Espero, Maribel, que te leamos atentamente, aun siendo consciente de que “quien no comprende una mirada, tampoco entenderá una larga explicación”. Ni tan siquiera una breve y sencilla
Hoy visita este blog una profesora y amiga: Maribel Becerra.
Sabéis que Dame tres minutos ha tenido el honor de contar puntualmente con entradas de diversos autores: desde un profesional ilustre como José Antonio Marina, que nos dedicó su post sobre “La sociedad del aprendizaje”, a otras personas, menos conocidas que aquel pero también grandes profesionales, como Natalia Barcáiztegui, que aportó una magnifica entrada sobre “Conciliación laboral”. Incluso Edita Olaizola y quien esto os escribe hemos hecho varios posts “a dúo” como “Pero no empuje” o el más reciente de “Actitud y coraje”.
En este blog que busca compartir experiencias, análisis, percepciones, sentimientos, hoy Maribel nos invita a que echemos una mirada a los ojos: a lo que estos expresan.
Maribel parece así acercarse, más que al poema machadiano de “el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve” a ese “Mirándote a los ojos juraría” de José Luis Perales. Y cito a este autor pues, dado que Maribel nos propone acabar con música, a ello os invito yo también desde el comienzo.
Espero, Maribel, que te leamos atentamente, aun siendo consciente de que −como señala un proverbio árabe− “quien no comprende una mirada, tampoco entenderá una larga explicación”. Ni tan siquiera una breve y sencilla.
Tuya es la palabra.
“Los ojos son la ventana del alma, no ocultan ni mienten aunque las palabras lo intenten”
Hace un par de semanas mi tía abuela, mi madrina, cumplió ciento tres años. Si estuviera bien, como hace un par de meses, se indignaría conmigo por deciros su edad. Fijaos si era coqueta que en la guerra se perdieron todos los papeles y ella se quitó nada más y nada menos que diez años: ¡genio y figura! La verdad es que siempre aparentó menos edad de la que tenía en realidad. Mi tía siempre tuvo unos ojos vivos, hasta que dejó de ser la persona que era: en cuestión de unas semanas se transformó, su carácter se agrió más de la cuenta y esos ojos color miel perdieron toda su viveza.
Cuando yo era pequeña tenía muchas fantasías y teorías, que sólo yo me creía, ¡claro! Estaba completamente segura que las personas comenzaban a morir cuando en sus ojos aparecía un pequeño círculo grisáceo alrededor de su pupila que hacía que perdieran luz. Como podréis imaginar, cada vez que veía a una persona mayor, me quedaba mirándola fijamente a sus ojos y tras observarla, le decía a mi abuela, mi eterna compañera de locuras:”¡abue, le queda poco! Ya no tiene luminosidad, su mirada es triste”.
Con los años fui perdiendo mi curiosidad científica de demostrar lo inevitable, lo que siempre llega; sin embargo, seguí fijándome en los ojos de los que me rodeaban. Cuando me enamoré por primera vez, me quedé perdidamente atraída por unos ojos vivos, verdaderos y muy sinceros que vibraban con cada palabra y que eran capaces de llevarme a sentir mil emociones. Ahora soy maestra y me gusta mirar a los ojos a mis alumnos: sé cuándo están tristes, preocupados, cuándo tienen miedo y cuándo son dichosos. La mirada de un niño es totalmente transparente y a través de sus miradas he aprendido a conocerlos. Me rompe el alma ver algunos ojos que sólo transmiten tristeza y cuando eso ocurre, cambian mis objetivos y se centran sólo en hacerlos sonreír.
Hace un par de años tuve una alumna curiosa, era divertida y muy trasto; tenía una viveza extraordinaria, pese a que en su casa la situación no era muy buena. Terminó Primaria y llegó al instituto. Un día me la encontré y me dijo que quería hablar conmigo; le dije que se viniese al cole por la tarde. Sus ojos estaban muy tristes y algo me decía que no podía esperar, pero los horarios no esperan y yo tenía que entrar al colegio. Al día siguiente, me enteré de una triste noticia: le había sucedido algo horroroso.
Con el tiempo aprendes a discriminar tipos de miradas y algunas son como pequeñas pistas que te van dejando descubrir todo un mundo interior. La enseñanza nos da la oportunidad de involucrarnos en su aprendizaje y ayudarles a su mejora gracias a esa experiencia. Las emociones se dejan vislumbrar a través de sus ojos.
Mis hijos, cuando dudan de alguno de sus hermanos, siempre dicen igual: ¡mamá, mírale a los ojos y dime si está diciendo la verdad! Los padres tenemos “súper poderes” al respecto; son como pequeñas capacidades que te va dando la edad, pequeños galones que van haciendo que asciendas.
Como madre aspiro a que mis hijos tengan la mirada limpia, alegre y decidida. De mis alumnos me gustaría que sonrieran con sus pupilas, que su rostro definiese la alegría en sus vidas, que fueran sinceros y vitales. Os he dicho qué espero de los que me rodean, pero ¿y los míos? Me gustaría que tuviesen la capacidad de transmitir y llegar, de ser capaces de comunicar y de hacer vibrar como lo hace el profesor Benjamín Zander:
Un maestro siempre sabe cuándo sus niños están emocionados en su clase.
Ojalá un día lo consiga.
Mientras tanto, que os vaya bonito.
Maribel
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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