Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
La palabra necios sale dos veces en la Liturgia de hoy. Jesús la dice a los fariseos (Lc 11,37-41), mientras que San Pablo se refiere a los paganos (Rm 1,16-25). Y también a los Gálatas cristianos el Apóstol de las Gentes les había llamado insensatos porque se dejaron engañar por las nuevas ideas. Esa palabra más que una condena, es una advertencia, porque muestra el camino de la necedad que conduce a la corrupción. Y los tres grupos de necios son corruptos.
A los doctores de la Ley Jesús les decía que se parecían a sepulcros blanqueados: se volvían corruptos porque se preocupaban de embellecer solo lo exterior de las cosas, pero no lo de dentro, donde está la corrupción. Estaban corruptos por la vanidad, las apariencias, la belleza exterior, la justicia exterior. Los paganos, en cambio, tienen la corrupción de la idolatría: se hacen corruptos porque cambian la gloria de Dios –al que habrían podido conocer a través de la razón– por los ídolos, que también hoy existen, como el consumismo o buscar un dios más cómodo. Finalmente, esos cristianos que se han dejado corromper por ideologías, es decir, que han dejado de ser cristianos para volverse ideólogos del cristianismo. Y los tres grupos, a causa de esa necedad, acaban en la corrupción.
La necedad es un no escuchar, literalmente “nescio”, “no sé”, no escuchar. Es la incapacidad para escuchar la Palabra, cuando la Palabra no entra, no la dejo entrar porque no la escucho. El necio no escucha. Cree que escucha, pero no lo hace. Va a lo suyo, siempre. Por eso la Palabra de Dios no puede entrar en el corazón, y no hay sitio para el amor. Y si entra, entra filtrada, transformada por mi concepción de la realidad. Los necios no saben escuchar. Y esa sordera les lleva a la corrupción. No entra la Palabra de Dios, no hay sitio para el amor y, en definitiva, no hay sitio para la libertad. Y se vuelven esclavos, porque cambian la verdad de Dios con la mentira, y adoran a las criaturas en vez de al Creador. No son libres, y no escuchar, esa sordera, no deja lugar al amor ni a la libertad: nos lleva siempre a una esclavitud. ¿Escucho yo la Palabra de Dios? ¿La dejo entrar? Lo hemos oído en el Aleluya: la Palabra de Dios es viva y eficaz, juzga los deseos e intenciones del corazón. Corta, va adentro. Esa Palabra, ¿la dejo entrar o estoy sordo? ¿La trasformo en apariencia, en idolatría, en costumbres idolátricas, o la trasformo en ideología? Y no entra… Esa es la necedad de los cristianos.