sus clases como profesor de Filosofía. Me regaló un ejemplar cuando nos conocimos por primera vez a finales de ese año; y su lectura nos llevaría a intercambiar no solo comentarios filosóficos sino también combates deportivos sobre las pistas de tenis.
Esa unión de lo filosófico con lo deportivo tiene más hondura existencial de lo que a primera vista podría parecer; tanto, que no fue casual que “En torno al hombre” lo prologase Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional, desde 1980 a 2001. Y como el propio Ayllón testimonió, al escribir aquel libro “pensaba en mis alumnos de Filosofía y en mis amigos deportistas”, porque no los consideraba dos colectivos heterogéneos, pues frecuentemente es la misma persona el protagonista implicado en ambas actividades. Ya desde entonces, el joven profesor miraba más lejos todavía deseando que, bajo la figura del gran deportista y buen estudiante hubiera siempre una gran persona.
En todas sus publicaciones se advierte esa finalidad: estimular el pensamiento para que nuestra lucha en esta vida alcance la belleza del deporte, tal como el griego clásico lo veía: un doble triunfo en el certamen olímpico y en la recta orientación de la existencia. Tal orientación es inseparable de una antropología que no traicione lo mejor del hombre; por eso, busca lo mejor del pensamiento filosófico griego y de todos los tiempos, para presentarlo a sus lectores, enriquecido con el aporte literario, científico, artístico, etc., aparecido a lo largo de la historia, y que Ayllón conoce muy a fondo.
En “Un mundo perplejo” permanece fiel a ese incentivo, y una vez más nos ofrece referencias sólidas ancladas en lo mejor de la herencia cultural de siglos, para orientar así nuestra existencia. Lo hace, lógicamente, en el escenario de este siglo XXI que hoy vivimos, en el que reinan tanto desconcierto mental, tantas voces confusas, tantos motivos de preocupación… El mismo autor lo señala desde sus primeras líneas que, a modo de introducción dirige “A los perplejos”, y que comienzan así:
“ No vivimos en una época de cambios, sino un cambio de época que produce confusión, incertidumbre, desasosiego”. Es algo que todos podemos constatar; y bien pegado a la realidad, continúa el autor: “Lecturas y conversaciones con amigos, colegas y alumnos me han ido aclarando las causas de esa profunda perplejidad: ‘Un sufrimiento que no asimilamos’. ‘Una felicidad tan irrenunciable como esquiva’. ‘Una familia profundamente herida’. ‘Una realidad mutante difícil de comprender’. ‘Un Dios más misterioso que todos los enigmas’”. Y señala cómo esos amigos interlocutores “piensan, leen, discuten y se hacen preguntas, mientras observan, incrédulos, cómo se evapora el viejo sentido común, cómo se confunden el bien y el mal, se tambalean las relaciones familiares y se vuelven líquidas muchas referencias sólidas que fueron grandes baluartes durante siglos”.
Esas cinco realidades las abordará a lo largo del libro, con una exposición clara y breve de cada una, no sin antes apuntar que las perplejidades que de suyo plantean, se han visto aumentadas hoy día por nuevos elementos que distorsionan una visión diáfana de la persona humana y de su dignidad.
En efecto: menciona otros factores que enturbian más aún ese río revuelto, como son: el aumento de patologías mentales, la difusión de la pornografía, el acoso del mundo virtual, las emociones y sentimientos que suplantan la verdad, la infantilizada cultura de la queja, las ideologías más peregrinas, el pantalleo compulsivo…: unos remolinos, en fin, que alimentan “un despiste existencial generalizado” y suponen “una fuente inagotable de perplejidades”.
“Para encajar el desconcierto -señala Ayllón-, los humanos hemos recurrido, desde hace siglos a los caprichos de la diosa Fortuna; a la influencia de los astros (…), al Destino, a las religiones… Hoy otorgamos nuestra confianza a la ciega evolución y al tontorrón azar, a psicólogos y psiquiatras a menudo tan perplejos como nosotros”.
Tal bosquejo de problemas presentados en la breve introducción podría incitar al desaliento y a no seguir leyendo una sola línea más del escrito; por eso, el autor cierra así su breve presentación: “Estas páginas introductorias, crudas en el diagnóstico, quieren ser esperanzadoras en el resto del libro. Aludo de nuevo a esos colegas, alumnos y amigos. Ellos y yo, lectores ávidos, hemos buscado soluciones y hemos seleccionado aquellas que nos han brindado los mejores, desde Sócrates a Viktor Frankl”.
Esa alentadora esperanza de Ayllón, por lo que a mí respecta se ha visto plena y sobradamente cumplida; y confieso que no ha sido la razón de amistad que nos une, lo que me hace afirmar eso. Ha sido, sencillamente, el modo dialogante y atractivo de abordar los cinco grandes temas antes señalados, Dialogante, porque entre Sócrates y Viktor Frankl, introduce en el debate de cada tema intervenciones de autores universalmente conocidos, que con sus puntos de vista -muchas veces contrapuestos-, ayudan al lector a disipar perplejidades y, con mirada amplia, enfocar adecuadamente el problema del sufrimiento, de la felicidad que nunca parece llegar, de los peligros que acechan a la familia, etc… Y una exposición atractiva porque los más de 140 autores a los que hace intervenir brevemente en los debates, le dan amenidad y aportan amplitud de miras, contribuyendo así a una lectura sugerente en la que el lector se ve implicado para llegar a sus propias conclusiones.
Termino ya: si José Ramón me hubiera dado a conocer el texto antes de publicarlo y pedido consejo para el título, le habría dado este: “Luces para un mundo perplejo”, porque es eso lo que aportan sus páginas. Al estar llenas de razonamientos clarificadores enraizados en lo más selecto del pensamiento desde Sócrates hasta nuestros días, el lector ve despejados los aparentes sinsentidos que plantea la vida en los temas que trata, e iluminado el camino a seguir en su peregrinar terreno.