Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Despierta tu poder, Señor, y ven a socorrernos con tu fuerza; que tu amor y tu perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados (Oración colecta). Siempre nuestros pecados retrasan la salvación, porque son como resistencias en la vida cristiana. Y hay varios tipos de resistencias. Están las resistencias abiertas, que nacen de la buena voluntad, como la de Saulo que se resistía a la gracia, aunque estaba convencido de hacer la voluntad de Dios. Es Jesús mismo quien le dice que se detenga, y Saulo se convierte. Las resistencias abiertas son sanas, en el sentido de que están abiertas a la gracia para convertirse, porque todos somos pecadores.
En cambio, las resistencias escondidas son las más peligrosas porque son las que no se dejan ver. Cada uno tiene sus resistencias escondidas a la gracia. Por eso hay que encontrarlas y ponerlas delante del Señor, para que nos purifique. Son las resistencias de las que Esteban acusaba a los Doctores de la Ley: resistir al Espíritu Santo mientras querían aparentar como si estuviesen buscando la gloria de Dios. Decir eso, a Esteban le costó la vida. Esas resistencias escondidas, que todos tenemos, ¿de qué naturaleza son? Siempre vienen a parar un proceso de conversión. ¡Siempre! Es parar, no es luchar contra. ¡No, no! Es estar quieto; sonreír, quizá: ¡pero tú no pasas! Resistir pasivamente, ocultamente. Cuando hay un proceso de cambio en una institución, en una familia, yo oigo: Pero, hay resistencias allí… ¡Pues, gracias a Dios! Si no hubiera, la cosa no sería de Dios. Cuando hay resistencias es el diablo quien las siembra ahí, para que el Señor no vaya adelante.
Hay tres tipos de resistencias escondidas. Está la resistencia de las palabras vacías, como dice el Señor en el Evangelio de hoy: No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos. O como en la parábola de los dos hijos que el Padre envía a la viña: uno dice “no” y luego va, mientras el otro dice “sí” pero no va. Decir que sí, sí a todo, muy diplomáticamente; pero es ‘no, no, no’. Mucha palabrería: Sí, sí, sí; ¡cambiaremos todo! ¡Sí!, para no cambiar nada. Es el gatopardismo* espiritual: los que todo sí, pero que es todo no; es la resistencia de las palabras vacías.
Luego está la resistencia de las palabras justificadoras, es decir, cuando una persona se justifica continuamente, y siempre tiene una razón para oponerse: No, eso lo hice por esto y por esto otro. Cuando hay tantas justificaciones, no está el buen olor de Dios, sino es mal olor del diablo. El cristiano no tiene que justificarse. Ya ha sido justificado por la Palabra de Dios. Se trata de la resistencia de las palabras que intentan justificar mi posición para no seguir lo que el Señor me indica.
Y luego está la resistencia de las palabras acusadoras: cuando se acusa a los demás para no fijarse en uno mismo, para no ver la necesidad de conversión, y así se resiste a la gracia como pone en evidencia la Parábola del fariseo y del publicano.
Por tanto, las resistencias no son solo las grandes resistencias históricas como la línea Maginot* u otras, sino esas que están dentro de nuestro corazón todos los días. La resistencia a la gracia es una buena señal porque nos indica que el Señor está trabajando en nosotros. Pero debemos hacer caer esas resistencias, para que la gracia siga adelante. Porque la resistencia siempre intenta esconderse bajo la formalidad de las palabras vacías, de las palabras justificadoras, de las palabras acusadoras y tantas otras, e intenta que no nos dejarnos llevar por el Señor, porque siempre hay una cruz. Donde está el Señor –pequeña o grande– habrá una cruz. Es la resistencia a la Cruz, la resistencia al Señor que nos trae la redención. Así pues, cuando hay resistencias no hay que tener miedo, sino pedir ayuda al Señor reconociéndonos pecadores. Yo os digo que no tengáis miedo cuando encontréis resistencias en el corazón, sino decirlo claramente al Señor: Mira, Señor, yo intento tapar esto, hacer esto para no dejar entrar tu palabra. Y decir esas palabras tan bonitas: Despierta tu poder, Señor, y ven a socorrernos con tu fuerza; que tu amor y tu perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados. Las resistencias son siempre fruto del pecado original. ¿Es malo tener resistencias? No, es bueno. Lo malo es tenerlas como excusa para defendernos de la gracia del Señor. Tener resistencias es normal; es decir: ¡Soy pecador, ayúdame Señor! Preparémonos con esta reflexión para la próxima Navidad.
* El gatopardismo es la filosofía de quienes piensan que es preciso que algo cambie para que todo siga igual. Palabra derivada del italiano Gattopardo, novela del escritor siciliano Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa (1896-1957) (ndt).
* La Línea Maginot fue una línea de fortificación y defensa construida por Francia a lo largo de su frontera con Alemania e Italia, después de la Primera Guerra Mundial (ndt).