“El sufrimiento que el SIDA produce en los enfermos y en sus seres queridos, es la sombra que una sociedad hedonista como la nuestra, oculta”
....”Se hace el silencio. Es la una de la madrugada y las puertas de las habitaciones están cerradas como si todo estuviera en orden. El personal sanitario e...
“El sufrimiento que el SIDA produce en los enfermos y en sus seres queridos, es la sombra que una sociedad hedonista como la nuestra, oculta”
....”Se hace el silencio. Es la una de la madrugada y las puertas de las habitaciones están cerradas como si todo estuviera en orden. El personal sanitario está reunido en el control de la planta charlando y descansando del ajetreo que han tenido de 10 a 12. Son gente joven, con buen humor y una total entrega a los enfermos. De repente, se oye un grito desgarrador, es un chico joven que sufre y está solo, sin familia, sin un amigo que le acompañe, con la única compañía de una enfermedad que ya no le permite vocalizar bien. Su grito es más bien un alarido, pero cuando se pone atención se puede distinguir con dificultad ¡enfermera!...
Se oye correr por el pasillo, es la enfermera que intenta paliar con su cariño y con alguna pastilla un sufrimiento para el que no hay remedio porque en él, está unido el dolor físico y la angustia de querer ahuyentar a la única compañera que no le abandona nunca, la sombra de la muerte. SON ENFERMOS DE SIDA.
A partir de ese momento los timbres no dejan de sonar, es como si se hubiera encendido una alarma y todo el dolor de todos se activase. Uno siente en esos momentos como si tuviera que pedir perdón por estar sano. Mi reacción inmediata es rezar por cada uno de los que gritan, para que Dios les dé consuelo, para que haga un gran milagro y les cure tanto dolor, para que perdone sus errores y para que –cuando se los lleve– les dé directamente el cielo. No se puede sufrir más, no hay una enfermedad que produzca tanta angustia, en el enfermo y en sus seres queridos. Y encima ¡hay tantos que no tienen a nadie!...
No era la primera vez que mi hijo ingresaba en el hospital. Llevábamos así muchos meses y –sin embargo– cada noche sentía los mismos sobresaltos, y las mismas angustias porque no tienen una madre que les cuide. Duele tanto, que a veces parece que el corazón no puede más, que estalla, que se rompe. Me encomiendo a Dios y pido por mi hijo y por todos los demás, para que tengan un sueño reparador de tanto sufrimiento, e intento dar una cabezada.”
Mi hijo fue tratado muy bien por la Seguridad Social y, sobre todo, con un gran cariño y respeto por todo el personal sanitario. No le faltó ningún medicamento por nuevo que fuera, pero... los medicamentos contra esta enfermedad son bombas que a la vez que destruyen –una parte– del virus, destruyen el cuerpo del enfermo.
No es un relato. Es la realidad de una enfermedad de la que solamente se habla con números y porcentajes, como si no afectara a personas. Se minimizan los riesgos de contagio y se la mete en el cajón de sastre de las enfermedades crónicas. ¡Dios quiera que así sea!, pero no puedo evitar un sentimiento de rebeldía ante lo que se calla nuestro sistema de sanidad: el aumento de la enfermedad por la promiscuidad, el avance rapidísimo entre heterosexuales y, -sobre todo- el empeño de no sé quién de anular los valores fundamentales que rigen la vida humana, independientemente de sus ideas religiosas o morales. Parece hoy, que lo único importante es fomentar el placer, despertando -cuanto antes mejor- sensaciones en los adolescentes y en los niños. Sin barreras, sin respetar los ciclos de la vida que... !hasta los animales respetan!.
¿Por qué tanto ahínco en convencernos de lo malo que es el tabaco?, supongo que para evitar el cáncer que –además de matar– cuesta un montón de dinero a la Seguridad Social. Para ello, y me parece bien, las autoridades no han dudado en hacer leyes que coartan nuestra libertad, pasando del consejo a la acción. NO SE PUEDE FUMAR. Es una orden, para nuestro bien, por supuesto.
Y yo me pregunto: ¿por qué no se hace una campaña adecuada y efectiva contra la plaga del SIDA?: pues muy fácil. Se lucha contra la droga como medio de contagio, pero no interesa hablar de fidelidad y de abstinencia porque puede dar una imagen ¿retrógada? que incida en las urnas. Eso es lo que realmente importa. Para esto no hay leyes ni prohibiciones, ni edades... démosles fútbol y TV carroñera, démosle lo que el cuerpo pide y luego ya lamentaremos que existan tantas violaciones, crímenes pasionales, etc.
¿Saben cuanto cuesta el tratamiento del SIDA? ¿Saben cuantos enfermos hay en España? ¿Se imaginan que pasaría si todas las personas “tan liberales”, que prueban de todo, se hicieran la prueba de la enfermedad? Ojalá aparezca pronto algo que de verdad cure esta plaga, pero entretanto se debe saber la verdad. No podemos hablar del preservativo como si fuera la solución del problema, primero porque no es seguro y segundo porque lo único que conseguimos es adelantar situaciones en los adolescentes ¡y en los niños! que –ante el bombardeo de la desinformación- son incapaces de controlar sus impulsos y, lo más importante, les inutilizan para desarrollar cualquier otro valor de tipo espiritual.
REVISTA La Caja, Nº 13 SEPTIEMBRE 2005
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