Corazón abierto y sin durezas

Homilía del papa Francisco en Santa Marta

Tener celo por las cosas sagradas no quiere decir tener el corazón abierto a Dios. Por ejemplo, un hombre ardiente en la fidelidad a los principios de su fe, Pablo de Tarso, tiene el corazón cerrado, totalmente sordo a Cristo. Es más, está dispuesto a exterminar a sus seguidores hasta el punto de conseguir autorización para encarcelar a los cristianos que vivían en Damasco (cfr. Hch 9,1-20).

Pero todo salta por los aires precisamente en el camino que lo lleva a esa meta, y la de Pablo se convierte en la historia de un hombre que deja que Dios le cambie el corazón. Pablo queda envuelto por una luz potente, oye una voz que le llama, cae, se queda ciego momentáneamente. Saulo el fuerte, el seguro, estaba tirado por tierra. En esa condición comprende su verdad, que no es un hombre como Dios quería, porque Dios nos creó a todos para estar de pie, con la cabeza alta. La voz del cielo no le dice solo ¿Por qué me persigues?, sino que invita a Pablo a levantarse. Levántate […] y te dirán. Todavía tienes que aprender. Y cuando intentó levantarse no pudo porque se dio cuenta de que estaba ciego: en aquel momento había perdido la vista. Lo llevaron de la mano: su corazón empezó a abrirse. Así, de la mano, los hombres que estaban con él lo llevaron a Damasco y estuvo tres días ciego, sin comer ni beber. Este hombre había caído, pero en seguida comprendió que debía aceptar esa humillación. Precisamente el camino para abrir el corazón es la humillación. Cuando el Señor nos envía humillaciones o permite que vengan las humillaciones es justo por eso: para que el corazón se abra, sea dócil y se convierta al Señor Jesús.

El corazón de Pablo se derrite. Pero en aquellos días de soledad y ceguera lo que va cambiando es su vista interior. Luego, Dios le envía a Ananías, que le impone las manos y entonces los ojos de Saulo vuelven a ver. Pero hay un aspecto en esta dinámica que hay que tener muy en cuenta. Recordemos que el protagonista de estas historias no son ni los doctores de la ley, ni Esteban, ni Felipe, ni el eunuco, ni Saulo… Es el Espíritu Santo. El protagonista de la Iglesia es el Espíritu Santo que guía al pueblo de Dios. Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y lo bautizaron. La dureza del corazón de Pablo —Saulo, Pablo— se convierte en docilidad al Espíritu Santo.

Es bonito ver cómo el Señor es capaz de cambiar los corazones y conseguir que un corazón duro, testarudo se vuelva un corazón dócil al Espíritu. Todos tenemos durezas en el corazón: todos. Si alguno no las tiene, que levante la mano, por favor. Todos. Pidamos al Señor que nos haga ver que esas durezas nos tiran al suelo. Que nos envíe la gracia y también —su fuese necesario— las humillaciones para no quedarnos en tierra, sino levantarnos, con la dignidad con la que Dios nos creó, es decir, con la gracia de un corazón abierto y dócil al Espíritu Santo.