Jesús vino para servir, no para ser servido

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

Jesús enseña a sus discípulos la vía del servicio, pero ellos se preguntan quién será el más grande entre ellos, como acabamos de leer en el Evangelio de hoy (cfr. Mc 9,30-37).  También hoy hay tentaciones mundanas que arruinan el testimonio de la Iglesia. Jesús habla un lenguaje de humillación, de muerte, de redención y ellos hablan un lenguaje de “trepas”: ¿quién llegará más alto en el poder?

Es una tentación que tenían ellos: eran tentados por el modo de pensar del mundo mundano. Se preguntan quién será el más grande, mientras Jesús les dice que sean el último, el servidor de todos. En la senda que Jesús nos indica para ir adelante, el servicio es la regla. El más grande es el que más sirve, el que está más al servicio de los demás, no el que se gloría, el que busca el poder, el dinero… la vanidad, el orgullo… No, esos no son los grandes. Y lo que les pasó a los apóstoles, también como a la madre de Juan y Santiago, es una historia que pasa cada día en la Iglesia, en cada comunidad. ¿Pero, de nosotros, quién será el más grande? ¿Quién manda? ¡Las ambiciones! En toda comunidad —en las parroquias o en las instituciones— siempre ¡esas ganas de encaramarse, de tener el poder!

También en la Primera Lectura, que recoge un pasaje de la Carta de Santiago (4,1-10), se nos pone en guardia de las pasiones del poder, de las envidias, de los celos que destruyen al otro. Ese es el mensaje de hoy para la Iglesia. El mundo habla de quién tiene más poder para mandar, y Jesús afirma que ha venido al mundo para servir, no para ser servido. ¡La vanidad, el poder! Y cuando tengo esas ganas mundanas de estar con el poder —no de servir, sino de ser servido—, se hace lo que sea para llegar: la murmuración, manchar a los demás… La envidia y los celos llevan ese camino y destruyen. Y eso lo sabemos todos. Esto pasa hoy en toda institución de la Iglesia: parroquias, colegios, otras instituciones, también en los obispados… todos. Las ganas del espíritu del mundo, que es espíritu de riqueza, vanidad y orgullo. Son dos modos de hablar: Jesús enseña el servicio y los discípulos discuten sobre quién será el más grande entre ellos. Jesús vino para servir y nos ha enseñado el camino de la vida cristiana: el servicio, la humildad.

Cuando los grandes santos decían sentirse tan pecadores es porque entendieron ese espíritu del mundo que estaba dentro de ellos y tenían tantas tentaciones mundanas. Ninguno de nosotros puede decir: no, yo soy una persona santa, limpia. Todos somos tentados por esas cosas, nos vemos tentados de destruir al otro para subir arriba. Es una tentación mundana que divide y destruye la Iglesia: ¡no es el Espíritu de Jesús! Imaginemos la escena: Jesús que dice esas palabras y los discípulos que dicen: no, mejor no preguntar demasiado, sigamos adelante, y prefieren discutir quién de ellos será el más grande. Nos vendrá bien pensar en las muchas veces que hemos visto eso en la Iglesia y en las tantas veces que hemos hecho eso, y pedir al Señor que nos ilumine, para comprender que el amor por el mundo, es decir, por el espíritu mundano, es enemigo de Dios.