Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Puedes ser un pecador arrepentido que ha decidido recomenzar con Dios, o incluso un elegido que ha consagrado la vida a Él. En cualquier caso, te puede asaltar el miedo de no sentirte capaz, y puedes entrar en un estado de depresión cuando la fe se nubla.
Acordémonos del hijo pródigo, deprimido cuando mira hambriento a los cerdos, o del personaje de la liturgia del día (1Re 19,9a.11-16): el profeta Elías, un vencedor que ha luchado mucho por la fe y ha derrotado a centenares de idólatras en el Monte Carmelo. Pero luego, en la enésima persecución que lo toma por objetivo, se abate. Se queda desanimado bajo un árbol esperando la muerte. Pero Dios no lo deja en ese estado de postración, sino que le envía un ángel con un imperativo: levántate, come, sal. Para encontrar a Dios es necesario volver a la situación en la que el hombre estaba en el momento de la creación: de pie y en camino. Así nos creó Dios: a su altura, a su imagen y semejanza y en camino. ¡Adelante! Cultiva la tierra, hazla crecer; y multiplicaos... ¡Sal! Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. Elías se puso en pie. Y puesto en pie, sale.
Salir y ponerse a la escucha de Dios. Pero, ¿cómo pasa el Señor? ¿Cómo puedo encontrar al Señor para estar seguro de que es Él? El texto del Libro de los Reyes es elocuente. Elías es invitado por el ángel a salir de la cueva del Monte Horeb donde encuentra refugio para estar en la presencia de Dios. Sin embargo, lo que le induce a salir no son ni el viento impetuoso y huracanado que hacía trizas las peñas, ni el terremoto que le sigue, ni tampoco el fuego posterior. Tanto ruido, tanta majestad, tanto movimiento, y el Señor no estaba allí. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; o, como dice el original, el hilo de un silencio sonoro. Y allí estaba el Señor. Para encontrar al Señor hay que entrar en nosotros mismos y sentir ese hilo de silencio sonoro, y ahí nos habla Él.
La tercera petición del ángel a Elías es: ¡Sal! El profeta es invitado a volver sobre sus pasos, al desierto, porque se le confía cumplir un encargo. Aquí notamos el empujón a estar en camino, no encerrados, ni dentro de nuestro egoísmo, de nuestra comodidad, sino valientes para llevar a los demás el mensaje del Señor, es decir, salir en misión. Debemos buscar siempre al Señor. Todos sabemos cómo son los momentos malos: momentos que nos tiran para abajo, momentos sin fe, oscuros, momentos en los que no vemos el horizonte, ni somos capaces de levantarnos. ¡Todos lo sabemos! Pero es el Señor el que viene, y nos restaura con el pan y con su fuerza, y nos dice: ¡Levántate y ve adelante! ¡Camina!
Para encontrar al Señor debemos estar así: de pie y en camino. Y luego esperar a que Él nos hable: ¡corazón abierto! Y Él nos dirá: Soy Yo, y ahí la fe se hace fuerte. ¿La fe es para mí, para guardarla? ¡No! Es para ir a darla a los demás, para ungir a los demás, para la misión.