El décimo aniversario del fallecimiento de esta teóloga alemana es una invitación a seguir pensando con audacia la fe encarnada en la vida, a hacer una teología sonriente, abierta a la cultura y al mundo personal de las relaciones humanas
El 5 de noviembre se cumplen 10 años del fallecimiento de Jutta Burggraf, la teóloga alemana cuya inteligencia y sonrisa iluminaron el campus de la Universidad de Navarra durante cerca de quince años, primero como estudiante de Teología y, a partir de 1999, como profesora de Teología dogmática y Ecumenismo. Mi hermana Eulalia tuvo la fortuna de tratarla de cerca y me ha compartido sus recuerdos. Le dejo a ella la palabra y añado al pie unos pocos comentarios:
“Conocí a Jutta Burggraf como compañera de estudios de doctorado en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra −ella destacaba por su inteligencia− y como residentes en el mismo Colegio Mayor. A pesar de su acento alemán, hablaba perfectamente español, pero −medio en broma, medio en serio− decía que se imaginaba el infierno como la hora de la cena en el Colegio Mayor, porque ¡todas las chicas hablaban a la vez y en castellano!
Me llamó la atención su personalidad: no se movía por la costumbre o el criterio común, sino que analizaba las cuestiones en profundidad, en conciencia, y actuaba en consecuencia. Seguramente por ello, era patente que rezaba de verdad. Cuando estaba ante el Santísimo “hablaba con Dios”; estaba pacíficamente sentada sonriente mirando al sagrario, como quien está disfrutando de la conversación con un amigo.
Tenía una marcada sensibilidad hacia las personas que −ahora diríamos− se encuentran en una situación marginal. No en vano había estudiado, antes que Teología, Pedagogía Especial. Por eso, cuando una persona tenía, por ejemplo, una discapacidad, sentía por ella una especial estima, en la línea de la amistad más que de la compasión.
Tuve ocasión de asistir a numerosas clases o conferencias de Jutta. Rompía los moldes, ya que captaba completamente la atención mediante un discurso leído −con énfasis y levantando frecuentemente su mirada sonriente−, sentada tras una mesa. Su discurso era siempre profundo y comprensible: parecía fácil y casi evidente lo que decía, aunque realmente no lo fuera. Su palabra siempre resultaba muy atractiva.
En un par de ocasiones me pidió que revisara un texto suyo que preparaba para publicar. Aunque me atreví a hacerle alguna pequeña sugerencia formal, puedo decir que eran textos excelentes tanto en la redacción como en su estructura y contenido. Trabajaba con gran orden. Era muy concienzuda en el trabajo que programaba con tiempo −como buena alemana−, ¡y cumplía los plazos!
Destacaré su trabajo en el campo de la Eclesiología y, en especial sobre Ecumenismo. Quizás el hecho de haber convivido en Alemania con personas de otras comunidades cristianas, le llevaba a tener muy viva esta preocupación por la unidad de la Iglesia. Puso un título muy significativo a uno de los libros que publicó sobre ecumenismo: Conocerse y comprenderse (Rialp, 2003). También recuerdo que ayudó a muchas personas su publicación y sus conferencias sobre el perdón (Aprender a perdonar, 2008). Por último, quiero mencionar su generosísima colaboración −muchas horas de trabajo oculto y sacrificado− para que viera la luz el Diccionario de Teología publicado por Ediciones Universidad de Navarra en el año 2006”.
Hasta aquí el testimonio de mi hermana Eulalia. El 3 de diciembre del 2011 la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra tributaba un sentido homenaje a quien “ha sido −en palabras del prof. José Morales− una destacada representante del grupo de mujeres que, después del Vaticano II, han hecho de la Teología una parte central de su dedicación a Dios y a los demás en la Iglesia”.
Jutta Burggraf escribió más de veinte libros, más de setenta artículos en revistas especializadas y participó en numerosos simposios y congresos. En mayo de 2009 coincidí con ella en una mesa del XX Simposio de Historia de la Iglesia en España y América, celebrado en el Real Alcázar de Sevilla, bajo la presidencia del cardenal Carlos Amigo y con el tema general de Identidad, pluralismo, libertad. Puedo asegurar que la inteligente sencillez de su brillante ponencia y su sonrisa cordial nos cautivaron a todos los asistentes.
En su semblanza teológica el profesor Morales destacaba que Jutta Burggraf “poseía en ejercicio la convicción de que la buena teología equivale a un arte de vivir. […] Entendía silenciosamente que la teología no es una ciencia infusa ni carismática. Supone y exige un esfuerzo constante, como cualquier tarea verdaderamente humana en la que se dan cita el cuerpo y la mente para generar, a veces con dolor, un esfuerzo interior que transforma la realidad y a la misma persona que piensa y siente. La teología era para Jutta un servicio y como un ministerio necesario que se lleva a cabo en la Iglesia, para la Iglesia y la entera humanidad”.
En sus obras abordó temas importantes de la sociedad actual: la vocación y misión de los laicos, el sentido de la libertad, la unión de los cristianos, la sexualidad humana, el feminismo, y muchos otros. Su lectura directa es una experiencia muy enriquecedora: siempre hace pensar a la vez que cautiva por su clarividente sencillez. Cuando leí su Libertad vivida con la fuerza de la fe (Rialp, 4ª ed. 2008), tomé estas tres notas que reflejan bien la personalidad de su autora: “Cuando estoy con una persona querida, estoy feliz” (p. 72); “Es mejor equivocarse a no pensar” (p. 113), y “La verdad engendra odio cuando se endurece o petrifica” (p. 204).
Han pasado solo diez años del fallecimiento de Jutta Burggraf y sus escritos tienen tanta fuerza y atractivo como cuando los publicó. Jutta, con su amable sonrisa, era una auténtica pensadora de frontera que llega al corazón y a la cabeza de sus lectores.