Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
En el Evangelio de hoy (Mt 21,28-32) Jesús reprocha a los jefes de los sacerdotes y les advierte que hasta las prostitutas les precederán en el Reino de los Cielos. Hay que estar atentos a las tentaciones que también hoy pueden corromper el testimonio de la Iglesia. También en la Primera Lectura, del Libro de Sofonías (3,1-2.9-13), se ven las consecuencias de un pueblo que se vuelve impuro y rebelde por no haber escuchado al Señor.
Así pues, ¿cómo debe ser una Iglesia fiel al Señor? Una Iglesia que se fíe de Dios debe tener estos tres rasgos: humilde, pobre, con confianza en el Señor. Una Iglesia humilde, que no se pavoneen de los poderes, de las grandezas. Humildad no significa una persona lánguida, lacia, que pone los ojos en blanco… No, eso no es humildad, ¡eso es teatro! Eso es fingir humildad. La humildad tiene un primer paso: ‘Yo soy pecador’. Si no eres capaz de decirte a ti mismo que eres pecador y que los demás son mejores que tú, no eres humilde. El primer paso en la Iglesia humilde es sentirse pecadora, el primer paso de todos nosotros es el mismo. Si alguno de nosotros tiene la costumbre de fijarse en los defectos de los demás y murmurar de ellos no es humilde, se cree juez de los demás. Debemos pedir esta gracia, que la Iglesia sea humilde, que yo sea humilde, que cada uno de nosotros sea humilde.
Segundo paso: la pobreza, que es la primera de las Bienaventuranzas. Pobre de espíritu quiere decir estar solo apegado a las riquezas de Dios. No a una Iglesia que vive apegada al dinero, que piensa en el dinero, que piensa en cómo ganar dinero. Como se sabe, en un templo de la diócesis, para pasar la Puerta Santa, decían ingenuamente a la gente que tenían que dar una ofrenda: esa no es la Iglesia de Jesús, esa es la Iglesia de estos jefes de los sacerdotes, apegada al dinero. Nuestro diácono, el diácono de esta diócesis Lorenzo, cuando el emperador –él era el ecónomo de la diócesis– le dice que le lleve las riquezas de la diócesis, para pagar algo y que no lo maten, vuelve con los pobres. Los pobres son las riquezas de la Iglesia. Si tienes un banco tuyo, eres el dueño de un banco pero tu corazón es pobre, no está apegado al dinero, está al servicio, siempre. La pobreza es ese desprendimiento para servir a los necesitados, para servir a los demás. Hagámonos esta pregunta: si somos una Iglesia, un pueblo humilde, pobre. ¿Soy o no soy pobre?
Finalmente, tercer punto, la Iglesia debe confiar en el nombre del Señor: ¿Dónde está mi confianza? ¿En el poder, en los amigos, en el dinero? ¡En el Señor! Ese es la herencia que nos promete el Señor: Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor (Sof 3,12). Humilde porque se siente pecador; pobre porque su corazón está apegado a las riquezas de Dios y se tienen para administrarlas; confiado en el Señor porque sabe que solo el Señor puede garantizar algo que le haga bien. Y de verdad que esos jefes de los sacerdotes a los que se dirigía Jesús no entendían estas cosas, y Jesús tuvo que decirles que una prostituta entrará antes que ellos en el Reino de los Cielos.
En esta espera del Señor, de la Navidad, pidamos que nos dé un corazón humilde, nos dé un corazón pobre, y sobre todo un corazón confiado en el Señor, porque el Señor nunca decepciona.