Homilía del papa Francisco en Santa Marta
La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch 5,27-33), habla del valor de Pedro que, tras la curación del cojo, anuncia la Resurrección de Jesús ante los jefes del Sanedrín. Estos, enfadados, quieren darle muerte. Se le había prohibido predicar en el nombre de Jesús, pero él sigue proclamando el Evangelio porque —dice— “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,27). Este Pedro valiente no tiene nada que ver con aquel Pedro cobarde de la noche del Jueves Santo cuando, lleno de miedo, niega tres veces al Señor. Ahora Pedro se vuelve fuerte en el testimonio. El testimonio cristiano tiene el mismo camino que Jesús: dar la vida. De un modo u otro, el cristiano se juega la vida en el verdadero testimonio. La coherencia entre la vida y lo que hemos visto y oído es precisamente el comienzo del testimonio. Pero el testimonio cristiano tiene otra cosa, y es que no es solo de aquel que lo da; el testimonio cristiano, siempre, es de dos: “testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo” (Hch 5,32). Sin el Espíritu Santo no hay testimonio cristiano. Porque el testimonio cristiano, la vida cristiana es una gracia, es una gracia que el Señor nos da con el Espíritu Santo.
Sin el Espíritu no logramos ser testigos. El testigo es quien es coherente con lo que dice, con lo que hace y con lo que ha recibido, es decir, con el Espíritu Santo. Esa es la valentía cristiana, ese es el testimonio. Es el testimonio de nuestros mártires de hoy —tantos— expulsados de su tierra, desplazados, asesinados, perseguidos: tienen el valor de confesar a Jesús hasta el momento de la muerte; es el testimonio de esos cristianos que viven su vida en serio y dicen: Yo no puedo hacer esto, no puedo hacer mal a otro; no puedo engañar; no puedo llevar una vida a medias, tengo que dar mi testimonio. Y el testimonio es decir lo que en la fe ha visto y oído, o sea a Jesús Resucitado, con el Espíritu Santo que ha recibido como don.
En los momentos difíciles de la historia se oye decir: la patria necesita héroes. Y es verdad, es justo. ¿Y qué necesita hoy la Iglesia? ¡Testigos, mártires! Son precisamente los testigos, es decir, los santos, los santos de todos los días, los de la vida ordinaria, pero con coherencia, testigos hasta el final, hasta la muerte. Ellos son la sangre viva de la Iglesia; los que sacan la Iglesia adelante; los que atestiguan que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo atestiguan con la coherencia de su vida y con el Espíritu Santo que han recibido como don.