Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Las tentaciones llevan a escondernos del Señor, permaneciendo con nuestra culpa, con nuestro pecado, con nuestra corrupción. Lo acabamos de ver en el Génesis: la tentación de Adán y Eva (3,1-8). El diablo se deja ver en forma de serpiente: es atractivo y con su astucia intenta engañar; es especialista en eso, es el padre de la mentira, es un embustero. Sabe cómo engañar y cómo embaucar a la gente. Lo hace con Eva: la hace sentirse bien, y empieza el diálogo, y paso a paso, Satanás la va llevando adonde él quiere. En cambio, durante las tentaciones de Jesús en el desierto es distinto, y para el diablo acaba mal. Intenta dialogar con Cristo —porque cuando el diablo engaña a una persona lo hace con el diálogo—, intenta engañarlo, pero Jesús no cede. Entonces el diablo se revela cómo es, pero Jesús da una respuesta que no es suya, es la de la Palabra de Dios, porque con el diablo no se puede dialogar, pues se acabaría como Adán y Eva, desnudos.
El diablo es un mal pagador, ¡no paga bien! ¡Es un estafador! Te promete todo y te deja desnudo. También Jesús acabó desnudo, pero en la cruz, por obediencia al Padre, que es otro camino. La serpiente, el diablo es astuto: ¡no se puede dialogar con el diablo! Todos sabemos qué son las tentaciones, todos lo sabemos porque todos las tenemos. Tantas tentaciones de vanidad, soberbia, codicia, avaricia… ¡Tantas!
Hoy se habla mucho de corrupción. Y también por eso se debe pedir ayuda al Señor. Tantos corruptos, tantos peces gordos corruptos que hay en el mundo de los que conocemos su vida por los periódicos: a lo mejor empezaron con una cosa pequeña, no sé, por no ajustar bien la balanza, y lo que era un kilo, pues pongamos 900 gramos, pero que parezca un kilo. La corrupción comienza con poco, como este, con el diálogo: ¡Qué va, no es verdad que te siente mal ese fruto! ¡Cómelo, es bueno! Es poca cosa, nadie se dará cuenta. ¡Hazlo, hazlo! Y poco a poco, poco a poco, se cae en el pecado, se cae en la corrupción.
La Iglesia nos enseña a no ser ingenuos, ¡por no decir tontos! Así pues, a tener los ojos abiertos y a pedir ayuda al Señor, porque solos no podemos. Adán y Eva se esconden del Señor. ¡Justo al revés! Hace falta la gracia de Jesús para volver y pedir perdón. En la tentación no se dialoga, se reza: Ayúdame, Señor, que soy débil. No quiero esconderme de ti. Eso es valentía, eso es vencer. Si empiezas a dialogar acabarás vencido, derrotado. Que el Señor nos dé la gracia y nos acompañe con ese valor y, si somos engañados por nuestra debilidad en la tentación, que nos dé el valor de levantarnos y seguir adelante. Para eso vino Jesús, para eso.