Dóciles al Espíritu Santo

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo (cfr. Hch 19,1-8). Este diálogo entre los primeros discípulos de Éfeso y San Pablo nos ayuda a pensar en la presencia del Espíritu Santo en la vida de los cristianos.También hoy sucede como a aquellos discípulos que, aunque creían en Jesús, no sabían quién era el Espíritu Santo. Muchos dicen que aprendieron en el Catecismo que el Espíritu Santo está en la Trinidad, pero ya no saben nada más del Espíritu Santo y se preguntan qué hace.

El Espíritu Santo es el que mueve a la Iglesia, el que trabaja en la Iglesia, en nuestros corazones, el que hace de cada cristiano una persona distinta de otra, pero con todos juntos hace la unidad. Es el que saca adelante, abre las puertas y te envía a dar testimonio de Jesús. Hemos oído al principio de la Misa: Recibiréis el Espíritu Santo y seréis mis testigos en todo el mundo (cfr. Antífona de entrada). El Espíritu Santo es el que nos mueve a alabar a Dios, nos mueve a rezar: reza en nosotros. El Espíritu Santo es el que está en nosotros y nos enseña a mirar al Padre y llamarle Padre. Nos libera de esa condición de huérfanos a la que el espíritu del mundo quiere llevarnos.

El Espíritu Santo es el protagonista de la Iglesia viva: el que trabaja en la Iglesia. El peligro es que, cuando no vivimos esto, cuando no estamos a la altura de la misión del Espíritu Santo, reducimos la fe a una moral, a una ética. No podemos quedarnos en cumplir los mandamientos y nada más: ¡esto se puede hacer y esto no; hasta aquí sí, hasta allí no! Y de ahí, a la casuística y a una moral fría.

La vida cristiana no es una ética: es un encuentro con Jesucristo. Y es precisamente el Espíritu el que me lleva a ese encuentro con Jesús. Llevamos en el corazón al Espíritu Santo como si fuera un prisionero de lujo, porque no le dejamos que nos empuje, ni que nos mueva. Pero Él lo hace todo, lo sabe todo, sabe recordarnos lo que dijo Jesús. Solo hay una cosa que el Espíritu Santo no sabe hacer: cristianos de salón. ¡Eso no lo sabe hacer! No sabe hacer cristianos virtuales pero no virtuosos. Hace cristianos reales, toma la vida real tal y como es, con la profecía de leer los signos de los tiempos, y así nos lleva adelante. Es el gran prisionero de nuestro corazón. Decimos: es la tercera Persona de la Trinidad, pero nos quedamos ahí.

Esta semana nos vendrá bien pensar qué hace el Espíritu Santo en mi vida, y preguntarse si nos ha enseñado el camino de la libertad. El Espíritu Santo, que está en mí, me empuja a salir fuera: ¿tengo miedo? ¿Cómo es mi valentía, la que me da el Espíritu Santo, para salir de mí mismo, para dar testimonio de Jesús? Y también, ¿cómo va mi paciencia en las pruebas? Porque también la paciencia la da el Espíritu Santo. Esta semana de preparación para la fiesta de Pentecostés, pensemos: ¿Creo de verdad o el Espíritu Santo es solo una palabra para mí? Procuremos hablar con él y decirle: Yo sé que Tú estás en mi corazón, que estás en el corazón de la Iglesia, que llevas adelante la Iglesia, que haces Tú haces la unidad entre todos nosotros, pero todos distintos, con la diversidad de todos… Decirle todas esas cosas y pedir la gracia de aprender —pero en la práctica, en la vida— lo que Él hace. Es la gracia de la docilidad a Él: ser dócil al Espíritu Santo. Esta semana hagamos esto: pensemos en el Espíritu y hablemos con Él.