Precisamente en California una high school, a unas veinte millas al sur de San Francisco, ha decidido prohibir a los alumnos el uso de los móviles, porque distraen demasiado la atención
Aunque no faltan expertos que reaccionan ante este género de medidas ─en la Francia centralista la prohibición entró en vigor con carácter general a comienzos del curso pasado, por una decisión tomada en París─, porque quitar a los estudiantes sus smartphones podría originar otro tipo de distracciones y ansiedades…
Los directivos entienden que los alumnos van a la escuela a aprender, trabajando con sus profesores y sus compañeros. Ese objetivo se hace casi imposible a causa de la adicción a los dispositivos electrónicos. Porque los estudiantes tienden a empeorar sus resultados cuando gozan de conectividad a Internet en las aulas: hasta un 5%, según un estudio de Rutgers University. Al contrario, la escuela debe fomentar la capacidad de superar las distracciones para concentrar la atención en lo que importa en cada momento.
Pero no faltan investigaciones, como la de Larry Rosen, psicólogo en la Universidad Estatal de California, que advierten el riesgo de la prohibición: los jóvenes están revisando constantemente sus teléfonos para aliviar su ansiedad. Tienen la comezón de mantenerse al tanto de todo, y teme que crezca si se ven obligados a deshacerse de los dispositivos de golpe. Habría que estudiarlo caso a caso, pues las normas generales pueden no ayudar a todos. Sugiere que puedan consultar sus teléfonos entre clase y clase. Si el alumno cavila sobre lo que se está perdiendo, no se concentrará en las lecciones: se distraerán con otras cosas.
La cuestión apenas se distingue ─acentuada quizá por las tecnologías de la comunicación─ del problema clásico del profesor: cómo motivar a los alumnos para asegurar su atención, tanto en clase como en el tiempo de estudio. A esto se añade hoy, con especial urgencia, la necesidad de formar la capacidad de pensar de los estudiantes ─de los ciudadanos─, para que puedan analizar con máximo sentido crítico la abundancia de las informaciones. De nada vale estar a la última, si no se puede calibrar si es verdad o mentira. Se trata de la esencia de los procesos intelectuales desde tiempo inmemorial, cada vez más acuciante en la escuela: aprender a pensar, a leer, a escribir…, en vez de tanto objetivo coyuntural secundario. Y no puedo por menos de recordar una idea repetida por un gran filósofo del siglo XX, Leonardo Polo: la técnica induce a jugar, no a pensar.
Lo señalaba recientemente Pierre Dockès, Profesor honorario de Economía en la Universidad de Lyon-2: “la capacidad de pensar con autonomía, incluso de pensar en absoluto, está en peligro”. Llega a plantear una “insurrección cívica” frente a las manipulaciones de datos mediante algoritmos orwellianos al servicio de las grandes empresas y de los Estados: es el gran riesgo de la revolución digital. Otra gran paradoja del progreso: el espíritu libertario que acompañó al nacimiento de las redes sociales, se está transformando en nuevas y expansivas alienaciones. No es casual que, cada uno a su aire, Donald Trump y Xi Jinping coincidan en defender a las “GAFA” o a Alibaba…
No necesariamente “el mensaje es el medio”, pero las redes sociales amplían hasta lo imposible la capacidad de mentir, de manipular. Lo clava la leyenda de un dibujo de Goncé sobre la “maravilla de la miniaturización”: miles de polémicas diarias en 15 cm. de smartfone… A este propósito, se me ocurrió preguntar a Google qué es la verdad. Me contestó con 430 millones de resultados en menos de un segundo. Menos mal que comenzaba con dos definiciones que podían enlazar con la cultura clásica: adecuación entre una proposición y el estado de cosas que expresa; conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado, piensa o siente.
Al principio y al final, la persona; y, por tanto, la educación. Hace unos días publicaba La Vanguardia una entrevista con Stavros Yiannouka, CEO de la Cumbre Mundial para la Innovación en la Educación. Refleja su preocupación por el impacto de la tecnología en la enseñanza, que exige estudios muy detenidos. En todo caso, considera que la lectura y la escritura son áreas de conocimiento “no negociables”. La tecnología es sólo una herramienta. Puede ser muy transformadora, como en su día lo fue la imprenta. Pero es pronto para saber qué supondrá Internet en el futuro de la cultura humana y, concretamente, en la enseñanza: a su juicio, la clave seguirá siendo la calidad del profesorado.