El amor no yerra nunca. Nadie se equivoca amando. El amor existe para que tú te hagas instrumento de la felicidad del otro; y el otro de la tuya, claro
Este lunes estrenaba yo mi bicicleta nueva. Fui a Misa y salí con prisa porque llegaba tarde a otro sitio. Al salir, desplegué mi bicicleta, que tenía escondida tras un banco, salí apresuradamente y, cuando iba a montar en ella, oí detrás de mí una voz que me llamaba. Era un joven que había conocido un par de años antes. Me asaltó sobre la marcha. Me dijo que había leído mi post sobre el avión y el paracaídas y quería hacerme una pregunta: “tú dices que, una vez has saltado en paracaídas, has de centrarte en abrir el paracaídas y olvidarte del avión. Pero…, yo me pregunto, ¿y si no acertaste al escoger el avión? ¿cómo puedes estar seguro de que ese era el avión de tu vida, tu avión?”
Recordé enseguida la analogía del avión y el paracaídas, que he utilizado varias veces, aunque no recordaba exactamente el contenido del post. La idea de fondo es que, una vez has adquirido el valor de tomar la decisión de amar a alguien para siempre, te has de concentrar en el nuevo horizonte de libertad que te ofrece esa decisión, es decir, en la persona amada, y olvidarte de si esa decisión fue o no acertada.
Cuando me compré la bicicleta experimenté el mismo temor que expresaba mi interlocutor: ¿y si me he equivocado y hay otra bicicleta mejor, otra que se adapte mejor a mis necesidades, a mis deseos, a mis expectativas? Es una incertidumbre lógica: cuando buscas algo que te haga feliz, que te satisfaga, aunque sea en una faceta tan limitada de tu vida como el transporte, es importante acertar. Y es también fácil equivocarse. Al fin y al cabo, la bicicleta existe en mi vida para servirme a mí, hacerme la vida más fácil y ha de cumplir ese propósito. Si no, no sirve, no es útil.
Pero el amor es otra cosa. En él se da un cambio radical de perspectiva. El amor no yerra nunca. Nadie se equivoca amando. El amor existe para que tú te hagas instrumento de la felicidad del otro; y el otro de la tuya, claro. En el amor, eres tú la bicicleta, Si amas, siempre aciertas. No tiene sentido preguntarse si acertaste al escoger la persona. Si decidiste amarla para siempre y ella hizo lo mismo, el acierto está asegurado. Si saltaste del avión en paracaídas, el avión era el idóneo. No tiene sentido plantearse la elección. Lo que hay que pensar es el presente y el futuro con esa persona: abrir el paracaídas.
Es como tener un hijo. Una vez has decidido tenerlo, ¿qué más da cómo sea, cómo crezca o cómo madure? ¡Ese, y no otro, es tu hijo, y has de poner todos los medios para amarlo!
Si buscas el amor para ser feliz, te equivocas…, aunque el amor, es cierto, esté llamado a darte la felicidad. Si lo buscas para hacer feliz, aciertas. Entonces, encontrarás la felicidad porque, como decían los cásicos y he recordado más de una vez, la felicidad se obtiene “per effectum”, indirectamente. Cuanto más la buscas, más esquiva se hace; cuanto más la das, más te sale al encuentro.
Solo hay una condición: el compromiso. Si tú te comprometes con ella y ella se compromete contigo a amar para siempre, el acierto está asegurado. Los dos encontraréis la felicidad en el camino de darla al otro. Si no hay compromiso, seguiréis siendo el uno para el otro una simple bicicleta: si sirve, la usare; si no sirve, la abandonaré o la cambiaré por otra. Así de radical es el amor. La lógica del amor, decía el beato Pere Tarrés, es la lógica del “todo o nada”. No hay término medio: o me entrego o la utilizo. Ella o yo. Si opto por ella, en ella me encontraré a mí y estaremos los dos; si opto por mí, también me encontraré a mí, pero estaré yo solo.
Hecha la elección, no hay que buscar más. A quien hay que buscar es a ella, a él, cada día. Y, en esa búsqueda, cuando nos encontremos los dos, seremos capaces de construir nuestro propio, único y exclusivo proyecto de vida.