Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
En la primera lectura (Dt 30,15-20) Moisés prepara al pueblo para entrar en la tierra prometida, poniéndolo ante un reto: elegir entre la vida y la muerte. Es una llamada a la libertad, y me gustaría fijarme en tres expresiones de Moisés: “si tu corazón se aparta”, “si no escuchas” y “si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses”. Cuando el corazón se aparta, cuando toma un camino equivocado –ya sea porque va para atrás o porque va por otra senda que no es la adecuada–, se desorienta, pierde la brújula con la que debe avanzar. ¡Y un corazón sin brújula es un peligro público!: es un peligro para la persona y para los demás. El corazón toma la senda equivocada cuando no escucha, cuando se deja arrastrar por otros dioses, cuando se vuelve idólatra. Y somos capaces de no escuchar: ¡hay tantos sordos del alma! También nosotros, en algún momento, podemos volvernos sordos del alma y no escuchar al Señor. Atentos a esos “fuegos artificiales” que nos engatusan, a esos dioses falsos que llaman a la idolatría. Es un peligro que podemos encontrar en el camino hacia la tierra que se nos ha prometido: la tierra del encuentro con Cristo resucitado.
Y la Cuaresma nos ayuda a ir por ese camino, porque no escuchar al Señor y sus promesas es perder la memoria: se pierde la memoria de las grandes cosas que el Señor ha hecho en nuestra vida, en su Iglesia, en su pueblo, y nos acostumbramos a ir nosotros con nuestras fuerzas, con nuestra autosuficiencia. Por tanto, comencemos la Cuaresma pidiendo la gracia de la memoria. Por eso, Moisés advierte al pueblo a que, una vez llegue a la tierra que no ha conquistado, se acuerde de todo el camino que el Señor le ha hecho hacer. Pero cuando estamos bien, cuando lo tenemos todo al alcance de la mano, y espiritualmente vamos bien, existe el peligro de perder la memoria del camino. El bienestar, también el espiritual, tiene ese peligro: caer en una cierta amnesia, una falta de memoria: “estoy bien así”, y me olvido de lo que ha hecho el Señor en mi vida, de todas las gracias que nos ha dado, y creo que es mérito mío, y así voy adelante. Y ahí el corazón comienza a ir hacia atrás, porque no escucha la voz de su corazón: la memoria. ¡Pedir la gracia de la memoria!
Perder la memoria es muy común. El pueblo de Israel perdió la memoria, también porque ese olvido es selectivo: recuerdo lo que me ahora conviene y no lo que me amenaza. Por ejemplo, el pueblo recordaba en el desierto que Dios lo había salvado, no podía olvidarlo, pero comenzó a quejarse por la falta de agua y carne, y a pensar en las cosas que tenía en Egipto, como las cebollas. Se trata de una memoria selectiva porque se olvida de que todas esas cosas las comían “en la mesa de la esclavitud”. Por tanto, la memoria nos pone en el camino correcto. Hay que recordar para avanzar; no perder la historia: la historia de la salvación, la historia de mi vida, la historia de Jesús conmigo. Y no pararse, no volver atrás, no dejarse arrastrar por los ídolos. La idolatría no es solo ir a un templo pagano y adorar una estatua. La idolatría es una actitud del corazón, cuando prefieres eso, porque es más cómodo para ti, y no al Señor, porque te has olvidado del Señor.
Al inicio de la Cuaresma nos vendrá bien a todos pedir la gracia de conservar la memoria, guardar en la memoria todo lo que el Señor ha hecho en mi vida: cómo me ha querido, cómo me ha amado. Y desde ese recuerdo, continuar adelante. Y también nos vendrá bien repetir continuamente el consejo de Pablo a Timoteo, su amado discípulo: “Acuérdate de Jesucristo resucitado de entre los muertos” (2Tim 2,8). Repito: “Acuérdate de Jesucristo resucitado”, Acuérdate de Jesús que me acompañó hasta ahora y me acompañará hasta el momento en el que deba comparecer ante Él glorioso. Que el Señor nos dé esta gracia de conservar la memoria.