El obispo de Trondheim (Noruega) y autor del reciente ensayo 'Castidad' visitó la Universidad de Navarra para impartir tres conferencias a distintos públicos: teólogos, investigadores universitarios y jóvenes.
Mons. Erik Varden, teólogo y obispo de Trondheim (Noruega), perteneciente a la orden cisterciense, autor de Castidad, 'La reconciliación de los sentidos' y 'La explosión de la soledad' participó en tres reuniones: una jornada académica en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, un seminario para investigadores y un encuentro con universitarios en el colegio mayor Belagua el pasado jueves 8 de febrero con motivo de la celebración de Santo Tomás de Aquino.
Varden comenzó su conferencia en la Facultad de Teología titulada “A la altura de la tormenta del corazón humano. Evangelización en tiempos de olvido" narrando la epopeya de Gilgamesh, el héroe que venció la muerte, que data en torno al año 3.000 a.C: “Gilgamesh experimentó la contingencia humana dentro de un mundo supuestamente estable. Los modernos consideran el cambio como una ley universal, dando por sentado que nada perdura, que somos partículas de polvo en un universo en expansión, que la realidad como tal avanza sin meta fija, sin centro. Solo nos queda creer en el movimiento, en el progreso. Lo perseguimos religiosamente. Han hecho del progreso un valor absoluto, es la base de la economía del mercado y cada vez gana más influencia en la antropología”.
“La época en la que vivimos se nos presenta como la próxima inevitable fase del progreso, en la que algunos predicen que el ser humano será superado por las máquinas. Hemos sucumbido a esta forma de pensar, la modernidad se caracteriza por una inmensa rabia contra cualquiera que se niegue a seguirle el ritmo. Nuestra pasión por el cambio se ha vuelto obsesiva y totalitaria. También encontramos esta misma pasión en la Iglesia. causando grandes tensiones que asolan el cuerpo eclesial hasta el punto de amenazar su unidad”, señaló Varden.
Tras este preámbulo, formuló algunas cuestiones enumerando después los puntos de los temas a tratar en el resto de su exposición: “La Palabra de Dios no habla al vacío sino a mentes y corazones suscitando una respuesta. Sus expositores deben dirigirse a personas reales, a la gente de su tiempo. ¿Pero cómo podemos transmitir eficazmente nuestro mensaje en una época que se mueve tan deprisa? ¿Cuál es la palabra liberadora que nuestro mundo anhela oír? En el contexto de la angustia de nuestros contemporáneos, ¿qué es lo esencial, ¿qué es lo transitorio?”, se preguntaba Mons. Erik Varden.
¿Qué es ser católico?
En este primer punto de la exposición Varden propuso cuatro perspectivas sobre la evangelización reflexionando sobre el potencial semántico de la palabra: “católico”. Definió católico como hospitalario: “Ser católico es habitar un espacio vasto y acogedor y respirar el aire fresco de la montaña. Ser hospitalario es invitar a huéspedes a casa, y una casa tiene límites. Es más, un hogar es un espacio que se habita y se ama. Para reclamar una casa como propia no basta con enumerar sus muebles, hay que usarla, apreciarla, hacerla nuestra. Un teólogo católico es alguien que recibe la tradición católica en su integridad, con la delicadeza de un invitado, con el agradecimiento que tiene encontrar un hogar en ella y encantado de invitar a otros a entrar y permitirles la experiencia de estar en casa”.
Un segundo sello distintivo de lo católico, según Mons. Varden es que “la verdad católica es lo que ha sido creído en todas partes siempre y por todos. Esto no significa decir que la teología permanezca estática, sino que su objeto no cambia. Este objeto es dado, revelado y exige reverencia”.
Varden alertó también de los peligros con los que se encuentra la teología: “Una teología que aspira a ser católica no puede reorientarse a causas de menos cuantía. Debemos tener cuidado con los proyectos que pretenden desarrollar una teología de esto o aquello. Del mismo modo, defender la teología de etiquetas que describen identidades políticas. La teología es el abordaje inteligente, humilde y orante del depósito de la fe transmitido en la Iglesia; nada menos y nada más. Si la Iglesia intenta seguir el ritmo de modas pasajeras, ese intento está destinado al fracaso. Siempre irá unos pasos por detrás. Se arriesga a dar una imagen lamentable, incluso cómica, como los padres de mediana edad que intentan vestirse igual que sus hijos adolescentes. Este hecho revela la fragilidad de la insubculturación; nos enseña que el diálogo católico con la cultura contemporánea debe alcanzar las aguas tranquilas de las profundidades, no contentarse con los desperdicios depositados por la marea en las playas”.
En una época en dónde las facultades de Teología son expulsadas de las universidades, Varden remarcó que es vital mantener la integridad intelectual de la disciplina: “El apostolado intelectual desempeña un papel central a la hora de mostrar la coherencia y la belleza del magisterio católico; ha permitido un modelo metafísico a mentes limitadas por el formateo de una lógica computacional. Si bien la teología católica desafía y satisface al intelecto, no se limita a las formas discursivas, apela a todo nuestro ser”.
“La teología católica por tanto es compasiva y abierta de miras, pero tiene unos límites claros y bien definidos. Reencuentra constantemente sus raíces en la revelación divina y en el depósito de la fe, para a partir de ahí, encontrar respuestas adecuadas y sobrenaturales a los dilemas contemporáneos. Es bien compacta, firme en su núcleo, tiene la solidez necesaria para sostener la tensión intelectual y anunciar de manera coherente y segura la esperanza que se le ha confiado”.
