El director del Departamento de Educación y Humanidades de la Universidad Abat Oliba CEU afirma que «la pandemia puede ser una oportunidad para redescubrir algunos de los valores perennes que la vida cotidiana nos hace olvidar»
Licenciado en Filología Española por la Universidad Jagellona de Cracovia y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona, Marcin Kazmierczak ha desempeñado el cargo de vicerrector de la Universidad Abat Oliba CEU durante 12 años. Además, es el investigador principal del Proyecto I+D del Ministerio de Ciencia, Innovación y Desarrollo «Fomento de la resiliencia en la educación primaria: innovación y formación continua del profesorado» (ANDREIA).
El también coordinador del Grupo Consolidado «Familia, Educación y Escuela Inclusiva» (TRIVIUM) participa en el libro Pandemia y resiliencia: aportaciones académicas en tiempos de crisis, con un capítulo dedicado a «La lectura de grandes obras de la literatura universal como invitación al crecimiento personal en tiempos de la calamidad. El proceso de la metanoia del personaje como paso hacia la resiliencia».
Editada por Eunsa, la obra ofrece respuestas a los desafíos que plantea la crisis de la COVID-19. Con un carácter multidisciplinar, aborda la cuestión desde diferentes ámbitos de conocimiento, como la filosofía, la educación, la lingüística, el análisis literario, la intervención psicológica o la reflexión jurídica, con un denominador común: la importancia de la resiliencia en la acción educadora. Un esfuerzo colectivo que da claves para comprender y solucionar este reto, al tiempo que representa un apasionante testimonio académico de quienes han luchado en primera línea contra la pandemia.
La publicación, coordinada desde la Universidad Abat Oliba CEU, cuenta con aportaciones de profesores de la Universidad CEU San Pablo de Madrid y de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia, así como de otros centros educativos.
¿Qué es la ‘metanoia’ y cuáles son sus etapas?
Es una palabra griega que significa «cambio de rumbo» o «cambio de propósito». Fue utilizada por los traductores de la Biblia de los Setenta con el significado de arrepentimiento y conversión a Dios. El reciclaje de este término que hago en mi análisis es el de un discurso literario en el cual un personaje realiza, en palabras de Rudolf Allers, «una revolución interior» que le permite pasar del narcisismo y la egolatría al altruismo y la capacidad de entrega.
Al analizar a diferentes personajes, podemos delimitar cuatro etapas de este proceso: la situación previa a la metanoia (la descripción de los motivos de la mediocridad o incluso maldad moral en la que se encuentra el sujeto en el inicio de la trama); el suceso desencadenante (un acontecimiento dramático que rompe las falsas seguridades del sujeto y lo obliga a replantearse el rumbo de su vida); la toma de conciencia (el proceso afectivo e intelectual que hace remover la conciencia del protagonista y desemboca en una toma de decisión acerca del cambio de rumbo de su vida). Y, por último, los frutos de la metanoia, es decir, los actos concretos observables para el entorno y no solamente sucedidos en su fuero interno −como en la etapa anterior− que hacen patente el cambio radical de la actitud.
¿La pandemia del coronavirus ha hecho que nos replanteemos el sentido de la vida?
Cada uno es diferente y todos reaccionan de una manera distinta a los retos que les plantea la vida. Sin embargo, creo que un suceso de tal alcance difícilmente permite escapar a replantearse ciertas grandes preguntas para las que, en el ajetreo de la vida cotidiana, muchas veces no tenemos tiempo. El mero hecho de que, de repente, privados de una parte importante de nuestras rutinas, nos encontráramos ante el enigma del futuro −nadie sabía cuánto tiempo iba a durar la pandemia, mejor dicho, nadie lo sabe aún−, a la vez que en la proximidad de la enfermedad y de la muerte, ha generado unas circunstancias propicias para planearse el sentido de la vida, así como del sufrimiento, de la enfermedad y de la misma muerte.
¿Un acontecimiento dramático, como la actual crisis sanitaria, puede conducirnos a un cambio positivo y a una mejora personal?
No me cabe la menor duda. Un acontecimiento negativo en sí, como es la pandemia y los daños de todo tipo que genera −de salud física, psicológica, económicos, etc.,− paradójicamente, puede ser también una oportunidad para redescubrir algunos de los valores perennes que la vida ordinaria, muchas veces sobrecargada de actividades, nos hace olvidar.
Como ejemplo, al terminar las clases telemáticas con uno de los grupos de alumnos en mi universidad el pasado semestre, que fue tan complicado, les pregunté si veían algo positivo en la experiencia del confinamiento que acababan de atravesar. Sorprendentemente, todos, sin excepción, aunque coincidían que había sido una experiencia muy dura, tenían varias cosas positivas que decir. Desde leer más libros, hablar más con sus familiares y conocerlos mejor, aprender a pedir perdón y a perdonar, reflexionar más sobre sus vidas, relativizar ciertas obsesiones, por ejemplo, de éxito social −que les preocupaba sobremanera en la etapa anterior−, hasta, en el caso de una alumna que perdió a su abuelo, víctima del coronavirus, el hecho de descubrir el valor de la espiritualidad y la oración.
