Buscar seguridad solo en el Señor

Homilía de la Misa en Santa Marta

El Evangelio de hoy (Lc 21,1-4) nos habla de la pobre viuda que echa en el tesoro del templo dos moneditas, mientras que los ricos hacen ostentación de sus grandes ofrendas. Jesús afirma que esa viuda tan pobre ha echado más que todos, porque los demás dan de lo superfluo, mientras que ella, en su miseria, da todo lo que tiene para vivir.

En la Biblia, la viuda es la mujer sola, la que no tiene marido que la proteja; la mujer que debe apañárselas como pueda, la que vive de la caridad pública. La viuda de este texto del Evangelio era una viuda que tenía puesta su esperanza solo en el Señor. A mí me gusta ver en las viudas del Evangelio la imagen de la viudedad de la Iglesia que espera la vuelta de Jesús. La Iglesia es esposa de Jesús, pero su Señor se fue y su único tesoro es su Señor. Y la Iglesia, cuando es fiel, deja todo en espera de su Señor. En cambio, cuando la Iglesia no es fiel, o no es tan fiel o no tiene tanta fe en el amor de su Señor, intenta apañarse con otras cosas, con otras seguridades, más del mundo que de Dios.

Las viudas del Evangelio nos dan un bonito mensaje de Jesús sobre la Iglesia. Está la que salía de Naím, con el féretro de su hijo: lloraba, sola. Sí, la gente tan amable la acompañaba, pero su corazón estaba solo. Es la Iglesia viuda que llora cuando sus hijos mueren a la vida de Jesús. Está aquella otra viuda que, para defender a sus hijos, va al juez inicuo, y le hace la vida imposible, llamando a su puerta todos los días, diciéndole ¡hazme justicia! Al final le hace justicia. Es la Iglesia viuda que reza e intercede por sus hijos. Pero el corazón de la Iglesia está siempre con su Esposo, con Jesús. Está allá arriba. También nuestra alma –según los padres del desierto– se parece tanto a la Iglesia. Y cuando nuestra alma, nuestra vida, está más cerca de Jesús se aleja de tantas cosas mundanas, cosas que no sirven, que no ayudan y que nos alejan de Jesús. Así es nuestra Iglesia que busca a su Esposo, espera a su Esposo, esperando aquel encuentro, que llora por sus hijos, lucha por sus hijos, da todo lo que tiene porque su interés es solo su Esposo.

La viudedad de la Iglesia se refiere a que la Iglesia está esperando a Jesús: puede ser una Iglesia fiel a esa espera, esperando con confianza la vuelta del marido, o una Iglesia no fiel a esa viudedad, buscando seguridad en otras realidades: la Iglesia tibia, la Iglesia mediocre, la Iglesia mundana. Pensemos también en nuestras almas. ¿Nuestras almas buscan seguridad solo en el Señor o buscan otras seguridades que no gustan al Señor? En estos últimos días del Año Litúrgico nos vendrá bien preguntarnos en nuestra alma: si es como la Iglesia que quiere Jesús, si nuestra alma se dirige a su esposo y dice: ¡Ven Señor Jesús! Y que dejemos aparte todas las cosas que no sirven, que no ayudan a la fidelidad.