Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Habéis oído que se dijo… pero yo os digo. Es la Palabra de Dios y dos modos inconciliables de entenderla: una fría lista de deberes y prohibiciones o la invitación a amar al Padre y a los hermanos con todo el corazón, llegando al culmen de rezar por los enemigos.
Es la dialéctica del enfrentamiento entre los doctores de la ley y Jesús, entre la Ley propuesta de modo esquemático al pueblo judío por sus jefes y la plenitud de la misma Ley que Cristo afirma que ha venido a traer. Cuando Jesús empieza su predicación, con la oposición de sus adversarios, la explicación de la Ley en aquel tiempo estaba en crisis. Era una explicación demasiado teórica, casuística... Digamos que era una ley a la que le faltaba precisamente el corazón de la Ley, que es el amor de Dios, el que nos dio a nosotros. Por eso, el Señor repite lo que estaba en el Antiguo Testamento: ¿Cuál es el Mandamiento más grande? Amar a Dios con todo el corazón, con todas tus fuerzas, con toda tu alma, y al prójimo como a ti mismo. Y en la explicación de los Doctores de la Ley eso no ocupaba el centro. En el centro estaban los casos: ¿se puede hacer esto? ¿Hasta qué punto se puede hacer esto? ¿Y si no se puede?... ¡la casuística de la Ley! Y Jesús coge eso y retoma el verdadero sentido de la Ley para llevarlo a su plenitud.
Jesús pone muchos ejemplos para mostrar los mandamientos bajo una luz nueva. No matarás puede querer decir también no insultar a un hermano, lo que pone de relieve que el amor es más generoso que la letra de la Ley, como el manto añadido regalado a quien pedía el vestido y los dos kilómetros a quien había pedido que le acompañara uno. Es un trabajo que no es solo por el cumplimiento de la Ley, sino una labor de sanación del corazón. La explicación que Jesús da sobre los Mandamientos –en el Evangelio de Mateo sobre todo– es un camino de sanación: un corazón herido por el pecado original –y todos tenemos el corazón herido por el pecado, todos– debe ir por ese camino de sanación, y curarse para parecerse al Padre, que es perfecto: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Un camino de curación para ser hijos como el Padre.
Esa perfección que Jesús indica está en el texto del Evangelio de hoy (Mt 5,43-48): Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Es el último escalón de ese camino, el más difícil. Recuerdo que de pequeño, pensando en uno de los grandes dictadores de la época, era habitual rezar para que Dios le enviase pronto al infierno. En cambio, Dios nos pide examen de conciencia. Que el Señor nos dé la gracia, solo esta: rezar por los enemigos, rezar por los que nos quieren mal, por los que no nos quieren. Rezar por los que nos hacen daño, por los que nos persiguen. Y cada uno sabe el nombre y apellido: rezo por este, por este, este, por este... Yo os aseguro que esa oración logrará dos cosas: a él le hará mejorar, porque la oración es poderosa, y a nosotros nos hará más hijos del Padre.