El Senado rechaza el proyecto que pretendía legalizar el aborto en el país del Papa
Una sesión maratónica, con multitudinarias manifestaciones en las calles, con presiones políticas de todo tipo y una batalla voto a voto. El desenlace en el Senado del proyecto de ley del aborto pareció un resumen de los últimos meses en la política argentina. En la madrugada de este jueves ese órgano legislativo rechazó la normativa. Más allá del “triunfo” de unos u otros, la sociedad salió enfrentada y desunida. Por eso, los obispos del país llamaron a “asumir y trabajar las nuevas divisiones surgidas entre nosotros a partir de este proyecto, a través de un renovado ejercicio del diálogo”.
La votación llegó tras 12 horas de discursos. Finalmente 38 senadores votaron por NO y 31 Sí. Se trataba de dar vía libre al proyecto enviado originalmente por la Cámara de Diputados, que lo aprobó el 15 de junio pasado con 129 votos a favor y 125 en contra. A diferencia de aquella ocasión, esta vez fue la “ola celeste de las dos vidas” la que se impuso.
Ante el resultado, los obispos el país decidieron asumir una posición conciliadora. “Como Iglesia hemos participado del debate procurando un diálogo iluminador, sin considerar enemigos a quienes pensaran distinto”, indicó una declaración oficial de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina.
El texto agradeció a todos aquellos que se pronunciaron en defensa de la vida y mencionó especialmente el testimonio de los pobres que, dijo, enseñan siempre a “recibir la vida como viene y a saber cuidarla porque es un don de Dios”. Además, constató que el diálogo entre las iglesias cristianas y con otras religiones creció a la luz de los esfuerzos por proteger la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. “Se trata ahora de prolongar estos meses de debate y propuestas en la concreción del compromiso social necesario para estar cercanos a toda vida vulnerable. Nos encontramos ante grandes desafíos pastorales para anunciar con más claridad el valor de la vida: la educación sexual responsable, el acompañamiento a los hogares maternales surgidos especialmente en nuestros barrios más humildes para acompañar a mujeres embarazadas en situaciones de vulnerabilidad y la atención a personas que han pasado por el drama del aborto”.
El mensaje lo firman el Presidente de la Conferencia Episcopal y obispo de San Isidro, Oscar Ojea; los vicepresidentes y arzobispos Mario Poli (Buenos Aires) y Marcelo Colombo (Mendoza); y el secretario general Carlos Malfa, obispo de Chascomús. Concluye recordando el lema #ValeTodaVida e invocando a la Virgen de Luján para que “ayude y enseñe a respetar la vida, cuidarla, defenderla y servirla”.
Estas palabras resultaron el corolario de unos meses intensos para la Iglesia argentina. La Conferencia Episcopal fue mudando su posición, arrastrada quizás por las circunstancias y tras hacer cuentas con la realidad. En un inicio los obispos optaron por una línea prudente, con comunicados genéricos y animando a un diálogo público. El tema, que comenzó en los medios de comunicación, los pilló por sorpresa. El asunto no era parte de la agenda política inmediata, y el gobierno no lo había puesto sobre la mesa durante la campaña electoral de 2017.
A final de cuentas se encontraron con la patata caliente, en buena parte por voluntad del gobierno de Mauricio Macri. No sólo entre los pastores, también entre buena parte de los fieles católicos del país existe la clara convicción de que el aborto no se habría convertido en tema nacional de no ser por la voluntad del presidente y de su jefe de Gabinete, Marcos Peña. Paradójicamente, existe un entrelazamiento directo entre amplias franjas de católicos activos y el mercado electoral del oficialista Cambiemos. Por eso, no es secundario indicar que, alentando la discusión de este proyecto de ley, el mandatario puso en serio riesgo una parte de su electorado.
