Roland Joffé no tiene el mínimo empacho en reconocer su “impresión” por lo santo<br /><br />
ReligionConfidencial.com
El arrepentimiento, la capacidad del hombre de arrepentirse de su pecado y de la maldad, que le lleva a liberarse de sus “dragones”, es la clave de la película
¿Por qué una persona que se declara agnóstica queda impresionada «por la convicción de Josemaría de que todos somos santos en potencia»? ¿Estamos ante una manifestación más de la “nostalgia de lo santo”, de la “nostalgia de Dios”, que parece tener una nueva primavera en nuestros días?
Roland Joffé, director de la película Encontrarás dragones, que se estrenará próximamente en toda España, no tiene el mínimo empacho en reconocer su “impresión” por lo santo. Y en otra entrevista comenta también su admiración ante el hecho de que el mayor amor de Josemaría Escrivá es un judío: Jesucristo.
Esos “dragones”, que en los mapas antiguos señalaban lugares desconocidos, son los odios, las violencias, los amores, los miedos, las angustias, los heroísmos que se esconden en el alma de cualquier mortal. Con frecuencia, los “dragones” duermen. Cuando los cañones de una guerra comienzan a estallar, y más en una guerra civil, todos los “dragones” abandonan su letargo y llenan los lugares más insospechados de los espíritus.
«Es una película —dice el director inglés— sobre el perdón y la reconciliación; sobre cómo traer el amor al mundo; sobre la ausencia de amor y sobre cómo el vacío que deja lo ocupan cosas terribles como el miedo, el odio o la desesperación».
Joffé es explícito. Y se lanza con osadía a contar una historia “de perdón y de reconciliación” entre personas que se han conocido años antes y se encuentran viviendo la guerra civil. Viviéndola de manera diferente, es cierto. Manolo Torres parece encarnar los “dragones” más miserables de cada bando; y a la vez, con la capacidad de convertir los “dragones” —también de cada bando— en palomas domesticadas.
Y Josemaría. Sus caminos se cruzan primero en el seminario, después en los avatares de la guerra, y al final en la muerte y más allá. Un sacerdote atento siempre a perdonar, a dar paz, a responder con el perdón a la violencia, y siempre rezador. Un hombre de fe, que tiene la alegría, más allá de su muerte, de acompañar a su amigo en sus últimos pasos en la tierra, y de ver que su recuerdo hace nacer en el alma de su amigo el arrepentimiento, y un fuerte deseo de perdón, de paz.
El arrepentimiento, la capacidad del hombre de arrepentirse de su pecado y de la maldad, que le lleva a liberarse de sus “dragones”, es la clave de la película. Un arrepentimiento que va madurando en el alma de Manuel en la medida en que su espíritu se alimenta, grano a grano, de la amistad con Josemaría.
La guerra civil no es ni mucho menos el centro de la película: es el paisaje en el que se encuadra una acción que, vivida en medio de la guerra, tiene unas connotaciones diferentes a las que pudiera haber tenido en tiempos de convivencia pacífica.
Joffé conoce bien su arte y consigue —el guión es suyo— que las ruinas de la guerra no apaguen lo mejor en el corazón de cada hombre, aun en medio de traiciones, delaciones, tiros en la nuca.
El encuentro de Josemaría con una imagen de la Virgen, medio destrozada en el suelo de una iglesia reducida a escombros, es un canto a la esperanza, a la caridad, que reduce al silencio el rumor de los carros de combate y mueve el alma al arrepentimiento, a recibir el perdón.