Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
En la Primera Lectura (1Pe 1,10-16) San Pedro nos invita a caminar hacia la santidad: “El que os llamó es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: «Seréis santos, porque yo soy santo»”. Es la llamada a la santidad, que es la llamada normal, la llamada a vivir como cristiano. Es decir, que vivir como cristiano es lo mismo que decir “vivir como santo”. Muchas veces pensamos en la santidad como algo extraordinario, como tener visiones y oraciones elevadísimas, y otros piensan que ser santo significa tener cara de estampita. ¡No! Ser santos es otra cosa. Es caminar en santidad. ¿Y qué es caminar en santidad? Pedro lo dice: “estad interiormente preparados para la acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo”. Caminar en santidad consiste en caminar hacia la gracia que viene a nuestro encuentro, a la expectativa del don, en tensión hacia el encuentro con Jesucristo. Es como cuando se camina hacia la luz: a veces no se ve bien el camino porque la luz nos deslumbra. Pero no nos equivocamos porque vemos la luz y sabemos el camino. En cambio, cuando se camina con la luz a la espalda, se ve bien la senda: pero, en realidad, ante nosotros hay sombra, no luz.
Para caminar hacia la santidad, además, es necesario ser libres y sentirse libres. Porque hay tantas cosas que esclavizan. Pedro dice: “no os amoldéis más a los deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia”. También Pablo en la Primera Carta a los Romanos dice: “no os conforméis”, que significa no caer en los esquemas. Esa es la traducción correcta de este consejo –no entrar en los esquemas del mundo, no caer en el modo de pensar mundano, en el modo de pensar y de juzgar que te ofrece el mundo, porque eso te quita la libertad. Y para ir a la santidad, hay que ser libres: con la libertad de ir mirando la luz, de ir avanzando. Y cuando volvemos, como dice aquí, al modo de vivir que teníamos antes del encuentro con Jesucristo, o cuando volvemos a los esquemas del mundo, perdemos la libertad. En el Libro del Éxodo se ve que muchas veces el pueblo de Dios no quiso mirar adelante, a la salvación, sino volver atrás. Se quejaban y recordaban la buena vida que llevaban en Egipto, donde comían cebollas y carne. En los momentos de dificultad, el pueblo vuelve atrás, pierde la libertad: es verdad que comían cosas buenas, ¡pero en la mesa de la esclavitud! En los momentos de la prueba, siempre tenemos la tentación de mirar atrás, de mirar los esquemas del mundo, a los esquemas que teníamos antes de empezar el camino de la salvación: sin libertad. Y sin libertad no se puede ser santos. La libertad es la condición para poder caminar mirando la luz. No caer en los esquemas de la mundanidad: caminar adelante, mirando la luz que es la promesa, con esperanza; esa es la promesa, como el pueblo de Dios en el desierto: cuando miraban adelante iban bien; cuando les venía la nostalgia, porque no podían comer las cosas buenas que les daban allí, se equivocaban y olvidaban que allí no tenían libertad.
El Señor llama a la santidad de todos los días. Y hay dos parámetros para saber si estamos en camino hacia la santidad: primero si miramos la luz del Señor con la esperanza de encontrarlo y, luego si, cuando vienen las pruebas, miramos adelante y no perdemos la libertad refugiándonos en los esquemas mundanos, que te prometen todo y no te dan nada.
“Seréis santos, porque yo soy santo”: es el mandato del Señor. Por eso, pidamos la gracia de entender bien qué es el camino de la santidad: camino de libertad, pero en tensión de esperanza hacia el encuentro con Jesús. Y también a entender bien qué es caer en los esquemas mundanos que todos teníamos antes del encuentro con Jesús.