Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
«¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo». Es el duro mensaje, la advertencia que la Carta a los Hebreos (Hb 3,7-14) dirige a la comunidad cristiana que, en todos sus componentes —curas, monjas, obispos—, corre el peligro de caer en un corazón perverso. Pero, ¿qué quiere decir para nosotros esa advertencia? Hay tres palabras, sacadas también de la Primera Lectura, que pueden ayudarnos a entenderlo: dureza, obstinación y seducción.
Un corazón duro es un corazón cerrado, que no quiere crecer, que se pone a la defensiva y se cierra. En la vida puede pasar por muchos factores, por ejemplo un dolor fuerte, porque “los golpes endurecen la piel”. Le pasó a los discípulos de Emaús y también a Tomás. Quien se queda en esa mala actitud es pusilánime, y un corazón pusilánime es perverso. Podemos preguntarnos: ¿tengo el corazón duro, tengo el corazón cerrado? ¿Dejo crecer mi corazón? ¿Tengo miedo de que crezca? Se crece siempre con las pruebas, con las dificultades, se crece como crecemos todos desde niños: aprendemos a caminar cayendo, desde gatear hasta caminar, ¡cuántas veces hemos caído! Sí, se crece con las dificultades. Dureza y cerrazón. ¿Y quién cae en eso? Los pusilánimes. La pusilanimidad es una mala actitud en un cristiano, le falta el valor de vivir, se cierra, es pusilánime.
La segunda palabra es obstinación: «Animaos los unos a los otros, cada día, mientras dure este “hoy”, para que ninguno de vosotros se obstine», dice la Epístola a los Hebreos y es la misma acusación que hace Esteban a los que luego lo lapidarán. La obstinación es la terquedad espiritual: un corazón obstinado es rebelde, terco, encerrado en su pensamiento, no abierto al Espíritu Santo. Es el perfil de los ideólogos, orgullosos y soberbios. La ideología es una obstinación. La Palabra de Dios, la gracia del Espíritu Santo no es ideología: es vida que te hace crecer, avanzar y abrir el corazón a las señales del Espíritu, a los signos de los tiempos. Y la obstinación es también orgullo, soberbia. La terquedad, esa testarudez que hace tanto daño: cerrados de corazón, duros —primera palabra— son los pusilánimes; los tercos, los obstinados, como dice el texto, son los ideólogos. ¿Tengo un corazón terco? Que cada uno lo piense. ¿Soy capaz de escuchar a los demás? Y si pienso de otro modo, decir: “Pues yo pienso así…”. ¿Soy capaz de dialogar? Los obstinados no dialogan, no saben, porque se defienden siempre con las ideas, son ideólogos. Y las ideologías cuánto mal hacen al pueblo de Dios, ¡cuánto mal! Porque se cierran a la actividad del Espíritu Santo.
La última palabra es seducción, la seducción del pecado, la que hace el diablo, el gran seductor, un gran teólogo pero sin fe, con odio, que quiere entrar y dominar el corazón, y sabe cómo hacerlo. Un corazón perverso es el que se deja llevar por la seducción, y la seducción lo lleva a la obstinación, a la cerrazón y a tantas otras cosas. Y con la seducción, o te conviertes y cambias de vida o intentas hacer componendas: un poco de aquí y un poco de allá. “Sí, sí, yo sigo al Señor, pero me gusta esta seducción, solo un poco…”. Y empiezas a llevar una doble vida. Por usar la palabra del gran Elías al pueblo de Israel en aquel momento: “cojeáis de las dos piernas”. Cojear de las dos piernas, sin tener ninguna firme. Es la vida de las trampas: “Sí, yo soy cristiano, sigo al Señor, sí, pero esto lo dejo entrar, y esto…”. Y así son los tibios, los que van siempre al amaño: cristianos de componendas. También nosotros muchas veces lo hacemos: el disimulo. Es cuando el Señor me muestra la senda con los mandamientos y la inspiración del Espíritu Santo, pero a mí me gusta esto, y busco el modo de ir por los dos carriles, cojeando de las dos piernas.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para que nadie tenga un corazón perverso, un corazón duro, que te lleve a la pusilanimidad; un corazón obstinado que te lleve a la rebelión, que te lleve a la ideología; un corazón seducido, esclavo de la seducción, que te lleve a un cristianismo de amaños.