Esta situación de pandemia es ocasión para descubrir lo importante de la vida, la relación con Dios, la solidaridad, la entrega del tiempo a los demás, la cercanía con los familiares, y las ventajas de las tecnologías de comunicación
A un novelista de éxito le hacían la siguiente pregunta: Si tuviera que marchar a una isla solitaria con un solo libro ¿cuál se llevaría? Su respuesta fue: Me llevaría la Biblia, porque me parece la novela más formidable, con un comienzo espectacular y un final impresionante.
No hace falta ser católico de misa diaria para pensar de ese modo, y basta con tener sentido del misterio, capacidad de emocionarse, algo de sentido común, y poseer unas ideas claras para amueblar la cabeza. Será suficiente recordar las ideas contenidas en el libro de la Sabiduría o los Proverbios, los salmos, san Juan o las cartas a Timoteo para caminar por la vida con un sentido y desarrollar una personalidad coherente.
Se ha publicado «Cristianos en la sociedad del siglo XXI», que recoge una entrevista con el Prelado del Opus Dei, monseñor Fernando Ocáriz. Ha sido realizada por Paula Hermida que ha investigado sobre antropología, ética, y familia, a partir de sus estudios de filosofía y teología; cuenta además con la experiencia interesante de ser madre de ocho hijos.
Me referiré tan solo a unas pocas ideas que aplican a nuestro tiempo el mensaje siempre válido de la Biblia, desde la perspectiva del carisma del Opus Dei en la Iglesia, que consiste en encarnar la santidad en la vida ordinaria con la responsabilidad y la soltura de quienes se saben hijos de Dios. Una santidad que es don de Dios y un poco de correspondencia, sin pretender dar lecciones a nadie. Giran en torno a los nuevos retos y nueva creatividad, la misión y el destino de la familia en el siglo XXI, la Iglesia en tiempos nuevos, y el alcance de la libertad.
Respecto a la pandemia el Prelado considera que es un tiempo para redescubrir quién soy y por qué vale la pena gastar la vida. Parece que el dolor no tiene sitio en nuestra sociedad y por ello la entrevistadora pregunta cómo encontrar sentido en medio de tantos enfermos contagiados y miles de muertos en penosas condiciones. En primer lugar, conviene no olvidar que el dolor no es algo natural pero tiene sentido en sí mismo, pues el sufrimiento unido a la Cruz es el camino más corto para identificarse con Jesucristo, responde Ocáriz.
Todos vamos cursando la asignatura de la Cruz aprendiendo a convivir con el dolor, incluido el sufrimiento desconcertante de los inocentes, porque llegan a participar del valor redentor del gran dolor de Jesucristo: asume desde la Cruz todo dolor humano en toda la historia, acogiendo a cada persona que sufre, incluidos naturalmente los que no encuentran ese sentido. De hecho muchas personas han descubierto ese valor salvífico durante la pandemia regresando a Jesucristo.
Esta situación de pandemia es ocasión para descubrir lo importante de la vida, la relación con Dios, la solidaridad, la entrega del tiempo a los demás, la cercanía con los familiares, y las ventajas de las tecnologías de comunicación, añade el Prelado.
A la pregunta sobre la santidad en el mundo mediante el trabajo y las ocupaciones ordinarias del cristiano, monseñor Ocáriz responde que es misión de los cristianos poner a Jesucristo en la cima de las actividades humanas, no por soberbia sino por servicio. Es verdad que hay un alejamiento de la fe aunque la sociedad global tiene más luces que sombras; los fieles católicos sabemos que Jesucristo es Señor de la historia y concede sus gracias para cumplir nuestra misión evangelizadora, sin añoranzas del pasado y con una fidelidad dinámica al Evangelio.
Y cuando Hermida pregunta sobre la acción del demonio responde dando la vuelta: reconocemos que a veces actúa a sus anchas, pero ¡cuánta gente buena hay en el mundo! y no sabemos qué proporción se debe al mal uso de la libertad que ofende a Dios y abusa del prójimo. Recuerda el dicho: «Lo único que necesita el mal para triunfar en el mundo es que los buenos no hagan nada». En efecto, hay también en nuestro tiempo tantas personas comprometidas con el bien y la justicia social: «Quizá no hacen tanto ruido o su presencia no es tan vistosa, pero qué duda cabe de que son una fuente de bien y esperanza para la Iglesia y para el mundo», responde.
Preocupa a muchos católicos la marcha de la Iglesia al ver que es rechazada en algunos ámbitos, aunque conviene no olvidar su labor en favor de la dignidad de toda persona vista como hija de Dios. A veces parece que se da un atrincheramiento en la doctrina y en la moral, pero hay que tener visión de conjunto pues esta Iglesia encarnada en el siglo actual sostiene la dignidad de todas las personas y defiende una ecología verdaderamente humana. Su llama compartir, a vivir con austeridad, a la templanza abre puertas a la esperanza y la solidaridad. La unidad con el Papa, ahora Francisco, es garantía de comunión verdadera, y a ello alude el Prelado en varias ocasiones, teniendo en cuenta además que algunos lo critican.
La disminución de las vocaciones preocupa a todos y sin embargo muchos jóvenes se deciden a seguir de cerca a Jesucristo con su integración en los movimientos laicales. Además muchas familias son verdaderas iglesias domésticas y semilleros de vocaciones. También durante la pandemia se han dado conversiones, vocaciones a lo Saulo, que dan testimonio y arriman el hombro en la Iglesia. La oración con esperanza encuentra siempre respuesta desde el cielo
Entrando en la cuestión sobre la fidelidad a todos los niveles y especialmente en el matrimonio, responde que esa cualidad no es inmovilismo y renuncia a otras oportunidades, pues la grandeza de la libertad no arbitraria sino precedida por un bien tan grande que no se abandona. La fidelidad es defensa de la persona frente a la vejez de espíritu, la aridez de corazón y el anquilosamiento mental. Añade que la vocación matrimonial es cooperación directa al cien por cien en el plan de Dios con la humanidad, y responsabilidad primer en la Iglesia.
¿Se puede vivir hoy la castidad? La realidad fabricada o manipulada no lo hace fácil, desde que se ha desvinculado el sexo del amor y de la donación. La revolución sexual y la pornografía accesible ha alterado profundamente la percepción del amor y seguimos recogiendo los frutos de esa falsa liberación. Sin embargo, la sexualidad es un don de Dios, que capacita para la donación y entrega sin restricciones, ni frenos a la vida.
En este contexto de donación se puede entender el celibato sacerdotal, apostólico o consagrado, por razones teológicas y no solo prácticas, que también cuentan. Sostiene el Prelado que en este mundo actual tan respetuoso con la libertad ¿por qué se va a criticar el celibato libremente elegido por amor a Dios y disponibilidad de servicio al prójimo? Con sus palabras: «Naturalmente, para reconocer el celibato como don de Dios y no considerarlo una patología afectiva, es necesario comprender previamente el amor y, en consecuencia, el valor humano de la castidad».
El lector puede comprobar que Fernando Ocáriz no propone ideas sorprendentes sino el estímulo a trabajar por lo perdurable y bello de la vida, sin pesimismos ni optimismos infantiles, con fe y libertad, cultivando la amistad sin creerse por encima de nadie. Podemos advertir que el hilo conductor de estas propuestas es la libertad de espíritu y la esperanza en el poder transformador de la palabra de Dios contenida en la Biblia como el gran programa de vida válido para todos los tiempos.
Jesús Ortiz López, en religion.elconfidencialdigital.com.
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