Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Las lecturas de hoy (Is 58,1-9, Sal 50 y Mt 9,14-15) hablan del ayuno, es decir, de la penitencia que estamos invitados a hacer es este tiempo de Cuaresma para acercarnos al Señor. A Dios le agrada el corazón penitente, dice el Salmo, el corazón que se siente pecador y sabe que es pecador.
En la primera lectura, del Libro del profeta Isaías, Dios reprocha la falsa religiosidad de los hipócritas: el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis para querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos: por una parte, hacen penitencia y por otra realizan injusticias, haciendo negocios sucios. El Señor, en cambio, pide un ayuno verdadero, atento al prójimo. El otro es el ayuno hipócrita —es la palabra que tanto usa Jesús—, es un ayuno para hacerse ver o para sentirse justo, y mientras tanto hago injusticias, no soy justo, exploto a la gente. Pero si yo soy generoso, y haré un buen donativo a la Iglesia. –Pero dime, ¿tú pagas lo justo a tus empleadas del hogar? ¿A tus dependientes les pagas en negro? ¿O como manda la ley, para que puedan dar de comer a sus hijos?
Os cuento lo que le pasó, poco después de la Segunda Guerra Mundial, al padre jesuita Pedro Arrupe, cuando era misionero en Japón. Un rico hombre de negocios fue a darle un donativo para su actividad evangelizadora, pero con él estaban un fotógrafo y un periodista. ¡El sobre solo contenía 10 dólares! Pues eso es lo mismo que hacemos nosotros cuando no pagamos lo justo a nuestra gente. Sí, hacemos nuestras penitencias, nuestros gestos de oración, de ayuno, de limosna, pero nos tomamos una comisión: la comisión de la vanidad, del hacernos ver. Y eso no es autenticidad, eso es hipocresía. Por eso, cuando Jesús dice: Cuando recéis hacedlo a escondidas, cuando deis limosna no hagáis soñar las trompetas, cuando ayunéis no os pongáis melancólicos, es lo mismo que si dijera: Por favor, cuando hagáis una obra buena no os cobréis la comisión de esa obra buena, es solo para el Padre.
Las palabras del profeta Isaías donde el Señor dice a los hipócritas cuál es el verdadero ayuno, parecen dichas para nuestros días: Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Pensemos en estas palabras, pensemos en nuestro corazón cómo ayunamos, cómo rezamos, cómo damos limosna. Y también nos ayudará pensar qué siente un hombre después de una cena en la que ha pagado 200 euros, por ejemplo, y al volver a casa ve a un hambriento y ni lo mira, sino que sigue caminando. Nos hará bien pensar eso.