Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
En estos dos últimos días del Año Litúrgico, la Iglesia lleva a cumplimiento la reflexión sobre el fin del mundo, como en la Lectura del Apocalipsis (20,1-4.11-15). ¿Cómo será el Juicio universal, y el encuentro final con Jesús?
El primer en ser juzgado es el “dragón, la serpiente antigua, que es el diablo”, y que el ángel bajado del cielo echa en el Abismo, encadenado para que no sedujera más a las naciones: porque él es el seductor. Es un mentiroso, más: es el padre de la mentira, engendra mentiras, es un estafador. Te hace creer que si comes esa manzana serás como un Dios. Te la vende así y tú la compras y al final te estafa, te engaña, te arruina la vida. ‘Pero, padre, ¿qué podemos hacer nosotros para no dejarnos engañar por el diablo?’. Jesús nos enseña: jamás dialogar con el diablo. Con el diablo no se dialoga. ¿Qué hizo Jesús con el diablo? Lo echa, le pregunta el nombre, pero no dialoga. Igual en el desierto, Jesús nunca usó una palabra propia porque era bien consciente del peligro. En las tres respuestas que dio al diablo, se defendió con la Palabra de Dios, la Palabra de la Biblia. Pero nunca dialogar con ese mentiroso y estafador, que busca nuestra ruina y que por eso será arrojado en el abismo.
En la página del Apocalipsis aparecen luego las almas de los mártires, los humildes, que han dado testimonio de Jesucristo y no adoraron al diablo y a sus secuaces, el dinero, la mundanidad, la vanidad, dando la vida por eso.
El Señor juzgará a grandes y pequeños por sus obras, se sigue leyendo en el Apocalipsis, y los condenados serán echados al estanque de fuego. Es la segunda muerte. La condenación eterna no es una sala de tortura, es una descripción de la segunda muerte: es una muerte. Y los que no sean recibidos en el Reino de Dios es porque no se han acercado al Señor. Son los que siempre han ido por su camino, alejándose del Señor; pasan ante el Señor y se alejan solos. La condenación eterna es ese alejarse continuamente de Dios.
Alejamiento para siempre del Dios que da la felicidad, del Dios que nos quiere tanto, ese es el fuego, ese es el camino de la condenación eterna. Pero la última imagen del Apocalipsis se abre a la esperanza. Si abrimos nuestros corazones, como nos pide Jesús, y no vamos por nuestra cuenta, tendremos la alegría y la salvación, el Cielo y la tierra nuevos de los que habla la primera lectura. Dejarse acariciar y perdonar por Jesús, sin orgullo, pero con esperanza. La esperanza que abre los corazones al encuentro con Jesús. Eso nos espera: el encuentro con Jesús. Es bonito, muy bonito. Y Él nos pide ser humildes y decir: ‘Señor’. Bastará esa palabra y Él hará el resto.