El nacionalismo integral es una quimera, o peor aún: un engaño para obtener votos.
Se cumplen, dentro de unas semanas, setenta años de la muerte del intelectual francés que inspiró la Action française, periódico y movimiento político de principios del siglo XX. En las páginas que se vuelven a poner a la venta, Maurras defiende su “nacionalismo integral”. Sostiene que Francia está en decadencia por la influencia de los jacobinos, de los protestantes, de los judíos y los masones. Para recuperar sus esencias es necesario que “Francia esté sola”. Es necesario recuperar una identidad arraigada en Grecia, Roma y el Mediterráneo, hostil a la Europa anglosajona y germánica.
Maurras no admiró a Hitler, pero sí a Mussolini y a Franco.
Perdió la fe en su adolescencia y se definía como un católico no cristiano.
Despreciaba a Cristo por ser judío.
Sin embargo ensalzaba el catolicismo y a la Iglesia por su capacidad de defender la tradición y los valores naturales.
Siempre defendió “la política ante todo”. Pensaba que solo un poder político tiene los medios de llevar a cabo reformas sociales.
Y por eso la cuestión cultural, la cuestión moral, la cuestión social, quedaba reducida a una cuestión política.
Muchos católicos fueron detrás de la Action française, pensaron que era el mejor instrumento para defender su modo de entender el mundo.
Pero todo se complicó cuando Pio XI condenó buena parte de las obras de Maurras.
No fue una condena política, fue una condena para defender claramente la centralidad de Cristo.
El papa señaló que la ideología del nacionalismo integral no buscaba el “reinado social de Nuestro Señor Jesucristo”.
No es casualidad que Maurras vuelva a las librerías. Lo hace en un momento en el que cierto tipo de soberanismo, reclamando los valores de la familia, la dignidad de la tradición, la “seguridad étnica” y la singularidad de las estructuras productivas nacionales, reclama “menos Europa”. América primero, Francia sola, España lo único importante son los slogans de ahora.
En realidad, en este momento, si la política se concibe no como un proyecto ideológico sino como instrumento para atender las necesidades reales, lo más urgente y lo más necesario es fortalecer el proyecto Europeo. La pandemia y la guerra de Ucrania nos han dejado claro cuánto necesitamos “más Europa” y cómo, a pesar de todos los problemas, una Europa tendencialmente federal es posible.
El orden internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial ha desaparecido y estamos amenazados por sistemas autocráticos (Rusia, Turquía, China, Qatar) dispuestos a usar la violencia y la represión.
Los movimientos de globalización y desglobalización exigen la existencia de potencias regionales de mediano tamaño también en lo económico.
Pensar que un país de la Unión Europea, puede salir adelante solo es estar fuera de la realidad. No hay más que mirar lo que le está sucediendo al Reino Unido después del Brexit. Y el Reino Unido no es cualquier país.
La lucha contra el Covid y sus consecuencias económicas ha permitido que los socios de la Unión Europea hayan dado pasos muy importantes. Sin la ayuda de los Fondos Next Generation los países del sur hubiesen quedado sepultados por la crisis. Se ha emitido deuda conjunta, solución que hasta ahora era impensable. Antes de la guerra, las posiciones hacia Rusia eran muy variadas: unos la consideraban un aliado, otros un desafío estratégico. La invasión ha servido de revulsivo: se ha adoptado un paquete de sanciones sin precedentes, Alemania ha cambiado su política exterior. Ha sido posible una acogida de refugiados ucranianos que ha dejado atrás lo sucedido en 2015. Para afrontar la crisis generada por el cierre del gaseoducto Nord Stream se va a aprobar una política energética común.
El momento es delicado. Cualquier avance del soberanismo supondría un golpe para el euro. El nacionalismo es pobreza e inestabilidad.
Fernando de Haro, en paginasdigital.es/
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