El origen de la controversia sobre la custodia apropiada de la tradición está en la sensibilidad
“Nada de esto es polémico en principio”, afirmaba Varden. “La controversia llega navegando desde otra coordenada. Actualmente se habla mucho de lo que es católico y lo que no lo es, no solo a base de principios, sino sobre la base de la sensibilidad. En este punto las discrepancias arrecian”.
Mons. Varden pasó a examinar “la tendencia por la que los mayores llaman retrógrados a los jóvenes y surgen conflictos sobre la custodia apropiada de la tradición. Las disputas generacionales entre lo que hay que dejar en el desván y lo que hay que bajar de él no son originales, ocurren en todos los tiempos. Están condicionadas por una experiencia de ruptura”.
En este punto compartió su experiencia personal durante sus años como superior monástico, sintiéndose con las manos atadas: “Un abad”, dice san Benito, “es alguien que saca del almacén cosas nuevas y viejas”. Esto es difícil de hacer cuando hay tanto de lo viejo que ha sido tachado de redundante y desechado. En términos de liturgia, costumbres y observancia, la mayoría de las comunidades católicas todavía navegan en la estela de un tornado. Muchos de sus rasgos modernos están fosilizados con formas amables, pero sin vida”.
“Tachar a los hombres inquietos por el catolicismo moderno de tradicionalistas descerebrados o acusarlos a bocajarro de oponerse al Concilio Vaticano II”, afirmó Varden, “es demasiado simplista. De hecho el Concilio rara vez es objeto de controversia. Lo que suscita interrogantes es la forma en que se ha aplicado o instrumentalizado. El malestar surge de un sentimiento de pérdida, que se traduce en dolor”.
“Estamos viviendo no solo una época de cambio, sino un cambio de época. En cierto modo esto es evidente”, señaló Varden. ¿Cómo transmitir entonces el mensaje cristiano en una sociedad de cambios constantes? “El kerigma cristiano se basa en la irrupción de la eternidad en el tiempo. Esto implica que las coordenadas existenciales son y deben permanecer constantes. Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega, suyo es el tiempo y la eternidad, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Esta idea capital está resumida en el lema cartujo: mientras el mundo gira, la cruz permanece firme”.
“El depósito de la fe encuentra siempre nuevas formas de expresarse, habla muchos idiomas, adopta diferentes formas culturales”, concluyó Varden. “Encontrar su correcta articulación en el presente es el reto de cada generación. Lo que importa es esto, no reducirlo a menos de lo que es”.
“Del cristiano de hoy depende que el cristianismo aparezca ante todos como la juventud y la esperanza del mundo”
Por último, quiso cerrar su exposición aportando el anuncio en vista de una sanación. Los católicos, según Mons. Varden, deben “buscar el arraigo en Cristo, una renovación de la fidelidad, la santidad, la coherencia y el celo católico sin ataduras a una retórica que ya ha perdido su significado”. Porque tal y como señaló, “depende del cristiano de hoy que el cristianismo aparezca ante todos como la juventud y la esperanza del mundo”.
Esta conferencia comenzó con la inquietud de Gilgamesh, alguien que vivió hace 5.000 años, y Varden la terminó afirmando que “la condición humana no ha cambiado mucho desde entonces”.
En el deseo del corazón de los jóvenes
“No dejéis de escuchar los deseos más profundos del propio corazón”. Así se dirigía por la tarde Varden a un abarrotado salón de actos lleno de universitarios en el colegio mayor Belagua.
En este entrañable y profundo coloquio los jóvenes le preguntaron por su historia de acercamiento y conversión a la fe católica. Varden, de forma sencilla y simpática, reconoció que por temperamento es más bien reservado en lo que se refiere a su vida personal, pero que últimamente se ha "resignado" a compartir estas cosas. De su historia personal destacó la importancia que tuvo para él la amistad con su compañero de habitación en el internado donde estudió, en Gales; un chico musulmán chiita, muy inteligente, que le ayudó a ver que la existencia de Dios es algo muy razonable. También señaló el papel decisivo de su sensibilidad por la música y el impacto que le causó experimentar la fuerza del silencio en su primer encuentro con la vida monástica.
La conversación siguió transcurriendo de forma distendida en torno a los temas de sus últimos dos libros (la castidad y la soledad). También le preguntaron por la tentación del desánimo, motivos de preocupación y de esperanza en los tiempos actuales, las dificultades para vivir la fe, etc. Varden habló con gran realismo y esperanza, animando a los jóvenes a rechazar el pesimismo y disfrutar de lo que hacen, afrontando con paciencia el reto de llegar a esa síntesis armónica, a esa integridad y coherencia a la que conduce la fe.
Manifestó su preocupación por la facilidad con que occidente se olvida de las lecciones del pasado, por ejemplo, en lo que se refiere a la guerra, pero también dijo sentirse sorprendido por el gran deseo de bondad que encuentra en muchas personas.
Terminó animando a los jóvenes a apoyarse más y más en el amor de Dios Padre por cada uno, y a ser constantes en su búsqueda personal de la verdad. Este fue un punto en el que insistió particularmente: no dejar de escuchar los deseos más profundos del propio corazón.
Redacción de opusdei.org/es
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