La Gaceta de los Negocios.
Parece oportuno hacer una mínima reflexión sobre la mujer en su día internacional, más allá de posturas feministas, de cuotas y de lo políticamente correcto. Tanto la creación como la mujer se encuentran íntimamente relacionadas.
La mayor creación que un ser humano puede experimentar es crear otro ser humano y, si bien ambos sexos contribuyen en este hecho, el sexo femenino participa de forma más decisiva e implicada. La nueva vida se engendra y desarrolla en el cuerpo femenino. Ningún varón sobre la tierra tiene esta experiencia. Las mujeres saben lo que es, porque lo han experimentado, que otra vida se desarrolle dentro de ti, los varones no. Las mujeres sufren por esto, su cuerpo se deforma y deteriora, y el máximo dolor llega en el momento en que el nuevo ser humano vive de forma independiente. El máximo dolor se mezcla con la máxima alegría, una vez más la naturaleza demuestra su sabiduría. Quien ha experimentado esta experiencia creadora de vida de un ser semejante, imagino que no la olvida jamás.
Las mujeres por ello tienen una especial sensibilidad frente a la vida, frente a la nueva vida de un semejante. Los hombres sencillamente no. He sido por dos veces padre y he verificado esta realidad en muy diversas situaciones con el mismo resultado. Frente a una nueva vida es raro que los varones muestren algún interés, hay casos, pero excepcionales; sin embargo, lo que en el hombre es excepción en la mujer es la norma habitual.
Frente a la creación humana concreta, la mujer la valora más, la vive más. Esto lo puede apreciar fácilmente cualquier padre que pasee con su hijo o hija de corta edad. Es muy raro que un varón muestre atención por él o ella, no así las mujeres. Yo he experimentado esto con mis hijos en la calle o en el mercado o en cualquier lugar público. De ello se puede deducir que también la mujer sufre más por su destrucción. Frente a la vida humana, la mujer tiene más respeto por ella que el hombre. Es razonable a la luz de lo anteriormente expuesto. No se valora igual lo que no se ha vivido ni experimentado. Un hombre nunca puede valorar igual que una mujer una vida humana, sencillamente porque no ha tenido la experiencia creadora de la misma. Por ello, le cuesta menos destruirla.
Hoy, como casi siempre, el mundo sigue siendo de los hombres. Son los hombres los que toman las principales decisiones de nuestro planeta. El poder político, económico, científico está en sus manos. Y, sinceramente, no lo están haciendo muy bien. La muerte y la destrucción de vidas humanas presiden su actuación de forma predominante. Tras algunos milenios de historia humana, el varón se ha mostrado incapaz de ni siquiera atenuar el problema clave de nuestra existencia: evitar que nos matemos de forma directa (guerras) o de forma indirecta (hambre). Casi podríamos afirmar que en el último siglo es en el que más y mejor se ha matado, tanto directa como indirectamente, y no sería una afirmación errónea.
El mundo necesita a las mujeres para superar los límites de los hombres. La naturaleza de la mujer y su especial sensibilidad por la vida humana son precisas para que ésta no desaparezca masivamente.
La agresividad, el espíritu agonal y la falta de sensibilidad por la vida en su grado preciso, que caracteriza, en líneas generales, al varón, no son buenos para la subsistencia de la especie. Al menos hasta ahora no lo han sido. Demasiada testosterona. Es necesario que los hombres aprendan a valorar más la vida humana o que las mujeres, que la valoran más, accedan a puestos decisivos donde su influencia pueda contribuir a reorientar el lamentable curso actual de los acontecimientos. Pero hacen falta mujeres que actúen como mujeres, no mujeres que actúen como hombres, pues este supuesto, sin lugar a dudas, sería el peor de todos, y no estoy muy seguro si es el que se está paulatinamente imponiendo.