P.: ¿Del dolor se aprende?
R.: ¡Sin duda alguna! Como decía el profesor John Powell, jesuita, el dolor es un gran maestro. Sin embargo, como advierte Tomás de Kempis, sus beneficios no son automáticos. Muchas personas ante el dolor se vuelven amargas e infelices, mientras que otras descubren en él el impulso para la mejora y el crecimiento personal.
Powell resumía este dilema en un juego de palabras: «Become better or bitter»; ante el reto del sufrimiento, nos volvemos mejores o caemos en resentimiento y amargura, no hay otra alternativa. Es, dicho sea de paso, uno de los ejemplos del ejercicio de la libertad, que hace que todo ser humano, ante el reto de la existencia (con el reto del dolor incluido), es potencialmente un héroe y un villano.
¿Qué nos aportan los clásicos y por qué es necesaria su lectura renovada en esta época de incertidumbre?
Como defiende Alasdair MacIntyre en Tras la virtud, las narraciones clásicas no son solamente una vía válida de introducir al sujeto en la identidad y el sistema de valores de su comunidad, sino que son ¡la única vía viable y eficaz! Lo sorprendente es que lo diga un filósofo y no un autor de novelas. Pero tiene razón.
De hecho, ya en la Ética a Nicómaco de Aritóteles, si uno se pone a contar los ejemplos de la virtud y del vicio (yo lo he hecho, por extravagante que pueda parecer) o los ejemplos procedentes de las epopeyas de Homero, de las tragedias de Sófocles o de la poesía lírica griega, predominan por encima de los ejemplos de personas reales. Por inusitado que parezca, da la impresión de que un filósofo realista y objetivista como Aristóteles «se fía» más de la ficción literaria que de la realidad misma para ejemplificar las principales verdades morales. En otras palabras, le parece sumamente eficaz enseñar cómo hay que vivir para ser feliz y hacer felices a los demás (que este es el objetivo de la ética eudaimónica de los antiguos) a través del relato literario.
A esta visión de la literatura, que podríamos llamar mimético-catártica, se han adherido otros grandes lectores y analistas, además de MacIntyre, por enumerar solamente a Paul Ricoeur o, más recientemente, el grupo de investigadores del Jubilee Centre for Character and Virtue de la Universidad de Birmingham, tales como David Carr o Kristján Kristjánsson. Con ellos colaboramos asiduamente desde la Universidad Abat Oliba CEU y, particularmente, desde el grupo Familia, Educación, Escuela Inclusiva «Trivium», que ha promovido la publicación del presente volumen sobre el impacto de la pandemia, visto desde diferentes áreas académicas.
¿Los clásicos ocupan el lugar que merecen en el sistema educativo español?
Desde luego están presentes, pero mi impresión es que de una manera claramente insuficiente. Sin embargo, no es solamente una cuestión del «lugar debido», sino también del reto metodológico: ¿cómo transmitirlos de una manera atractiva, entretenida, verdaderamente instructiva para la vida? ¿Cómo hacer que no se conviertan en un triste deber y una actividad tediosa y aburrida sino que, por utilizar una expresión de La poética de Aristóteles, «seduzcan el alma» de los alumnos? Este es el gran reto del que el futuro de nuestra cultura depende mucho más de lo que parece a primera vista y que todo profesor del colegio y, más aún, de las facultades de educación, debería tener muy presente.
En el libro cita a Karol Wojtyla, Teresa de Calcuta y Victor Frankl, tres personajes que cambiaron el rumbo de su vida por la confrontación con la desgracia. ¿Cómo fue este proceso?
Son vidas muy ricas en acontecimientos y complejas y no es posible reducirlas a pocas palabras, pero me refería a que, al parecer, en la vida de cada uno de ellos, al igual que en muchas otras personas reales (y personajes ficticios), se produce un momento que privilegia el cambio de rumbo. Se trata aquí de lo que hemos llamado «el suceso desencadenante».
Karol Wojtyla estaba estudiando el primer curso de Filología Polaca en la Universidad de Cracovia, puesto que quería ser poeta y actor. Seguramente hubiera sido un buen actor y un respetado poeta. Sin embargo, los trágicos sucesos de la Segunda Guerra Mundial, que golpearon con un nivel de crueldad jamás visto a esta escala precisamente contra su tierra, su familia y sus amigos, lo obligaron a replantearse sus planes. Al estar confrontado a diario con el odio, la muerte y la desesperación, entendió que su verdadera vocación fue responder a este océano de odio con un océano aún más grande de amor y sacrificio. Así se forjó su decisión de entrar en el seminario.
