Homilía de la Misa en Santa Marta
Lunes, 16 de marzo de 2015
Dejar sitio al Señor para que venga y me cambie
Acabamos de leer al profeta Isaías (65,17-21) advirtiendo: Así dice el Señor: Mirad: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Es la segunda creación de Dios, aún más maravillosa que la primera, porque cuando el Señor rehace el mundo destruido por el pecado, lo rehace en Jesucristo. Y al renovarlo todo, Dios manifiesta su inmensa alegría. El Señor tiene tanto entusiasmo: habla de alegría y dice: Me gozaré de mi pueblo. El Señor piensa en lo que hará, piensa que Él mismo estará en la alegría de su pueblo. Es como si fuese un sueño del Señor: el Señor sueña con nosotros: Qué bonito cuando estemos todos juntos, cuando estemos allí, o cuando aquella persona, aquella ora… camine conmigo… ¡Gozaré de aquel momento! Por poner un ejemplo que nos pueda ayudar, es como si una chica con su novio, o un chico con su novia, pensase: Cuando estemos juntos, cuando nos casemos… Es el sueño de Dios.
Dios piensa en cada uno de nosotros, ¡y piensa bien!: nos quiere y sueña con nosotros. Sueña con la alegría que gozará con nosotros. Por eso, el Señor quiere recrearnos, hacer nuevo nuestro corazón, recrear nuestro corazón para que triunfe la alegría. ¿Lo habéis pensado? ¡El Señor sueña conmigo! ¡Piensa en mí! ¡Estoy en la mente, en el corazón del Señor! ¡El Señor es capaz de cambiarme la vida! Y hace tantos planes: construiremos casas…, plantaremos viñas, comeremos sus frutos…, todas las ilusiones que pueda tener un enamorado. Porque el Señor se muestra enamorado de su pueblo, y le dice: No te he elegido porque seas el más fuerte, el más grande, el más poderoso. Te he escogido porque eres el más pequeño de todos —incluso podría decir el más miserable de todos—. Pero te he elegido así. ¡Eso es el amor!
Dios está enamorado de nosotros, como vemos también en el evangelio (Jn 4,43-54) de la curación del hijo del funcionario real. Creo que no hay ningún teólogo que pueda explicar esto: no se puede explicar. Solo se puede pensar, sentir y llorar… de alegría. El Señor nos puede cambiar. ¿Y qué tengo que hacer? Creer. Creer que el Señor puede cambiarme, que es poderoso, como hizo este hombre que tenía al hijo enfermo. Señor, baja antes de que se muera mi niño. Anda, tu hijo está curado. Aquel hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Creyó. Creyó que Jesús tenía el poder de cambiar a su hijo, la salud de su hijo. Y venció. La fe es dejar sitio a ese amor de Dios, dejar sitio al poder de Dios, pero no al poder de alguien muy poderoso, sino al poder de alguien que me quiere, que está enamorado de mí y quiere vivir la alegría conmigo. Eso es la fe. Eso es creer: dejar sitio al Señor para que venga y me cambie.