En el Credo profesamos que Dios todo lo puede, y que sólo Él es Todopoderoso. En cambio nuestra inteligencia, nuestra fuerza, nuestro poder son siempre muy limitados
Por contraste la omnipotencia divina se nos revela como universal, ya que Él lo ha creado todo, lo ordena y lo gobierna. Su omnipotencia es amorosa, ya que es nuestro Padre (cf. Mt 6, 9). Y es también misteriosa, pues “se manifiesta en la debilidad”, del hombre y del Redentor del hombre (cf. 2Cor 12, 9; 1 Cor 1, 18).
“Todo lo que Él quiere, lo hace” (Sal 115, 3). Ninguno de nosotros puede decirlo de sí mismo. Dios tiene un poder universal; la Biblia le llama el Poderoso de Jacob, el Señor de los ejércitos celestiales, el Fuerte, el Valeroso. Él ha hecho el cielo y la tierra (cf. Sal 135, 6); es el Señor del Universo, cuyo orden y gobierno Él establece. Dios es también el Señor de la historia: respetando siempre nuestra libertad, gobierna los corazones y los acontecimientos, según su voluntad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 268-269). “El actuar con inmenso poder siempre está en tu mano. ¿Quién podrá resistir la fuerza de tu brazo?” (Sab 11, 21). A veces los hombres pensamos que la historia la gobiernan las ideologías, los poderes económicos, los liderazgos políticos. Nada más inexacto: el Todopoderoso es sólo Dios.
Dios es Padre Todopoderoso. Su imperio es benéfico. Se manifiesta haciendo el bien e inclinándose hacia nuestra debilidad: “Te compadeces de todos porque lo puedes todo” (Sab 11, 21). Él cuida de nuestras necesidades y nos otorga la adopción de hijos. Porque nos ama, quiere mostrarnos su poder perdonando y borrando nuestros pecados, que son los mayores males, con tal de que estemos arrepentidos; “nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia” (Sto. Tomás de Aquino. Suma teológica I, q. 25, a. 5, ad 1; cf. Catecismo..., n. 270-271).
Hay, sin embargo, quienes, ante la experiencia del mal o del sufrimiento, desconfían del poder divino. Como si Él no conociera, no le importara o no pudiera impedir el mal. Pero los planes de Dios no son los nuestros: su sabiduría, amor y poder se desarrollan muchas veces de un modo que nos desconcierta. “Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anodadamiento voluntario y en la resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es «poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres» (1Cor 2, 24-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre «desplegó el vigor de su fuerza» y manifestó «la soberana grandeza de su poder para con nosotros los creyentes» (Ef 1, 19-20)” (Catecismo..., n. 272).
Por la fe nos adherimos a los misteriosos caminos de la omnipotencia divina. El Catecismo Romano de San Pío V (1,2,13) afirmaba: “Nada es, pues, más propio para afianzar nuestra Fe y nuestra Esperanza que la convicción profundamente arraigada en nuestras almas de que nada es imposible para Dios. Porque todo lo que (el Credo) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más grandes, las más incomprensibles, así como las más elevadas por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en que nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia divina, las admitirá fácilmente y sin vacilación alguna”.
La Virgen María es el supremo modelo de la fe. Creyó que “nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37), y proclamó las grandezas de su poder: “El poderoso ha hecho en mi favor maravillas, Santo es su nombre” (Lc 1, 49).