La viabilidad de nuestra sociedad, pasa, y solo puede pasar, por la consideración de que nuestro nuevo mundo ha de ser el del cuidado…(…) Una civilización se juzga por la manera de conducirse con los más indefensos
A las puertas de la quinta revolución industrial (big-data, inteligencia artificial, etc.) y en plena vorágine de la actual situación confusa, a causa de la pandemia que nos asola, se alzan voces. La última la del ministro de Universidades, afirmando que este mundo, tal y como lo conocemos, está en vías de extinción si es que no ha muerto ya. Y me reafirma en una consideración: hemos de ir a una sociedad del cuidado, desechando la actual sociedad del descarte porque nos lleva inexorablemente a una lucha crónica de todos contra todos, en la que el débil sucumbe, regresando a la más cavernosa brutalidad.
Es decir, estamos en una encrucijada vital: no se trata de una era de cambios, sino de un cambio de era. O conformamos una sociedad del descarte, que comporta siempre violencia sobre el vulnerable; o bien nos balanceamos definitivamente por una sociedad del cuidado. Siempre habrá bandidos, pero estos serán los descartados, montaraces y marginados: no los que nos conduzcan a la desesperación. Y eso depende de cada uno de nosotros.
Después de lo vivido, con un confinamiento de casi dos meses; de las medidas que estamos tomando, con todo tipo de restricciones, para salvar a los más vulnerables; etc.; no deja de ser paradójico que, de soslayo, sin debate, en plena hecatombe de los viejos −días atrás informaba Levante-EMV que en agosto 2.000 personas dejaron de percibir la pensión en la Comunidad Valenciana (lógicamente por fallecimiento)− se esté tramitando una ley de la eutanasia y del suicidio asistido.
Es penoso y luctuoso, por ser más de lo mismo de un mundo que da sus últimas bocanadas y del que todavía no surge el nuevo. No soy apocalíptico. Hemos constatado, y no nos duelen prendas, que, para salvar a los viejos, estamos haciendo el pino, dejándonos el 15 del PIB, llevando a la zozobra económica a millones de personas, etc. Y resulta que precisamente ahora vamos a aprobar una ley para aniquilar a los ancianos con todas las de la ley, nunca mejor dicho. Para este viaje no necesitamos alforjas.
La verdad, no tiene mucho sentido. La viabilidad de nuestra sociedad, pasa, y solo puede pasar, por la consideración de que nuestro nuevo mundo ha de ser el del cuidado: cuidado del planeta, pero cuidado del vecino; cuidado del medioambiente, pero cuidado de la salud; cuidado de la biodiversidad, pero cuidado de lo humano; cuidado de la mascota, pero más, mucho más, cuidado del vulnerable, del indefenso, del inmigrante que se juega la vida en una endeble embarcación neumática para atravesar el gran cementerio del Mediterráneo.
No encuentro sentido a tanta contradicción; por más que me cuenten, nunca mejor dicho, el cuento de siempre: que para sufrir, es mejor otorgar el pasaporte, no precisamente el europeo, sino el definitivo. Pero esto no es más que un coletazo estertor de un mundo que estamos rematando rematadamente mal, precipitándolo al barranco del absurdo.
Parece que hay quien se empeña en crear confusión, y no distingue entre incuidables e incurables. No queremos sacrificarnos para cuidarlos: resultan molestos y prescindibles. Son líneas rojas que traspasadas nos hacen inhumanos. Algún día, cada uno de nosotros seremos también innecesarios, y nuestros valedores serán nuestros verdugos. Y después de los viejos alzheimosos, vienen los psicóticos, los discapacitados, los crónicos, los inservibles… Es la pendiente resbaladiza. Salimos de Málaga para meternos en Malagón. Una civilización se juzga por la manera de conducirse con los más indefensos.