Algo un tanto parecido acaeció a la Madre Teresa de Calcuta, quien, de un modo repentino, como fruto de un encuentro fortuito, en una calle de Calcuta, con un indigente moribundo, en el que vio la cara del propio Jesucristo en la Cruz, decidió abandonar la relativa tranquilidad de ser maestra en un colegio para vivir en la entrega radical a «los más pobres de los pobres», como solía decir ella misma.
A su vez, Víctor Frankl, en el infierno de un campo de exterminio nazi, descubre el poder de la terapia a través del sentido (la futura logoterapia), que le dará fuerzas no solamente para sobrevivir varios años a la dura prueba de la vida en un campo de concentración, sino, además, dedicar varias décadas de un servicio fructuoso de trabajo como terapeuta y creador de una de las escuelas de psicoterapia más importantes de nuestros tiempos. Ha ayudado a miles de personas a superar sus problemas psicológicos y, muy particularmente, aquello que el propio Frankl denominó como «el vacío existencial», siendo este, según el psiquiatra austriaco, uno de los grandes males de las sociedades de bienestar de nuestra época.
¿Qué podemos hacer para evitar que la confrontación con el sufrimiento genere una sensación de injusticia y amargura, como en el caso de Jean Valjean, protagonista de ‘Los Miserables’?
Una de las respuestas posibles podemos cifrarla en este término que viene anunciado desde el mismo título de nuestro libro y que es la ‘resiliencia’. Este concepto, además de constituir una productiva reelaboración de la clásica virtud de la fortaleza desde el lenguaje y la metodología de la ciencia positiva contemporánea, y especialmente desde la llamada psicología positiva, aporta además una serie de nuevas contribuciones a la visión clásica de la fortaleza. Una de ellas es la insistencia en lo que los expertos denominan como pilares o factores de la resiliencia, de entre los cuales destaca el de «las relaciones afectivas».
Así pues, la actitud resiliente es la que permite convertir el dolor y el sufrimiento en un trampolín, es decir, no solamente no dejarse aplastar y amargar por el acontecimiento traumático, sino, tras un periodo de «trabajo interior» (mental, afectivo, espiritual), elevarse a un nivel de integración personal, capacidad de proyección hacia el futuro y entrega a la comunidad superior a la que uno tenía antes del trauma. Es lo que en la psicología positiva se llama «el crecimiento postraumático».
Para que ello sea posible, es necesario el apoyo del «tutor de la resiliencia». De ahí que en el libro se hable también del tutor de la metanoia.
En otras palabras, no somos autosuficientes y en las situaciones de crisis y calamidad, más que nunca, debemos buscar la ayuda de los que Aristóteles llamaba «amigos virtuosos», es decir, personas que quieren nuestro bien de una manera desinteresada y que pueden ser familiares, compañeros, profesores, amigos sensu stricto, etc. En palabras de Allers, es necesario «el coraje de la imperfección», es decir, la humildad de reconocer que no somos perfectos ni invulnerables. Reconocerlo a veces es doloroso, pero es la única forma de convertir el sufrimiento en una oportunidad de crecimiento.
Aquiles, Segismundo… hay muchos, pero usted define al protagonista de ‘Crimen y castigo’, Rodia Raskólnikov, como el «personaje epifánico» por excelencia. ¿Por qué?
Porque, en su caso, «la revolución interior» alcanza dimensiones épicas: de un asesino de dos mujeres inocentes y adepto de una ideología que podríamos denominar como proto-nietzscheana, en el sentido de la exaltación de la voluntad de poder y la transmutación de valores, mediante una serie de procesos afectivos, intelectuales y espirituales, descritos con una maestría sin parangón, pasa por las cuatro etapas de la metanoia de una manera paradigmática.
En este sentido, y aquí recurro al término acuñado por Kristján Kristjánsson, que habla de las «conversiones epifánicas» (aunque él mismo reconoce que es un término prácticamente equivalente a nuestro uso de la «metanoia»), es un personaje epifánico por excelencia. El profundo y dramático realismo de la descripción de una naturaleza humana caída, a la vez que la, no menos realista, descripción de su paulatino y doloroso proceso de la regeneración moral es, sin duda, una de las cumbres de la literatura de realismo psicológico y ético de todo el canon occidental. Este personaje, además, al ser joven, rebelde e inconformista, ejerce un sorprendente atractivo sobre los lectores jóvenes de todos los tiempos, los nuestros incluidos, cosa que he podido comprobar empíricamente en las aulas de nuestra universidad.
¿Cuál es la relación entre la Parábola del Hijo Pródigo y los milenials?
