La vida de cada hombre se beneficia de la protección y ayuda de los ángeles, a los que Dios ha encomendado nuestra guarda, custodia e intercesión. Son buenos amigos nuestros, por ser buenos amigos y servidores de Dios
Desde hace bastantes años es frecuente, en la literatura y en el cine de ficción, hablar de los extraterrestres: unos seres misteriosos e inteligentes, dotados de grandes poderes. La imaginación se despliega ampliamente al describir las facultades y las proezas de esos entes ficticios.
Sin embargo, la realidad es mucho más admirable y rica que la ficción. Los ángeles, seres espirituales, no corporales, creados por Dios, superan inconmensurablemente la inteligencia, la perfección y el poder de los así llamados extraterrestres. El Símbolo de Nicea-Constantinopla señala que Dios es el Creador “de todo lo visible e invisible”. Asimismo se expresa la profesión de fe del IV Concilio de Letrán: “al comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo”.
Los ángeles aparecen en la Biblia siempre como servidores y mensajeros de Dios, no como poderes independientes de Él, son “agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra” (Salmo 103, 20). Jesucristo afirma de ellos que contemplan “constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10). “En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales (...) e inmortales (...). Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria es testimonio de ello” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 330).
Las intervenciones de los ángeles recorren constantemente las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento, al servicio de los planes divinos para la salvación de los hombres. En los umbrales de la Redención el ángel Gabriel anuncia el nacimiento de Jesucristo y de su precursor San Juan Bautista (cf. Lc 1, 11.26). Los ángeles están al servicio de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él” (Col 1, 16). Son mensajeros de la salvación: “¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?” (Heb 1, 14). A lo largo de la vida terrena de Jesús, desde la Encarnación a la Ascensión los ángeles le adoran y le sirven: en su nacimiento, en su infancia, en su penitencia en el desierto, en su agonía de Getsemaní, en el anuncio de su Resurrección. Y lo harán también en su segunda venida, “cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles” (Mt 25, 31).
La vida de cada hombre se beneficia de la protección y ayuda de los ángeles, a los que Dios ha encomendado nuestra guarda, custodia e intercesión. Son buenos amigos nuestros, por ser buenos amigos y servidores de Dios.
Sin embargo no todos lo fueron. Hubo en los comienzos una prueba, en la que algunos sucumbieron. El Concilio IV de Letrán, del año 1215, enseña: “El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos”. El pecado de estos ángeles fue un rechazo libre, radical e irrevocable, ya que en ellos no hay arrepentimiento. “La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquél a quien Jesús llama «homicida desde el principio» (Jn 8, 44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4, 1-11). «El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo» (1 Jn 3, 8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios” (Catecismo..., n. 394).
El poder de Satanás no es ilimitado. Actúa por odio a Dios y envidia de los hombres, y causa muchos males. Pero Dios, en su providencia, permite su acción; pues sabe obtener, aun de los peores males, grandes bienes para sus hijos: “nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom 8, 28).
Es muy bueno acudir a los ángeles, invocarlos y reverenciarlos. Pero esa devoción debe llevarnos a Dios, no debe ser al margen de Él. Porque si bien es verdad que hay ángeles independientes, esos ángeles se llaman demonios.