El Santo Padre agradece el ejemplo de fraternidad que los jóvenes ofrecieron al mundo
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis me refiero al Viaje Apostólico en Polonia. Después de 25 años, la Jornada Mundial de la Juventud vuelve a ese país, con un signo de esperanza para los nuevos desafíos del mundo: la "fraternidad”. Venidos de 180 países, los jóvenes han hecho ondear juntas todas sus banderas, incluso las de naciones en conflicto, en una fiesta de color, un mosaico de fraternidad. Han compartido la alegría de estar juntos, para derramarla por todas partes con las obras de misericordia. Gracias a todos los jóvenes que han venido y a todos los que se han unido a nosotros.
Aquí, en Polonia, la Virgen de Częstochowa, nos revela el sentido espiritual del camino de este pueblo, tan ligado al sufrimiento y a la cruz. Ciertamente lo polacos han conocido una historia llena de sufrimientos. Nos hace ver que Europa no tiene futuro sin sus valores fundamentales, vinculados a la visión cristiana del hombre. Entre ellos la misericordia. La JMJ es un llamado al mundo, que se ha hecho elocuente en el silencio de Auschwitz. En la oración, las almas de los que allí sufrieron, de los que allí dieron testimonio de la misericordia de Dios, me han hecho comprender el valor del recuerdo, como advertencia para que el odio y la violencia no triunfen y no se repitan.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Saben hacer barullo. Muy bien. Agradezcamos al Señor y a la Virgen María este don de gracia, también a todos lo que lo han hecho posible, al Presidente de Polonia, a las Autoridades, al Cardenal Arzobispo de Cracovia y al episcopado polaco. Que Dios los bendiga.
Hoy quisiera reflexionar brevemente sobre el Viaje Apostólico que he realizado en los días pasados a Polonia.
La ocasión del Viaje ha sido la Jornada Mundial de la Juventud, a los 25 años de aquella histórica celebrada en Częstochowa poco después de la caída de la “cortina de hierro”. En estos 25 años ha cambiado Polonia, ha cambiado Europa y ha cambiado el mundo, y esa JMJ se convirtió en un signo profético para Polonia, para Europa y para el mundo.
La nueva generación de jóvenes, herederos y continuadores del peregrinaje iniciado por san Juan Pablo II, ha dado la respuesta al desafío de hoy, ha dado el signo de esperanza, y ese signo se llama fraternidad. Porque, precisamente en este mundo en guerra, hace falta fraternidad, hace falta cercanía, hace falta diálogo, hace falta amistad. Y ese es el signo de la esperanza: cuando hay fraternidad.
Partamos precisamente de los jóvenes, que han sido el primer motivo del Viaje. Una vez más han respondido a la llamada: han venido de todo el mundo −¡algunos de ellos todavía están aquí! [señala a los peregrinos en el Aula]−, una fiesta de colores, de rostros diversos, de lenguas, de historias diferentes. Yo no sé cómo lo hacen: hablan lenguas distintas, ¡pero consiguen entenderse! ¿Por qué? Porque tienen esa voluntad de ir juntos, de hacer puentes, de fraternidad.
Han venido también con sus heridas, con sus interrogantes, pero sobre todo con la alegría de encontrarse; y una vez más han formado un mosaico de fraternidad. Se puede hablar de un mosaico de fraternidad. Una imagen emblemática de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la muestra multicolor de banderas agitadas por los jóvenes: en efecto, en la JMJ, las banderas de las naciones son más bonitas, por así decir “se purifican”, y también banderas de naciones en conflicto entre ellas ondean juntas. ¡Y eso es hermoso! Hasta aquí están las banderas… ¡enseñadlas!
Así, con este gran encuentro jubilar, los jóvenes del mundo han acogido el mensaje de la Misericordia, para llevarlo a todas partes con las obras espirituales y corporales. ¡Doy las gracias a todos los jóvenes que han ido a Cracovia! ¡Y agradezco a los que se han unido a nosotros desde cualquier parte de la Tierra! Porque en muchos países se han hecho pequeñas Jornadas de la Juventud unidas a la de Cracovia. Que el don que habéis recibido se vuelva respuesta diaria a la llamada del Señor. Un recuerdo lleno de cariño para Susana, la chica romana de esta diócesis, que falleció justo después de haber participado en la JMJ, en Viena. Que el Señor, que ciertamente la ha recibido en el Cielo, consuele a sus familiares y amigos.
En este Viaje he visitado también el Santuario de Częstochowa. Ante la imagen de la Virgen, recibí el don de la mirada de la Madre, que es de modo particular Madre del pueblo polaco, de aquella noble nación que ha sufrido tanto y, con la fuerza de la fe y su mano materna, siempre se ha levantado. He saludado a algunos polacos aquí [en el Aula]. ¡Sois valientes!