Quizás Macri y sus asesores creyeron que podrían tensar la cuerda sin pagar costos políticos. Tal vez confiaron en que sería más fuerte la vena “antikirchnerista” o “antiperonista” de buena parte de ese mismo grupo electoral, confiando que estaría dispuesto a votar de nuevo a Cambiemos (en 2019) pese a sus evidentes y múltiples errores, por temor al regreso de la corrupción del pasado. O desestimaron la capacidad de organización masiva de católicos y representantes de otros credos, como los evangélicos.
Un elemento nuevo modificó sensiblemente el escenario. Por primera vez en muchos años, un sector de la sociedad se volcó a las calles. Desde la sorpresiva y multitudinaria marcha del 25 de marzo que copó decenas de ciudades del país, hasta la impresionante manifestación de cientos de miles del sábado 4 en el centro de Buenos Aires. Esta última fue calificada por algunos medios como la más grande concentración contra el aborto en la historia del país. Le siguieron, un día después, decenas de marchas en las principales ciudades del país.
Un clamor que no pasó desapercibido para los políticos. Sirvió para apuntalar a más de un senador en su voto de rechazo al proyecto. Y se convirtió rápidamente en el más nuevo movimiento ciudadano articulado de la Argentina. Sobrepasó a los mismos obispos, empujándolos a promover cada vez más iniciativas contra la ley. Así, el presidente de la conferencia episcopal pasó de evitar cualquier tipo de apoyo a los manifestantes, pocos días antes del 25 de marzo, a él mismo encabezar una misa multitudinaria en el Santuario de Nuestra Señora de Luján durante la cual pidió expresamente a los legisladores no aprobar la ley.
En los días previos a la votación en el Senado, prácticamente todos los sectores de la Iglesia católica hicieron sentir su voz. En la fiesta de San Cayetano, el cardenal Poli instó a respetar a los no nacidos, los más indefensos. Antes, en los meses más calientes del debate, el Papa Francisco había mandado señales claras desde Roma. Habló públicamente contra los abortos selectivos, y alentó a la defensa firme y decidida de la vida en un documento oficial.
Uno de sus arzobispos de más confianza y pastor de La Plata, Víctor Manuel Fernández, llegó a pedir al presidente Macri vetar la ley si fuera aprobada. Y apenas se conoció el resultado de la votación en la Cámara de Senadores este jueves, publicó un texto en el que recordó que los senadores del norte del país no votaron a favor de los niños por nacer “porque los hayan presionado los curas”, sino “por la presión del pueblo que ellos deben representar”. Y advirtió: “Pido respeto para el pueblo norteño, que no merece ser tratado de atrasado o de oscurantista porque ama la vida de los pequeños”. “Agradezco que no se haya caído en el falso argumento que sostiene que tienen más derechos los más desarrollados (los ya nacidos), hasta el punto de quitar la vida impunemente a los menos desarrollados (los que todavía no nacieron). Si sacamos todas las consecuencias de esa lógica del ‘desarrollo’ los discapacitados o los menos inteligentes tendrían menos dignidad humana que los demás, y el interés de los más fuertes justificaría el avasallamiento de sus derechos”, siguió.
Al mismo tiempo aclaró que no se atreve a festejar el “no” al aborto, porque ni los legisladores ni la “sociedad en general pueden irse a dormir tranquilos”. Precisó que aún no se discutió cómo acompañar a los embarazos no deseados, a las mujeres con problemas, cómo facilitar la adopción, prevenir el embarazo adolescente, fomentar una paternidad responsable y mejorar el acceso a la salud de las mujeres pobres. Y apuntó: “Tanto la sociedad como la Iglesia hemos hecho poco en estos temas, aunque hay que reconocer que en la Iglesia han crecido los grupos que acompañan a las mujeres que abortaron para que recuperen la paz, y los curas villeros han creado lugares para acompañar los embarazos no deseados. Si para algo sirvió este debate, es para reconocer las tareas pendientes”.
Andrés Beltramo Álvarez, en Vatican Insider.
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