Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Jesús llora sobre Jerusalén. Y llora porque recuerda la historia de su pueblo. Por una parte, ese amor de Dios sin medida, y por otra, la respuesta del pueblo egoísta, desconfiada, adúltera, idolátrica: un amor loco de Dios por su pueblo, que parece una blasfemia, pero no lo es. Ahí están los pasajes de los profetas, como Oseas y Jeremías, cuando expresan el amor de Dios por Israel. También en el Evangelio de hoy (Lc 19,41-44) Jesús se queja porque no reconociste el tiempo de tu visita. Es lo que causa dolor en el corazón de Jesucristo, esa historia de infidelidad, esa historia de no reconocer las caricias de Dios, del amor de Dios, de un Dios enamorado que te busca y quiere que seas feliz. Jesús ve en ese momento lo que le espera como Hijo. Y llora…, porque no reconociste el tiempo de tu visita. Ese drama no solo pasó en la historia ni acabó con Jesús. Es el drama de todos los días. Es también mi drama. ¿Puede decir cada uno de nosotros Yo sé reconocer el tiempo en el que fui visitado? ¿Me visita Dios?
Hace días la liturgia nos hacía reflexionar sobre tres momentos de la visita de Dios: para corregir, para entrar en coloquio con nosotros, y para invitarse a nuestra casa. Cuando Dios quiere corregir, invita a cambiar de vida. Cuando quiere hablar con nosotros dice: Estoy a la puerta y llamo. ¡Ábreme! Y a Zaqueo, para hacerse invitar a casa, le dice que baje. Es tiempo de preguntarnos cómo es nuestro corazón, de hacer un examen de conciencia, de preguntarse si sé escuchar las palabras de Jesús cuando llama a mi puerta y dice: ¡Corrígete! Pero cada uno corre un riesgo, porque podemos caer en el mismo pecado que el pueblo de Israel, en el mismo pecado de Jerusalén: no reconocer el tiempo en que fuimos visitados. Y cada día el Señor nos visita, cada día llama a nuestra puerta. Y debemos aprender a reconocerlo, para no acabar en aquella situación tan dolorosa: Cuanto más los amaba, cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí. “Pues no, yo estoy seguro, tengo mis cosas... yo voy a Misa, estoy seguro…”. ¿Tú haces todos los días examen de conciencia sobre esto? ¿Hoy el Señor me ha visitado? ¿He oído alguna invitación, alguna inspiración para seguirle más de cerca, para hacer una obra de caridad, para rezar un poco más? No sé, tantas cosas a las que el Señor nos invita cada día para encontrarse con nosotros.
Es central reconocer cuando somos visitados por Jesús para abrirnos al amor. Jesús lloró no solo por Jerusalén, sino por todos nosotros. Y da su vida, para que reconozcamos su visita. San Agustín decía una palabra, una frase muy fuerte: ¡Me da miedo de Dios, de Jesús, cuando pasa! ¿Por qué tiene miedo? ¡Tengo miedo de no reconocerlo! Si no estás atento a tu corazón, nunca sabrás si Jesús te está visitando o no. Que el Señor nos conceda a todos la gracia de reconocer el tempo en que somos visitados, fuimos visitados y seremos visitados para abrir la puerta a Jesús y así lograr que nuestro corazón esté más dilatado en el amor y sirva con amor al Señor Jesús.