Allí, bajo esa mirada, se entiende el sentido espiritual del camino de ese pueblo, cuya historia está ligada de modo indisoluble a la Cruz de Cristo. Allí se toca la fe del santo pueblo fiel de Dios, que conserva la esperanza a través de las pruebas; y conserva también esa sabiduría que es equilibrio entre tradición e innovación, entre memoria y futuro. Y Polonia hoy recuerda a toda Europa que no puede haber futuro para el continente sin sus valores fundadores, los cuales a su vez tienen en el centro la visión cristiana del hombre. Entre esos valores está la misericordia, de la que fueron especiales apóstoles dos grandes hijos de la tierra polaca: santa Faustina Kowalska y san Juan Pablo II.
Y, finalmente, también este Viaje tenía el horizonte del mundo, un mundo llamado a responder al desafío de una guerra “a pedazos” que lo está amenazando. Y aquí el gran silencio de la visita a Auschwitz-Birkenau fue más elocuente que cualquier palabra. En aquel silencio escuché, sentí la presencia de todas las almas que pasaron por allí; sentí la compasión, la misericordia de Dios, que algunas almas santas supieron llevar incluso a aquel abismo.
En aquel gran silencio recé por todas las víctimas de la violencia y de la guerra. Y allí, en aquel lugar, comprendí más que nunca el valor de la memoria, no solo como recuerdo de eventos pasados, sino como advertencia y responsabilidad para el hoy y el mañana, para que la semilla del odio y de la violencia no arraigue en los surcos de la historia. Y en esa memoria de las guerras y de tantas heridas, de tantos dolores vividos, están también tantos hombres y mujeres de hoy, que sufren las guerras, tantos hermanos y hermanas nuestros.
Mirando aquella crueldad, en aquel campo de concentración, pensé enseguida en las crueldades de hoy, que son similares: no tan concentradas como en aquel sitio, sino dispersas por todo el mundo; este mundo que está enfermo de crueldad, de dolor, de guerra, de odio, de tristeza. Y por eso siempre os pido lo oración: ¡que el Señor nos dé la paz!
Por todo esto, doy gracias al Señor y a la Virgen María. Y expreso nuevamente mi gratitud al Presidente de Polonia y a las demás Autoridades, al Cardenal Arzobispo de Cracovia y a todo el Episcopado polaco, y a todos los que, de mil modos, han hecho posible ese evento, que ha dado un signo de fraternidad y de paz a Polonia, a Europa y al mundo.
Quisiera dar las gracias también a los jóvenes voluntarios, que durante más de un año han trabajado para sacar adelante ese evento; y también a los medios, a los que trabajan en los medios: muchas gracias por haber logrado que esta Jornada se viese en todo el mundo. Y aquí no puedo olvidar a Anna Maria Jacobini, una periodista italiana que perdió la vida allí, de repente. Pidamos también por ella: se ha ido en el desempeño de su servicio. Gracias.
Ahora quisiera dirigir un saludo afectuoso al pueblo brasileño, en particular a la ciudad de Río de Janeiro, que alberga a los atletas y a los aficionados de todo el mundo con ocasión de las Olimpiadas. En un mundo que tiene sed de paz, tolerancia y reconciliación, espero que el espíritu de los Juegos Olímpicos pueda inspirar a todos, participantes y espectadores, a combatir “la buena batalla” y terminar juntos la carrera (cfr 2Tm 4, 7-8), deseando conseguir como premio no una medalla, sino algo mucho más valioso: la realización de una civilización donde reina la solidaridad, fundada en el reconocimiento de que todos somos miembros de una única familia humana, independientemente de las diferencias de cultura, color de la piel o religión.
Y para los brasileños, que con su alegría y característica hospitalidad organizan la Fiesta del Deporte, deseo que esta sea una oportunidad para superar los momentos difíciles y esforzarse en el “trabajo de equipo” para la construcción de un país más justo y más seguro, apostando por un futuro lleno de esperanza y de alegría. ¡Que Dios os bendiga a todos!
Un particular saludo dirijo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Mañana celebramos la memoria de San Juan María Vianney, patrono de los sacerdotes y especialmente de los párrocos. Que su gran humildad sea ejemplo para vosotros, queridos jóvenes, para vivir la vida como don de Dios; que su abandono confiado en Cristo Salvador os sostenga, queridos enfermos, en la hora del sufrimiento; y que su testimonio cristiano os dé el coraje, queridos recién casados, de profesar vuestra fe sin vergüenza.
Mañana iré a la Basílica Papal de Santa María de los Ángeles, en la Porciúncula, con ocasión del octavo centenario del “Perdón de Asís”, que se celebró ayer. Será un peregrinaje muy sencillo, pero muy significativo en este Año Santo de la Misericordia. Os pido a todos que me acompañéis con la oración, invocando la luz y la fuerza del Espíritu Santo y la celestial intercesión de San Francisco.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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