La armonía del Espíritu Santo

Homilía del papa Francisco en Santa Marta

Un solo corazón, una sola alma, ningún pobre, los bienes distribuidos según las necesidades de cada uno… Hay una palabra que puede sintetizar los sentimientos y el estilo de vida de la primera comunidad cristiana, según el retrato que hacen los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch  4,32-37): armonía.

Una palabra que hay que entender bien, porque no se trata de una concordia cualquiera, sino de un don del cielo para quien —como experimentan los cristianos de la primera hora—, ha renacido del Espíritu (cfr. Jn 3,5a.7b-15). Los hombres podemos llegar a acuerdos, negociar cierta paz, pero la armonía es una gracia interior que solo puede darla el Espíritu Santo. Y las primeras comunidades vivían en esa armonía. Los signos de la armonía son dos: compartir y generosidad. Ninguno pasa necesidad, es decir, todo lo tenían en común. ¿En qué sentido? Tenían un solo corazón, una sola alma, lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Por eso no había nadie entre ellos que pasase necesidad.

La verdadera armonía del Espíritu Santo tiene una relación muy fuerte con el dinero: el dinero es enemigo de la armonía, porque el dinero es egoísta. Por eso, el signo que se nos da es que todos daban lo suyo para que no hubiese menesterosos. Y hemos visto el ejemplo virtuoso de Bernabé, que vende su campo y entrega a los Apóstoles todo lo obtenido. Pero los versículos inmediatamente posteriores, no incluidos en la lectura de hoy, ofrecen también otro episodio opuesto al primero: el de Ananías y Safira, una pareja que finge dar todo lo que ganan de la venta de un campo, cuando en realidad han retenido para sí una parte del dinero, decisión que tendrá para ellos un precio amarguísimo: la muerte. Dios y el dinero son dos amos cuyo servicio es irreconciliable.

Aclaremos un equívoco que podría surgir sobre el concepto de armonía. No puede confundirse con la tranquilidad. Una comunidad puede estar muy tranquila, ir bien —las cosas van bien—, pero no estar en armonía. Una vez escuché de un obispo una cosa sabia: “En la diócesis hay tranquilidad. Pero si tocas este problema... o este otro, en seguida se desata la guerra”. Una armonía negociada sería esa, y esa no es la del Espíritu; es una armonía —digamos— hipócrita, como la de Ananías y Safira.

Os invito a volver a leer los Hechos de los Apóstoles sobre los primeros cristianos y su vida en común. Nos hará bien para saber cómo dar testimonio de la Buena Nueva en todos los ambientes donde se vive. Sabiendo que, como para la armonía, también en el compromiso del anuncio hay el signo de otro don. La armonía del Espíritu Santo nos da la generosidad de no tener nada como propio, mientras haya un menesteroso. La armonía del Espíritu Santo nos proporciona una segunda actitud: Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Cuando hay armonía en la Iglesia, en la comunidad, hay la valentía, el valor de dar testimonio del Señor Resucitado.