En la Audiencia general de hoy, el Papa ha impartido su tercera catequesis en el ciclo dedicado al discernimiento, que comenzó el pasado 31 de agosto
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis sobre el discernimiento reflexionamos acerca de uno de sus elementos constitutivos, que es la oración. La oración es indispensable para el discernimiento espiritual, porque nos permite entrar en intimidad con el Señor, ser sus amigos, y así poder reconocer lo que a Él le agrada. Esta relación íntima o familiar con Dios también nos ayuda a alejar los miedos y las dudas que pueden turbar nuestro corazón cuando nos disponemos a cumplir su voluntad.
Sabemos que discernir no es fácil, porque no somos máquinas que reciben instrucciones y las llevan a cabo, sino personas. Y en la vida de las personas muchas veces se presentan tantos tipos de obstáculos, sobre todo afectivos. Lo vemos en el caso del joven rico, que quería seguir a Jesús, pero tenía su corazón dividido entre Él y las riquezas. Al final optó por las riquezas, aunque esto lo dejara triste. Por eso, es necesario ser amigos de Jesús, estar abiertos a su gracia, para que Él nos ayude a superar las dificultades y a seguirlo con alegría.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Retomamos las catequesis sobre el tema del discernimiento −porque el discernimiento es muy importante para saber lo que nos pasa por dentro; sentimientos e ideas, y discernir de dónde vienen, a dónde me conducen, a qué decisión−, y hoy nos detenemos en el primero de sus elementos constitutivos, que es la oración. Para discernir es necesario estar en un ambiente, un estado de oración.
La oración es una ayuda indispensable para el discernimiento espiritual, especialmente cuando se trata de afectos, permitiéndonos dirigirnos a Dios con sencillez y familiaridad, como hablamos con un amigo. Es saber ir más allá de los pensamientos, entrar en intimidad con el Señor, con una espontaneidad afectuosa. El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y la confianza con Dios, que crece en ellos y les hace cada vez más fácil reconocer lo que le agrada. La verdadera oración es familiaridad y confianza con Dios. No es rezar como un loro, bla, bla, bla, no. La verdadera oración es esa espontaneidad y afecto con el Señor. Esa familiaridad vence el miedo o la duda de que su voluntad no sea para nuestro bien, tentación que a veces cruza nuestro pensamiento y vuelve el corazón inquieto e incierto o incluso amargo.
El discernimiento no pretende una certeza absoluta, no es un método químicamente puro, no exige certeza absoluta, porque se trata de la vida, y la vida no siempre es lógica, presenta muchos aspectos que no pueden encerrarse en una sola categoría de pensamiento. Nos gustaría saber con precisión qué se debe hacer, pero, incluso cuando sucede, no siempre actuamos en consecuencia. Cuántas veces hemos tenido también nosotros la experiencia descrita por el apóstol Pablo, que dice así: «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7,19). No somos sólo razón, no somos máquinas, no basta recibir instrucciones para cumplirlas: los obstáculos, como la ayuda, para decidirse por el Señor son sobre todo afectivos, del corazón.
Es significativo que el primer milagro realizado por Jesús en el evangelio de Marcos sea un exorcismo (cfr. 1,21-28). En la sinagoga de Cafarnaúm libera a un hombre del demonio, librándolo de la falsa imagen de Dios que Satanás sugiere desde el origen: la de un Dios que no quiere nuestra felicidad. El endemoniado del pasaje evangélico sabe que Jesús es Dios, pero eso no le lleva a creer en Él. De hecho, dice: «Has venido a arruinarnos» (v. 24).
Muchos, incluidos los cristianos, piensan lo mismo: es decir, que Jesús también podría ser el Hijo de Dios, pero dudan que quiera nuestra felicidad; en efecto, algunos temen que tomar en serio su propuesta, lo que Jesús nos propone, signifique arruinar su vida, mortificar nuestros deseos, nuestras más fuertes aspiraciones. Esos pensamientos a veces asoman dentro de nosotros: que Dios nos está pidiendo demasiado, tenemos miedo de que Dios nos pida mucho, que realmente no nos ama. En cambio, en nuestro primer encuentro vimos que el signo del encuentro con el Señor es la alegría. Cuando me encuentro con el Señor en la oración, me pongo contento. Cada uno se vuelve alegre, algo hermoso. La tristeza, o el miedo, en cambio, son signos de distanciamiento de Dios: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos», dice Jesús al joven rico (Mt 19,17). Por desgracia para ese joven, algunos obstáculos no le permitieron realizar el deseo que tenía en su corazón, de seguir más de cerca al “maestro bueno”. Era un joven interesado, emprendedor, había tomado la iniciativa de encontrarse con Jesús, pero también estaba muy dividido en sus afectos, las riquezas eran demasiado importantes para él. Jesús no lo obliga a decidirse, pero el texto advierte que el joven se aleja de Jesús «triste» (v. 22). Quien se aparta del Señor nunca está contento, a pesar de tener a su disposición una gran abundancia de bienes y posibilidades. Jesús nunca obliga a seguirlo, jamás. Jesús te hace saber su voluntad, de todo corazón te hace saber las cosas, pero te deja libre. Y esto es lo más bonito de la oración con Jesús: la libertad que nos deja. En cambio, cuando nos alejamos del Señor nos quedamos con algo de tristeza, algo malo en el corazón.
