En ese Niño están todos los niños del mundo que penan y gimen, todos los niños que reclaman nuestra ternura y nuestro abrigo
Leo que la italiana Meloni pretende proteger mediante ley los belenes navideños, multando a las autoridades educativas que pretendan prohibir que los niños monten belenes en las escuelas. Sobrecoge pensar que sociedades que antaño fueron católicas como la italiana o la españolala apostasía haya alcanzado un grado de perversidad tal como para que en las escuelas se prohíba montar belenes; pues estas prohibiciones no las promueven fieles de otras religiones, sino apóstatas de la religión católica que han desarrollado contra ella una inquina enfermiza y azufrosa (la inquina de quienes «creen y tiemblan»). Pero sólo las sociedades emponzoñadas con el veneno de la auto-destrucción pueden renegar de una expresión devota y artística tan conmovedora como los belenes navideños, ante la que ninguna persona de buena voluntad puede sino conmoverse. Pues en el belén se representa un misterio radiantemente divino, pero también un misterio trágicamente humano, que es el misterio de la pobreza y el desvalimiento, el misterio de la fragilidad y la inocencia que nos interpelan y reclaman nuestra ayuda. Mirando a ese Niño nacido en un pesebre, aunque ni siquiera creamos en el misterio divino que encarna, algo se remueve dentro de nosotros, porque en ese Niño están todos los niños del mundo que penan y gimen, todos los niños que reclaman nuestra ternura y nuestro abrigo.
El belén navideño nos invita a reconocer en los niños un hálito divino que merece ser protegido desveladamente; y nos invita también a hacernos como niños, para disfrutar de la belleza menestral y sencilla que se cobija en sus figuras. Sólo quienes «creen y tiemblan» pueden rechazar un belén; y todas las justificaciones que se pergeñan para justificar ese rechazo no son más que expresiones reviradas de un odio que necesita expresarse indirectamente, avergonzado –o tal vez demasiado orgulloso– demostrar su verdadera naturaleza. Ernest Hello señalaba que jamás se había tropezado con un ateo militante que detestase por igual todas las religiones; y se sorprendía al descubrir que la mayoría de quienes se confesaban ateos militantes profesaban indiferencia, y hasta condescendiente simpatía, por los más variopintos cultos, concentrando su aversión de forma exclusiva en la religión católica. A veces, como Hello, me he preguntado: «Si todo esto que se representa en el belén navideño fuese una falacia pueril y trasnochada, ¿por qué provoca tanto rechazo entre algunos?».
Nunca he hallado una respuesta lógica; ni ha sabido nunca nadie brindármela. Así que he tenido que aceptar humildemente que la animadversión que algunos profesan al belén navideño se explica porque representa una verdad universal y eterna; mientras que la complaciente hospitalidad que se brinda a cualquier otro símbolo irreligioso se explica porque todos ellos representan multiformes, efímera se intercambiables mentiras. Aunque parezca increíble, también hay hechos tenebrosos muy iluminadores.