Al redactar mi capítulo de nuestro libro, he comprobado que esta parábola, que en su dimensión literal es un microrrelato ficticio (en su dimensión figurada, lógicamente) tiene una carga potente de mensaje espiritual que describe un ejemplo magnífico de la metanoia con las cuatro etapas del discurso que hemos propuesto perfectamente delimitadas. Al mismo tiempo, me he dado cuenta de que precisamente en esta dimensión textual el relato describe un tipo de actitud hacia la vida, hacia la sociedad y, especialmente, hacia los superiores, que algunos intelectuales como Simon Sinek atribuyen a los milenials, es decir, jóvenes más preocupados por sus derechos y gratificaciones que por sus obligaciones y compromisos, inducidos por la cultura actual de masas en una visión narcisista y hedonista.
Esta visión está en las antípodas del modelo eudaimónico de los antiguos, según el cual uno debía ejercitarse en una serie de virtudes para tener un mayor dominio de sí mismo y, de este modo, ser más libre y más feliz, así como poder contribuir mejor al bien común de la comunidad en la que le ha tocado vivir. Las consecuencias del rumbo contrario a esta visión que ha cogido nuestra cultura son, entre otras, incapacidad para tener amistades virtuosas (las relaciones líquidas de Zygmunt Bauman) y, en consecuencia, una extrema fragilidad de nuestros jóvenes. Pero allí viene la buena noticia: ¡el cambio es posible! La metanoia o la conversión epifánica puede hacerse realidad en la vida de cada uno y, paradójicamente, los tiempos difíciles pueden favorecer este cambio.
¿La vida imita a la literatura o es al revés?
Tal y como sucede quizá con todos los fenómenos de la cultura, ambas partes de la afirmación son ciertas. La vida imita la literatura, del mismo modo que imita al cine, en el sentido de que existen obras influyentes, para bien o para mal, que despiertan en los lectores un deseo de imitación, forman (o deforman) sus gustos, generan modas, etc. Al mismo tiempo, la literatura y el arte constituyen siempre un reflejo de la realidad humana, reproducen, imitan, reelaboran y dramatizan la realidad de una manera literal o figurada.
En este caso, como en tantos otros, sorprende la genial intuición de Aristóteles, quien, en La poética, introduce los dos conceptos que hacen claramente referencia a estos dos movimientos: la mimesis (en traducción literal: la imitación) precisamente describe el hecho de que la obra de arte imita o refleja la realidad y, de este modo, se convierte en un canal de conocimiento válido acerca de la realidad en general y de la realidad humana en particular. Por otro lado, el concepto de la catarsis (purificación) −que Aristóteles evoca sin tomarse la molestia de desarrollarlo− describe este misterioso movimiento, de impacto más afectivo que intelectual, que el hecho de entrar en contacto con una historia ficticia puede surtir efecto en el receptor, generando en él el deseo de repudiar el vicio e imitar la virtud.
En conclusión, la mimesis describe el potencial epistemológico de la obra literaria, mientras que la catarsis representa el potencial pedagógico de la misma. Por eso, en nuestro Grupo reivindicamos la importancia de una visión mimético-catártica (o neoaristotélica) de la literatura en el proceso de la enseñanza y la formación del carácter.
¿Qué podemos encontrar en el libro ‘Pandemia y resiliencia: aportaciones académicas en tiempos de crisis’, en el que usted ha participado?
Aparte de mi capítulo sobre la metanoia, del que acabo de hablar, hay una veintena de aportaciones de sumo interés y máxima actualidad desde diferentes ámbitos de conocimiento y que tratan la problemática de la pandemia en diferentes sectores de la vida social, vista desde el prisma de las investigaciones realizadas por los diferentes autores. Entre estos ámbitos, destacan la filosofía, especialmente la filosofía de la educación, la didáctica, la lingüística (posiblemente la aportación más completa y extensa es la que trata de la evolución del lenguaje en los tiempos de la pandemia), la psicología, el análisis literario, las cuestiones jurídicas, etc.
El libro pretende convertirse en una crónica académica de una situación inaudita en la escala de un siglo (recordemos que desde la última pandemia han transcurrido más de cien años). El lector puede observar de qué modo los académicos y educadores que se encuentran en primera línea de la batalla contra las consecuencias del coronavirus analizan esta situación, expresan sus preocupaciones y advertencias, así como plantean posibles soluciones y respuestas, tanto de orden práctico como teorético.
De este modo, esta obra colectiva constituye, al mismo tiempo, un manual de buenas prácticas ante la crisis actual, a la vez que un espacio de debate y reflexión sobre algunas de las grandes cuestiones universales y retos perennes de la humanidad. Con esta crisis han vuelto a plantearse de una manera más aguda y exigirnos unas respuestas renovadas a algunas de las preguntas de siempre.
Entrevista de Hilda García.
Fuente: eldebatedehoy.es.
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