Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
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Monición de entrada
Recemos hoy por la gente que en este tiempo de pandemia hace negocio con los necesitados; aprovechan la necesidad de los demás y los venden: los mafiosos, los usureros y tantos. Que el Señor toque su corazón y les convierta.
Homilía
El Miércoles Santo es llamado también “miércoles de la traición”, el día en el que se subraya en la Iglesia la traición de Judas. Judas vende al Maestro.
Cuando pensamos en el hecho de vender gente, viene a la mente el comercio de esclavos de África para llevarlos a América –una cosa antigua–, luego el comercio, por ejemplo, de las niñas yazidíes vendidas a Daesh: pero es algo que nos pilla lejos… También hoy se vende gente. Todos los días. Hay Judas que venden a sus hermanos y hermanas: explotándolos en el trabajo, no pagando lo justo, no reconociendo sus deberes… Es más, venden muchas veces las cosas más queridas. Pienso que, para estar más cómodo, un hombre es capaz de alejar a sus padres y no verlos más; meterlos en una residencia y no ir a verlos… ¡los vende! Hay un dicho muy común que, hablando de gente así, dice que “ese es capaz de vender a su madre”: y la venden. Y se quedan tan tranquilos, desde lejos: “Cuidadlos vosotros…”.
Hoy el comercio humano es como en los primeros tiempos: se hace. ¿Y por qué? Porque Jesús lo dijo. Le dio al dinero un señorío. Jesús dijo: “No se puede servir a Dios y al dinero” (cfr. Lc. 16,13), dos señores. Es lo único que Jesús pone a la altura y cada uno debe elegir: o siervos de Dios, y serás libre en la adoración y en el servicio; o siervos del dinero, y serás esclavo del dinero. Esa es la opción; y mucha gente quiere servir a Dios y al dinero. Y eso no se puede hacer. Al final simulan servir a Dios para servir al dinero. Son los abusadores escondidos que son socialmente impecables, pero bajo mesa hacen negocio, incluso con la gente: no importa. La explotación humana es vender al prójimo.
Judas se fue, pero dejó discípulos, que no son sus discípulos sino del diablo. Cómo fue la vida de Judas no lo sabemos. Un chico normal, quizá, incluso con inquietudes, porque el Señor lo llamó a ser discípulo. Pero nunca llegó a serlo: no tenía ni boca de discípulo ni corazón de discípulo, como hemos leído en la primera Lectura. Era débil en el discipulado, pero Jesús lo amaba… Luego el Evangelio nos da a entender que le gustaba el dinero: en casa de Lázaro, cuando María unge los pies de Jesús con aquel perfumo tan caro, hace una reflexión y Juan aclara: “Pero no lo dice por amor a los pobres: porque era ladrón” (cfr. Jn 12,6). El amor al dinero le llevó fuera de las reglas: a robar, y de robar a traicionar hay un paso, pequeñito. Quien ama demasiado el dinero traiciona para tener más, siempre: es una regla, es un dato de hecho. El Judas muchacho, quizá bueno, con buenas intenciones, acaba traidor hasta el punto de ir al mercado a vender: «fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?» (cfr. Mt 26,14). En mi opinión, ese hombre estaba fuera de sí.
Una cosa que me llama la atención es que Jesús nunca le llama “traidor”; dice que será traicionado, pero no le dice “traidor”. Jamás lo dice: “Vete, traidor”. ¡Nunca! Es más, le dice: “Amigo”, y lo besa. El misterio de Judas: ¿cómo es el misterio de Judas? No sé. Don Primo Mazzolari lo explicó mejor que yo. Sí, me consuela contemplar ese capitel de Vezelay: ¿cómo acabó Judas? No sé. Jesús amenaza fuerte, aquí; amenaza fuerte: «¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, más le valdría a ese hombre no haber nacido» (cfr. Mt 26,24). ¿Pero eso quiere decir que Judas está en el infierno? No sé. Yo miro el capitel. Y oigo la palabra de Jesús: “Amigo”.
Y esto nos hace pensar en otra cosa, que es más real, más de hoy: el diablo entró en Judas, fue el diablo a llevarlo a ese punto. ¿Y cómo acabó la historia? El diablo es un mal pagador: no es un pagador fiable. Te promete todo, te muestra todo y al final te deja solo en tu desesperación de ahorcarte. El corazón de Judas, inquieto, atormentado por la avaricia y atormentado por el amor a Jesús –un amor que no logró hacerse amor–, atormentado con esa niebla, vuelve a los sacerdotes pidiendo perdón, pidiendo salvación. «¿A nosotros qué nos importa? Tú veras» (Mt 27,4): el diablo habla así y nos deja en la desesperación.
Pensemos en tantos Judas institucionalizados de este mundo, que explotan a la gente. Y pensemos también en el pequeño Judas que cada uno lleva dentro a la hora de elegir: entre lealtad o interés. Cada uno tiene la capacidad de traicionar, de vender, de escoger por su propio interés. Cada uno tiene la posibilidad de dejarse atraer por el amor al dinero o a los bienes o al bienestar futuro. “Judas, ¿dónde estás?”. Y la pregunta la hago a cada uno: “Tú, Judas, el pequeño Judas que llevo dentro: ¿dónde está?”.
Comunión espiritual
A tus pies, Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abaja en su nada y en tu santa presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi corazón. En espera de la felicidad de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, Jesús mío, que yo voy a ti. Que tu amor inflame todo mi ser, en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.