Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Ni malgastar palabras como los paganos, ni pensar que las oraciones son palabras mágicas. Es lo que nos dice el Evangelio de hoy (Mt 6,7-15) en el que Jesús enseña el Padrenuestro a sus discípulos. ¡Qué importante es rezar al Padre en la vida del cristiano! Jesús indica el espacio de la oración en una palabra: Padre. Ese Padre que sabe qué cosas necesitamos antes de que se las pidamos. Un Padre que nos escucha escondido, en lo secreto, como Jesús aconseja rezar: en lo secreto. Ese Padre que nos da precisamente la identidad de hijos. Cuando digo Padre llego a las raíces de mi identidad: mi identidad cristiana es ser hijo y esa es una gracia del Espíritu. Nadie puede decir Padre sin la gracia del Espíritu (cfr. 1Co 13,3). Padre es la palabra que Jesús usaba en los momentos más fuertes: cuando estaba lleno de alegría, de emoción: Padre, te doy gracias porque has revelado estas cosas a las gente sencilla (Mt 11,25); o llorando ante la tumba de su amigo Lázaro: Padre, te doy gracias porque me has escuchado (Jn 11,41); o luego, en los momentos finales de su vida, al final (cfr. Lc 23,46). En los momentos más fuertes Jesús dice Padre; es la palabra que más usa. Habla con el Padre. Es el camino de la oración y, por eso me permito decir que es el espacio de oración. Sin sentir que somos hijos, sin sentirse hijo, sin decir Padre, nuestra oración es pagana, es una oración de palabrería.
Claro que se puede rezar a la Virgen, a los Ángeles y a los Santos. Pero la piedra de toque de la oración es Padre. Si no somos capaces de iniciar la oración con esa palabra, la oración no irá bien. Padre. Es sentir la mirada del Padre sobre mí, sentir que esa palabra Padre no es perder el tiempo, como las palabras de las oraciones de los paganos: es una llamada al que me dio la identidad de hijo. Ese es el espacio de la oración cristiana –Padre–, y luego ya podemos rezar a todos los Santos, a los Ángeles, y también hacer procesiones, peregrinaciones… Todo eso es hermoso, pero siempre comenzando con Padre y conscientes de que somos hijos y que tenemos un Padre que nos ama y que conoce todas nuestras necesidades. Ese es el espacio.
Pero en la oración del Padrenuestro, Jesús también habla del perdón al prójimo como Dios nos perdona a nosotros. Si el espacio de la oración es decir Padre, la atmósfera de la oración es decir nuestro: somos hermanos, somos familia. Recordemos lo que le pasó a Caín que odió al hijo del Padre, odió a su hermano. El Padre nos da la identidad y la familia. Por eso es tan importante la capacidad de perdón, de olvidar las ofensas, esa sana costumbre de decir: bueno, déjalo estar… que sea lo que Dios quiera, y no tener rencor, resentimiento ni ganas de venganza.
Rezar al Padre perdonando a todos, olvidando las ofensas, es la mejor oración que puedes hacer. Es bueno que algunas veces hagamos examen de conciencia sobre esto. ¿Para mí, Dios es Padre, lo siento Padre? Y si no lo siento así, pues se lo pido al Espíritu Santo, para que me enseñe a sentirlo así. ¿Soy capaz de olvidar las ofensas, de perdonar, de dejar las cosas, y si no, de pedir al Padre: bueno, también son tus hijos, y, aunque me han hecho una cosa fea, ayúdame a perdonar?. Hagamos ese examen de conciencia y nos sentará bien, bien, bien. Padre y nuestro: nos da la identidad de hijos y nos da una familia para ir juntos por la vida.