La gran belleza es Dios

Homilía de la Misa en Santa Marta

¡La gran belleza es Dios! Lo dice el Salmo: El cielo proclama la gloria de Dios. El problema del hombre es que a menudo se postra ante lo que, de esa gloria, es solo un reflejo –que un día se apagará– o peor, se pliega a placeres aún más pasajeros.

La primera lectura (Sb 13,1-9) y el salmo (Sal 18,2-3.4-5) nos hablan de la belleza de la creación. El error de aquella gente es en que, ante esas cosas bellas, no fue capaz de ver más allá, o sea, les faltó trascendencia. Se quedaron en la belleza, pero sin un más allá –apegados a esa idolatría–, admirados por su poder y energía. No piensan que su Soberano debe ser muy superior, porque les ha creado Aquel que es principio y autor de la belleza. Es la idolatría ver las bellezas –tantas– sin pensar que tendrán un fin, un ocaso. ¡Hasta el ocaso tiene su belleza! Y esa idolatría de estar apegados a las bellezas de aquí, sin trascendencia, todos tenemos el peligro de tenerla. Es la idolatría de la inmanencia. Creemos que las cosas, tal como son, son casi dioses, y que nunca se acabarán. ¡Nos olvidamos del ocaso!

Hay otra idolatría, la del acostumbramiento que hace sordo el corazón. Lo muestra Jesús en el Evangelio (Lc 17,26-37), con esa descripción de los hombres y mujeres de los tiempos de Noé y de Sodoma: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían sin preocuparse de nada, hasta el momento del diluvio o de la lluvia de fuego y azufre, de la destrucción absoluta. Todo es habitual. La vida es así: vivimos así, sin pensar en el ocaso de este modo de vivir. Eso también es idolatría: estar apegado a las costumbres, sin pensar que todo acabará. La Iglesia nos hace mirar al final de estas cosas. ¡Hasta las costumbres pueden ser pensadas como dioses! Así es la vida, y así vamos adelante… Pero, así como la belleza acabará en otra belleza, nuestra costumbre acabará en una eternidad, en otra costumbre. ¡Pero estará Dios!

Es preciso dirigir la mirada siempre más allá, a la costumbre final, al único Dios que está más allá, al final de las cosas creadas, como la Iglesia enseña en estos días que concluyen el Año litúrgico, para no repetir el error fatal de volverse atrás, como le pasó a la mujer de Lot, y con la certeza de que, si la vida es bella, también el ocaso lo será. Nosotros los creyentes no somos gente que se vuelve atrás, que cede, sino gente que va siempre adelante. Ir siempre adelante por la vida, mirando las bellezas y con las costumbres que todos tenemos, pero sin divinizarlas, porque se acabarán… Que las pequeñas bellezas, que reflejan la gran belleza, sean nuestras costumbres para sobrevivir en el canto eterno, en la contemplación de la gloria de Dios.