Homilía de la Misa en Santa Marta
El viejo Eleazar no se deja debilitar por el espíritu de la mundanidad, y prefiere morir antes que rendirse a la apostasía del pensamiento único. Así lo acabamos de leer en la primera Lectura, del Segundo Libro de los Macabeos (6,18-31). Eleazar, ya con noventa años, no aceptó comer carne de cerdo como le pedían sus amigos mundanos, preocupados por salvarle la vida. Él mantiene su dignidad con esa nobleza que tenía de una vida coherente, y va al martirio, dando testimonio.
La mundanidad espiritual nos aleja de la coherencia de vida, nos hace incoherentes; uno disimula ser así, pero vive de otra manera. Y la mundanidad es difícil conocerla desde el principio, porque es como la polilla que lentamente destruye y se come la ropa, y luego esa ropa se vuelve inutilizable. Pues así, el hombre que se deja llevar por la mundanidad pierde la identidad cristiana. La polilla de la mundanidad arruina su identidad cristiana, porque es incapaz de coherencia. ‘Ah, pero yo soy muy católico, padre, y voy a Misa todos los domingos, pero que muy católico’. Y luego vas a trabajar, a hacer tu negocio: ‘Si me compras esto, hacemos un asunto y tú te llevas una comisión’. Eso no es coherencia de vida; eso es mundanidad, por poner un ejemplo. La mundanidad te lleva a la doble vida –la que se ve y la verdadera–, te aleja de Dios y destruye tu identidad cristiana.
Por eso, Jesús es tan fuerte cuando pide al Padre que salve a los discípulos del espíritu mundano que destruye la identidad cristiana. Un ejemplo de baluarte contra ese espíritu es precisamente Eleazar, que piensa en los jóvenes porque, si hubiese cedido al espíritu mundano, se habrían perdido por su culpa. El espíritu cristiano, la identidad cristiana, nunca es egoísta, siempre intenta, con su coherencia, evitar el escándalo, cuidar a los demás, dar buen ejemplo. ‘Pero no es fácil, padre, vivir en este mundo, donde las tentaciones son tantas, y la trampa de la doble vida nos tienta todos los días; no es fácil’. Para nosotros no solo no es fácil: ¡es imposible! Solo Él es capaz de hacerlo. Y por eso hemos rezado en el Salmo: El Señor me sostiene (Sal 3,5). Nuestro apoyo contra esa mundanidad que destruye nuestra identidad cristiana y nos lleva a la doble vida, es el Señor.
Es el único que puede salvarnos, y nuestra oración humilde será: Señor, soy pecador, de verdad –todos lo somos–, pero te pido tu ayuda, dame tu apoyo para que, por una parte no disimule ser cristiano, y por otra, viva como un pagano, como un mundano. Si tenéis hoy un poco de tiempo, coged la Biblia, el segundo libro de los Macabeos, capítulo sexto, y leed esta historia de Eleazar. Os hará bien, os dará valor para ser ejemplo para todos y también os dará fuerza y apoyo para llevar adelante la identidad cristiana, sin componendas, sin doble vida.