Discernir lo que sucede en nuestro interior no es fácil, porque las apariencias engañan, pero la familiaridad con Dios puede disolver suavemente las dudas y temores, haciendo nuestra vida cada vez más receptiva a su «luz amable», según la bella expresión de San John Henry Newman. Los santos brillan con luz reflejada y manifiestan en los gestos sencillos de su jornada la presencia amorosa de Dios, que hace posible lo imposible. Se dice que dos esposos que han vivido juntos durante mucho tiempo amándose terminan pareciéndose. Algo similar puede decirse de la oración afectiva: de manera gradual pero eficaz nos hace cada vez más capaces de reconocer lo que importa por connaturalidad, como algo que brota de lo más profundo de nuestro ser. Estar en oración no significa decir palabras, palabras, no; estar en oración significa abrir el corazón a Jesús, acercarse a Jesús, dejar que Jesús entre en mi corazón y nos haga sentir su presencia. Y ahí podemos discernir cuando es Jesús y cuando somos nosotros con nuestros pensamientos, muchas veces lejos de lo que Jesús quiere.
Pedimos esta gracia: vivir una relación de amistad con el Señor, como un amigo habla con un amigo (cfr. San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 53). Conocí a un religioso anciano que era portero de un colegio y siempre que podía se acercaba a la capilla, miraba al altar, decía: “Hola”, porque estaba cerca de Jesús. No necesitaba decir bla, bla, bla, no: “hola, estoy cerca de ti y tú estás cerca de mí”. Esta es la relación que debemos tener en la oración: cercanía, cercanía afectiva, como hermanos, cercanía con Jesús. Una sonrisa, un gesto sencillo y no recitar palabras que no llegan al corazón. Como dije, hablarle a Jesús como un amigo le habla a otro amigo. Es una gracia que debemos pedir unos para los otros: ver a Jesús como nuestro amigo, nuestro mejor amigo, nuestro amigo fiel, que no chantajea, sobre todo que nunca nos abandona, incluso cuando nos alejamos de Él. Se queda a las puertas del corazón. “No, no quiero saber nada contigo”, decimos. Y Él permanece en silencio, permanece ahí a la mano, al alcance del corazón porque Él es siempre fiel. Sigamos con esta oración, digamos la oración del “hola”, la oración para saludar al Señor con el corazón, la oración del cariño, la oración de la cercanía, con pocas palabras pero con gestos y buenas obras. Gracias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los responsables del Instituto de Educación Católica de Pontoise, con Mons. Stanislas Lalanne. Hermanos y hermanas, pidamos la gracia de vivir una relación de amistad con el Señor, la gracia de ver a Jesús como nuestro Amigo más grande y más fiel, que nos acompaña incluso en los momentos difíciles de nuestra vida. ¡Dios os bendiga!
Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los de Dinamarca, Ghana, Filipinas, Canadá y Estados Unidos de América. Dirijo un cordial saludo a los numerosos grupos de jóvenes estudiantes, y en particular a los candidatos al diaconado del Pontificio Colegio Norteamericano, junto a sus familias. Sobre todos invoco la alegría y la paz de Cristo nuestro Señor. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los hermanos y hermanas de lengua alemana, en particular a los numerosos alumnos y a sus profesores presentes hoy aquí. Pidamos la gracia de vivir la amistad con el Señor que nos llena de esa alegría profunda que todos buscamos. Él nunca nos abandona: con Él nunca estamos solos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a Jesús que nos enseñe a orar con sencillez y familiaridad, como un amigo habla con otro amigo. Él es el Amigo fiel que nunca falla, que siempre sale a nuestro encuentro, aun cuando nosotros nos alejemos de Él. Que Dios os bendiga. Muchas gracias.
Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los grupos brasileños de Jataizinho y Sorocaba, al “Centro de Apoio e Reabilitação para Pessoas com Deficiência” de la Santa Casa da Misericórdia de Vila do Conde, situada en Touguinha y representada aquí sobre todo por los más jóvenes, venidos a agradecer a Dios por haber salido del peligro del Covid. Queridos amigos, mirad siempre hacia adelante y no dejéis que el pasado condicione vuestra vida. Trabajad para conseguir las cosas que queréis. Junto a vosotros y vuestros seres queridos, le pido a la Santísima Virgen María que cuide y proteja a todos. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Vivamos una relación de amistad con el Señor, porque Él es nuestro Amigo más grande y fiel, que no chantajea, sobre todo que nunca nos abandona, aún cuando nos alejemos de Él. El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. En particular, a los directivos, funcionarios y capellanes del Servicio Penitenciario, venidos a Roma para agradecer el nombramiento de San Pablo como su patrón. En unos días comienza el mes de octubre, tradicionalmente dedicado a Nuestra Señora del Rosario. Al rezar esta oración en comunidades y familias, encomendad a María vuestras preocupaciones y las necesidades del mundo, especialmente la cuestión de la paz. ¡Dios os bendiga!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los fieles de Parete y de Battipaglia, esperando que, con el compromiso de todos, crezca el fervor religioso de las respectivas comunidades parroquiales. Y luego un pensamiento a la Ucrania atormentada, que está sufriendo tanto, ese pobre pueblo tan cruelmente probado. Esta mañana pude hablar con el Cardenal Krajewski que regresaba de Ucrania y me contó cosas terribles. Pensemos en Ucrania y recemos por este pueblo maltratado.
Mi pensamiento, por último, se dirige, como siempre, a jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados. Que la fiesta de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, que celebraremos mañana, suscite en cada uno una sincera adhesión a los designios divinos. Sabed reconocer y seguir la voz del Maestro interior, que habla en el secreto de la conciencia. Recemos también por el cuerpo de Gendarmería Vaticana que tiene como patrón a San Miguel Arcángel y lo celebra pasado mañana. Que sigan siempre el ejemplo del santo Arcángel y que el Señor los bendiga por todo el bien que hacen. Mi bendición para todos.
Fuente: vatican.va
Traducción de Luis Montoya
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