Homilía del papa Francisco en Santa Marta
En la Primera Lectura de hoy (cfr. Hch 8, 26-40), Felipe evangeliza a un etíope, alto funcionario de la reina Candaces, con gran docilidad al Espíritu Santo. Efectivamente, el protagonista de este encuentro no es ni Felipe ni mucho menos el etíope, sino precisamente el Espíritu. Es Él quien hace las cosas. Es el Espíritu el que hace nacer y crecer a la Iglesia.
En los pasados días, la Iglesia nos ha propuesto el drama de la resistencia al Espíritu: los corazones cerrados, duros, necios, que resisten al Espíritu. Aquellos hombres veían las cosas —la curación del cojo por Pedro y Juan en la Puerta Hermosa del Templo; las palabras y las cosas grandes que hacía Esteban…—, pero seguían cerrados a esos signos del Espíritu y ofrecieron resistencia al Espíritu, procurando justificar esa resistencia con la llamada fidelidad a la ley, o sea, a la letra de la ley.
Hoy la Iglesia nos propone lo contrario: no la resistencia al Espíritu, sino la docilidad al Espíritu, que es precisamente la actitud del cristiano: ser dóciles al Espíritu. Y esa docilidad logra que el Espíritu pueda actuar y siga adelante para construir la Iglesia. Aquí está Felipe, uno de los Apóstoles, atareado como todos los obispos, y aquel día seguramente tenía sus planes de trabajo. Pero el Espíritu le dice que deje lo que tenía programado y vaya al etíope; ¡y obedece! Durante el encuentro entre Felipe y el etíope, el Apóstol le explica el evangelio y su mensaje de salvación. El Espíritu va trabajando en el corazón del etíope, le ofrece el don de la fe, y ese hombre sintió algo nuevo en su corazón. Al final, pide ser bautizado, y fue dócil al Espíritu Santo.
Dos hombres, un evangelizador y otro que no sabía nada de Jesús, pero en quien el Espíritu había sembrado la curiosidad sana, y no esa curiosidad chismosa. Al final, el eunuco sigue su camino con alegría, la alegría del Espíritu, de la docilidad al Espíritu. Hemos oído, en los días pasados, lo que hace la resistencia al Espíritu; hoy tenemos un ejemplo de dos hombres que han sido dóciles a la voz del Espíritu. Y la señal es la alegría: la docilidad al Espíritu es fuente de alegría. Pues a mí me gustaría hacer algo… Pero siento que el Señor me pide otra cosa. La alegría la encontraré donde esté la llamada del Espíritu.
Una bonita oración para pedir esa docilidad la podemos hallar en el Primer Libro de Samuel, la oración que el sacerdote Elí sugiere al joven Samuel, que por la noche oía una voz que le llamaba: Habla Señor, que tu siervo escucha (1Sam 3,9). Esta es una hermosa oración que podemos hacer nosotros siempre: Habla Señor, porque yo escucho. Es la oración para pedir esa docilidad al Espíritu Santo, y con esa docilidad sacar adelante la Iglesia, ser instrumentos del Espíritu para que la Iglesia pueda seguir adelante. Habla Señor, que tu siervo escucha. Recemos así, muchas veces al día: cuando tengamos una duda, cuando no sepamos o cuando simplemente queramos rezar. Y con esta oración pedimos la gracia de la docilidad al Espíritu Santo.